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No es lo mismo predicar que dar trigo

Por Ismael Álvarez de Toledo
lunes 14 de marzo de 2016, 11:26h

Siempre hemos escuchado este refrán a la hora de referirnos a promesas incumplidas, a la utilización de la palabrería y la demagogia para conseguir un fin determinado para, al final, los hechos demostrarnos que hablar por hablar no lleva a nada, y el viento arrastra las promesas verbales como lo hace con las hojas en otoño. Las palabras deben acompañarse de los hechos para ser realmente significativas, y así lo dice este refrán pidiendo no consejos espirituales sino ayuda material para que no nos puedan echar en cara que somos unos hipócritas o nos digan que nuestros hechos no acompañan a nuestras palabras.

Eso más o menos es lo que está pasando con Podemos y sus satélites. Si hubiera nuevas elecciones, dudo mucho que Colau, Carmena o Kichi, volvieran a ocupar los sillones y cargos que tienen en la actualidad. Y es que es tanto el rencor y el despropósito que albergan en sus negros corazones, si es que los tienen, que han tornado la intención de voto de miles de simpatizantes, al no verse cumplidos ninguno de los objetivos sobre los que se habían pronunciado antes de las elecciones, y si por otros muchos de escaso calado, que la ciudadanía no entiende como relevantes.

A estas alturas de siglo y con más o menos conocimiento de la realidad socio-política de España, uno esperaba otra cosa. Se supone o presupone, que unos profesores de universidad que tratan a diario las cuestiones políticas con sus alumnos, serían más serios de lo que han demostrado ser. Que no caerían tan fácilmente en el juego del bipartidismo más retrogrado y que, por consiguiente, aportarían algo nuevo en esta legislatura multipartidista y disciplinar. Pero lejos de ello, están demostrando ser un verdadero obstáculo en la formación de un nuevo gobierno, una piedra en el zapato de la democracia, y una rémora social de difícil comprensión para los ciudadanos.

Podemos y sus filiales, tenían encomendada otra realidad muy distinta a la que están exponiendo. Antes de las elecciones predicaban una serie de proclamas que eran del gusto de muchos ciudadanos, independientemente de las ideas que cada uno pudiera tener. Proclamas en torno a una sociedad más justa e igualitaria, con freno total a la corrupción y el enchufismo, con una aportación seria y eficaz a esta democracia que se tambaleaba de partido en partido, a cual más corrupto e inepto. Pero lejos de ello, como digo, se han sumado al carro de la casta, a la condición más vil de hacer política, y al revanchismo más hipócrita en torno a cuestiones banales que ya se tenían por superadas.

Podemos no puede ser protagonista de nada. Podemos no puede aspirar más que a tocar las palmas al son que le toquen. Podemos se desintegra, se desinfla, como un globo pasado de goma, porque Podemos no es Pablo Iglesias, quien ha confundido la velocidad con el tocino, y se enfrenta a una crisis de identidad y solvencia que muchos de sus militantes dan por perdidas. Podemos no puede, porque en realidad Podemos no existe. Podemos es, o era, el grito desesperado de la calle en busca de soluciones que afectan a la gente corriente. Pero Podemos se ha desmarcado de la linea sensata de la democracia y se ha vuelto paladín de la nada.

La demagogia de los partidos emergentes, como algunos denunciaban, ha vuelto ciegos a la mayoría, quizá porque era muy grande la necesidad de un cambio radical en la forma tradicional de hacer política, y en el trato que los políticos han tenido desde antiguo con los ciudadanos. La demagogia, acompañada de razonamientos que se suponían verosímiles propició, en su momento, el auge de las plataformas y grupos afines a la marca Podemos, pero han bastado unos meses al frente de las instituciones y enfrentarse al ordeno y mando, para rebelarse igual o peor que lo que había con los partidos tradicionalistas.

Podemos y sus satélites se han convertido en fascistas. En repugnantes ideólogos que no han sabido superar la idea de ostentar el poder efímero de unas elecciones democráticas, donde los ciudadanos te ponen y te quitan al compás del tiempo. Han sucumbido al discurso proletario para convertirse en esclavos de si mismos, de sus primarias ansias de poder, del cambio de lo racional por lo irracional, olvidando las proclamas que les llevaron al punto donde se encuentran. Haciendo bueno el refrán, de que predicar no es dar trigo, y así nos luce el pelo.

Ismael Álvarez de Toledo

periodista y escritor

http://www.ismaelalvarezdetoledo.com

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