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Así hablaba Don Quijote

Por Gabriel Elorriaga F
lunes 28 de marzo de 2016, 17:18h
El centenario de Cervantes y de su obra merece mayor atención institucional de la que se le está dando. Se comprende que una situación política de incertidumbre tenga atorados los canales públicos de comunicación y que la amenaza latente de una ocupación de los instrumentos culturales del Estado por gentes de modales zafios y alérgicas a cuanto engrandezca una dimensión hispánica de la existencia, tenga paralizados los reflejos de un gobierno en funciones. Pero no hasta tal grado que se menosprecie una conmemoración que tendría fuerza por sí misma para elevarse unitariamente por encima de las mezquindades de un tránsito político mal preparado.

Don Quijote y todo lo que representa, no solo como origen de la novela contemporánea, sino como reflexión cargada de valores humanos, es un símbolo inseparable de lo español como lengua y como estilo. Es un icono universal que, por su difusión global es de más fácil proyección que cualquier otro símbolo literario. Coincide el aniversario cervantino con la de otra colosal referencia: Shakespeare. Pero el dramaturgo británico es más plural y más difícil. No basta una sola obra ni un solo héroe para entender a Shakespeare. Otelo, Hamlet, Lear, Romeo y Julieta, Cesar, son demasiados personajes, de distintas épocas y ambientes, complejos para lanzar un producto dynamico. No es el caso de don Quijote como personaje que resume y supera a todo Cervantes con un mensaje individualizado.

Inglaterra está poniendo toda su imaginación, que no es mayor que la española, para festejar el aniversario de Shakespeare. Representaciones múltiples, excavaciones en Stratford, exposiciones, ediciones, conferencias. Los españoles nos estamos enterando más del aniversario de Shakespeare que del de nuestro genio literario. Se da la circunstancia de que, en principio, esto no parecía que iba a ser así. El año anterior se habló mucho de preparar el evento. El ayuntamiento de Madrid promovió una interesante investigación en el lugar del entierro de Cervantes que se remató con importantes hallazgos documentales y funerarios y un moderado homenaje en la iglesia conventual de las Trinitarias. La Real Academia de la Lengua preparó su edición extraordinaria del Quijote y algunas editoriales privadas aportaron algunas obras de meritoria originalidad o actualización. Pero tras aquellas salvas anunciadoras ha sucedido una bajada de tono que no es fácil atribuir solo a la inseguridad de las convicciones de los políticos inestables o a la ocupación de algunos concejos importantes por activistas de la zafiedad como proyecto cultural.

Hace cien años, la Junta del tercer centenario de Cervantes, presidida por Eduardo Dato, entonces presidente del Gobierno, amparaba con entusiasmo al Comité Ejecutivo del tercer centenario de la muerte de Cervantes que presidía el académicoFrancisco Rodríguez Marín, a la sazón Director de la Biblioteca Nacional. De aquella época quedaron huellas imperecederas y ediciones suntuosas y populares, comentadas e ilustradas así como monumentos erigidos por suscripción, como aquel en que ahora se fotografían los turistas que visitan Madrid. Inclusive una moderna unidad de la Armada fue bautizada con el nombre del escritor que había servido como infante de marina en la Batalla de Lepanto. Todos los países de habla española fueron convocados oficialmente para participar en la conmemoración.

Hoy, por el contrario, algunos se dedican a analizar si Cervantes es un personaje sólido o un mito descuartizable. Pero Cervantes es un personaje real, lleno de humanidad y menos complejo que Shakespeare cuyo enigma hace dudar hasta de su existencia como tal nombre. Las obras de Shakespeare y su autor pueden vivir separados pero Cervantes y el Quijote constituyen una identidad inseparable. Cervantes es un personaje con pasos registrados por la historia y vinculado al discurrir de España, especialmente entre Lepanto y la Armada Feliz, mal llamada Invencible y que mejor sería llamarla infeliz, que marcan el rumbo del imperio español y los propios proyectos personales de vida de Cervantes. Este vivió todas las vicisitudes de su época, la expulsión de los moriscos, el bandolerismo en los caminos, los pueblos que recorrió como recaudador, las polémicas literarias del Siglo de Oro, los cambios de lugar de la Corte desde Valladolid a Madrid, las cárceles y el cautiverio. Fue un español entero que escribió hasta su agonía y que refleja toda la verdad de su tiempo desde la más cruda realidad hasta el sueño de ideales eternos.

Es inconcebible que esta España acomplejada de 2016 no esté siendo capaz de levantar con fuerza el estandarte de Cervantes cuando más falta hace reforzar la personalidad colectiva de los españoles con el símbolo personalizado e imperecedero de nuestro mejor tesoro que es el idioma. Es esta la hora de decirle a cientos de millones de hispanoparlantes como hablaba don Quijote. Pero no parece que quienes deben hayan puesto el altavoz que merece la conmemoración cervantina.
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