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La mitad “media llena”:..

La mitad “media llena”:..

Por Ricardo Lafferriere
miércoles 05 de octubre de 2016, 15:14h

El cambio que está atravesando el mundo, parcialmente eclipsado por los episodios que ocupan los impactantes titulares de violencia y desbordes, nos está instalando inexorablemente en una sociedad planetaria con significativas rupturas.

Es ya la agenda del mundo, que a la vez que muestra en los titulares el dramatismo del terrorismo, los exiliados y las crisis financieras o políticas, vive en lo profundo un cambio sustancial en las tendencias de la convivencia.

Incursionamos en el tema hace un par de años y nos ha parecido interesante retomar esa reflexión, escapando al reduccionismo cotidiano de poner el lente sólo en los temas dramáticos de la realidad nacional y global -que existen y no pueden ignorarse, pero no pueden agotar la mirada- Viejas prácticas, creencias y certezas son sustituidas por la aparición de nuevas tendencias crecientemente afianzadas que inician, a su vez, de nuevos caminos.

La evolución histórica de la economía capitalista está llegando a su fin. Sin embargo, a diferencia de los pronósticos de sus acérrimos críticos ideológicos, la visión de este fin es el de un exitoso “punto de llegada”. El éxito del capitalismo en impulsar el desarrollo, la ciencia y la técnica, “aterriza” en ramas destacadas de la economía incorporando mecanismos que recuerdan al “socialismo”, aunque de una forma impensada por sus impulsores (aunque no por el pensamiento originario de Marx).

Importantes sectores de la producción abandonan o reconfiguran el “mercado” para revalorar conceptos como “cooperación”, “bienes comunes” y “solidaridad”. Otros siguen utilizando el mercado, imbricado positivamente con los nuevos en un funcionamiento virtuoso.

Costo “cercano a cero”

Varios son los fenómenos que lo anuncian. La gigantesca acumulación de capital y la portentosa evolución tecnológica son los primeros. Llevan a numerosas ramas económicas a funcionar con un costo marginal cercano a cero, haciendo accesibles sus productos a mayor cantidad de personas.

Los teléfonos celulares, la televisión interactiva, los receptores de pantalla plana, las tabletas, las consolas de juegos, los equipos de audio, las cámaras fotográficas y de filmación incorporadas a los teléfonos con conectividad inalámbrica masificada, son apenas algunos de los difundidos artefactos que se han instalado como paradigmas de la nueva sociedad atravesando sectores sociales, ideologías, étnicas y géneros.

Este fenómeno se suma a la masiva impregnación de Internet en la vida cotidiana, que sirve de base a servicios con alto contenido virtual, de reducido consumo energético y escaso uso de materias primas. Y a nuevas actividades lucrativas.

Internet de las cosas

La “Internet de las cosas” anuncia un escenario de miles de millones de artefactos de confort (televisores, heladeras, hornos, calefactores, refrigeración, etc.), de producción (máquinas de fábrica, equipamiento de oficina y hasta de transporte) y de servicios interconectados y decidiendo en forma automática su funcionamiento más eficiente, sin necesidad de la intervención de sus dueños luego de la configuración inicial. Permite la recolección de datos para prever y anticipar tendencias (“big data”), facilita la democratización del conocimiento, ayuda a la salud pública, mejora la comunicación entre personas y sociedades y libera potencialidades.

A la “Internet de las cosas” se suma el crecimiento exponencial de la autogeneración energética.

Internet de la energía

La superación del debate entre “energías fósiles” y “renovables” se saldará por la reducción sistemática y persistente del costo de la energía solar y las crecientes restricciones a los hidrocarburos fósiles por el daño ambiental que producen.

Los países de vanguardia en la reconversión –Alemania es el paradigmático- están incorporando esta reducción a su red. El 40 % de la generación solar (que llega ya a 33 Gvh de capacidad instalada, el 25 % del total) es producida en los hogares, que la “venden” a la red, liberándose del principal cuello de botella de esa fuente que era la necesidad de baterías.

El costo de los equipos generadores hogareños ha perforado el piso de la tarifa eléctrica. Se amortizan allá en menos de un año por el ahorro de la factura de energía no subsidiada. Y en repetidas oportunidades ha superado la barrera sicológica del 50 % de aporte a la generación eléctrica del país.

La energía solar generada en cada hogar es volcada durante el día al sistema, que paga por ella la tarifa establecida, y le factura a su vez su consumo. El balance reduce el costo, permite ampliar el potencial generador y convierte a cada hogar en una pequeña empresa energética.

El resultado es una especie de “Internet de la energía”, en la que el viejo paradigma de “usinas gigantescas-millones de consumidores” se transforma en “millones de generadores cooperativos – Consumidores inteligentes”. Menos consumo de petróleo. Menos plantas gigantescas. El sistema avanza en Europa, se adopta en Estados Unidos. En la región, ya se ensaya en Chile.

A pesar de la modernización en las ideas del sector público en el último año, aún no llega a nosotros. Tal vez sea el momento de pensar en hacerlo, con la adecuada transición. El costo de equipos solares ha mantenido durante tres lustros la tasa de reducción del 20 % cada duplicación en la producción de equipos.

No es aventurado predecir que en una década, el petróleo habrá sido desplazado por la realidad económica, al no poder competir –por sus precios crecientes - con equipos generadores que utilizarán la energía solar como fuente primaria, limpia y económica. La licitación de 1000 MGV de generación renovable en curso en estos días y que se adjudicarán en noviembre son un importante paso en esta dirección.

Renacimiento de los “bienes comunes”

La tecnología hace revalorar varios “bienes comunes”, propios del sistema precapitalista, abriéndoles una nueva y gigantesca perspectiva. Un ejemplo: las comunicaciones. Los métodos de compresión y paquetización de señales están convirtiendo al espectro radioeléctrico –considerado desde el surgimiento de la radiodifusión como un bien limitado y por lo tanto, sujeto a la reglamentación estatal- en un bien común.

Otro acierto de la nueva gestión en Argentina, tal vez no valorado adecuadamente, es la política de apertura en las telecomunicaciones que servirá de soporte al gran salto en la producción y comercialización de contenidos audiovisuales poniéndonos en línea con el “cuting edge” global.

La iniciativa de la FCC norteamericana de crear un espacio del espectro sin licencia para construir una red nacional de WIFI gratuito en USA va en esa dirección. Los sistemas de distribución de datos y señales por cable y la masificación de las redes inalámbricas (WIFI) permiten imaginar en pocos años una conectividad gratuita. Hay ciudades que ya ofrecen ese servicio libremente –en zonas de la Capital Federal ya se cuenta con él-.

También de actividades como el “software libre” (Linux), educación gratuita (tipo “Coursera”), información abierta (tipo “Wikipedia”) y creación artística colectiva, o/y difundible gratuitamente (tipo “Creative Commons”), las señales de TV y radio, millones de canciones en “streaming” gratuito (Spotify), los videos “online” y la distribución audiovisual (Vimeo), todo por Internet, expanden ilimitadamente la educación en todos los niveles, llevan el entretenimiento en tiempo real y abre camino a la producción por impresoras 3D en las zonas más alejadas, reduciendo enormemente el abismo de posibilidades entre regiones propio de las sociedades industriales y preindustriales.

La política educativa no puede seguir encerrada en la educación formal e ignorar la potencialidad de las nuevas herramientas para el adiestramiento continuo de la población, emprendedores, trabajadores, productores y empresarios.

Colaboración, no más “sólo competencia”

La propiedad de bienes durables como característica de la sociedad de consumo está derivando en actitudes de colaboración (“Collaborative Commons”). El propio automóvil, símbolo icónico de la civilización del siglo XX y del “status” social está siendo objeto en países industriales de iniciativas que han dejado ya de ser testimoniales para asentarse como prácticas cotidianas, como el uso compartido, la organización para el uso común de vehículos intercambiables y el uso-cuando-se-necesita, al estilo del uso compartido de bicicletas en muchas ciudades del mundo.

El intercambio y el uso común han avanzado sobre espacios inimaginados. El tan conocido como usual alquiler de ropa de fiesta o de protocolo se ha extendido al uso intercambiable de objetos de lujo –joyas, carteras de mujer, hasta corbatas de marca-, turismo –intercambio de casas- ¡y hasta de huertas: “yo aporto el terreno y las herramientas, usted el trabajo y vamos a medias”!-

Producción, trabajo e inclusión

La producción total anual del mundo de hace dos siglos se realiza hoy en una semana: se multiplicó por más de cincuenta. La población, sólo lo hizo por siete. La automatización hizo la diferencia.

En esa producción, que deberá adecuarse al soporte material de recursos naturales limitados, tienen un lugar destacado bienes inexistentes dos siglos años atrás. No sólo no había radio, ni televisión, ni automóviles, ni aviones, ni trenes. Tampoco había Internet, ni celulares, ni música grabada –mucho menos en la red-, ni audiovisuales, ni diseño de sistemas, ni procesamiento de datos.

Las actividades más dinámicas del mundo actual agregan valor pero requieren de suyo menos recursos naturales que el mundo industrial. Y aunque la diferencia entre los extremos de los niveles de ingreso se ha acrecentado, especialmente en las últimas décadas, las comodidades de un hogar trabajador –con agua potable, saneamiento, educación gratuita, medicamentos antes inexistentes, acceso al conocimiento sin limitaciones ni costo a través de la red, entretenimientos, juegos, música- es mayor al nivel de confort de una familia rica de hace pocas décadas.

El proceso seguirá. Un mundo en el que la producción será cada vez mayor, pero el trabajo será cada vez menos al ser reemplazado por las máquinas, requerirá estudiar la redistribución de ese trabajo y las formas del apropiamiento social del avance tecnológico, que tampoco debe frenarse ni desalentarse. Entre esos extremos deben encontrarse los mecanismos adecuados.

Un mundo más rico debe incluir a más personas, no a menos. Ello está abriendo nuevos capítulos en el debate político sobre los pisos de dignidad socialmente garantizados, la nivelación de las sociedades menos industrializadas con las de mayor desarrollo para evitar el dumping social que desarticule todo el sistema, el adecuado encuadre normativo del flujo financiero y, por último – pero más importante- el diseño de un nuevo sistema de poder y de gobierno de alcance universal, cada vez más necesario ante los problemas globales –climáticos, financieros, seguridad- que desbordan las fronteras y la capacidad de los Estados Nacionales.

Reingresar al mundo para construir el futuro

Ese mundo está entre nosotros. Llegó ya de la mano de los jóvenes interesados por el ambiente y la defensa de los recursos, de los millones de participantes de las redes sociales, del enorme movimiento solidario de las ONGs unidas por la cooperación y no por el conflicto, por el vehículo democratizador del acceso a la información y el conocimiento que es Internet y por la natural disposición de los argentinos a adoptar rápidamente lo nuevo que surge en el mundo.

Quedan en el país coletazos del mundo viejo que debemos corregir. Una política más transparente y honesta, aislar el delito y la violencia cotidiana y decidirnos a un fuerte impulso de inclusión que termine en poco tiempo con los testimonios injustos del país antiguo. Derechos humanos. Estado de derecho. Respeto institucional. Viviendas, salud pública, saneamiento y educación. Una sociedad libre y plural, solidaria y dinámica, sana y democrática.

El nuevo tiempo nos abre inesperadamente una oportunidad histórica para retomar la marcha. Requiere abrir la cabeza, actualizar los marcos de reflexión, reducir la práctica confrontativa y asumir una actitud cooperativa, fijar objetivos y alinear esfuerzos para lograrlos.

Tal vez, en lo profundo, esté la exigencia de una política que se referencie en el país y las personas, más que en los partidos, los candidatos, las imposturas ideológicas y las divisas. Que piense en los problemas, más que en el posicionamiento electoral.

Sobre estos pilares, la Argentina construirá su plataforma de participación en la agenda de hoy sumándose sin complejos y con madurez a los nuevos y apasionantes paradigmas globales, de los que no podremos excluirnos.

Ricardo Lafferriere

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