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La próxima semana

miércoles 02 de marzo de 2016, 10:36h

"Todo esto lo podemos hacer la próxima semana". Ese fue el eslogan, la frase de enganche, la muletilla, del discurso de Pedro Sánchez en el debate de investidura, la más repetida y con la que el aspirante pretendía poner la responsabilidad en el tejado de Podemos "para se pueda producir el cambio que esperan millones de españoles". Cambio, cambio, cambio, cambio, cambio y así hasta más de cincuenta veces, hasta convertir la palabra en el fetiche para atacar al PP y argumentar su NO, por partida doble a Mariano Rajoy, que ayer en el hemiciclo no se fumaba un puro pero comía chicle y jugueteaba haciendo pequeñas bolas de papel con los dedos. La sesión fue fría, triste, distante, sin apenas aspavientos ni a favor ni en contra, como el preámbulo de lo que ni pudo ser ni será. No hubo sorpresas porque no podía haberlas, porque todo estaba pactado u ofrecido a Ciudadanos, a Podemos, o al resto de los partidos satélites. "No pretendíamos hacer grandes anuncios ni plantear medidas estrella sino pedagogía, política a pie de calle, con todo lo que hemos venido desgranando estos días " afirmaba, lánguidamente, uno de los diputados socialistas del entorno mas próximo de Sánchez.

En el supermartes de Sánchez se habló de causa común, de diálogo, de acuerdo, de saber entender el mensaje de las urnas sin la distorsión ideológica del último minuto, pero la aritmética no cuadra y eso pesó como una losa en el hemiciclo. Durante la hora y media que duró la intervención -una de las mas largas que se recuerdan en una investidura-, el ambiente se tornó plomizo. Solo hubo aplausos en la bancada socialista y ni mucho menos reventones, los populares evitaron la bronca y los abucheos tan habituales en otras sesiones entre gobierno y oposición, mientras los líderes de los nuevos partidos permanecieron hieráticos sin apenas mover un músculo de la cara.

Hubo errores que alguien calificó de "pecadillo de principiante", como que el candidato mirara continuamente al presidente en funciones, como si se quisiera medir con el ganador de las elecciones no para quitarle el sitio sino para reivindicar el papel de la oposición, pero no hubo emoción, ni en el fondo ni en la forma. En la tribuna de invitados el único que tomó notas, sin parar, fue Juan Carlos Monedero, mientras los barones presentes -Paje, Fernández Vara o Ximo Puig- y los lideres de CC.OO y UGT estaban pendientes de sus móviles y poco encandilados con la tribuna de oradores.

"¿Queremos un cambio de Gobierno basado en el acuerdo, si o no?", fue una de las muchas preguntas sin respuesta porque el asunto es que aunque, según dijo Sánchez, el PSOE "no exige nada, no aspira a imponer nada y no tiene líneas rojas", tan solo actúa con el aval de sus "firmes convicciones", la bancada morada no está por la labor y todo hace prever que no se firmará nada la próxima semana. "Es un discurso ni siquiera pensado para ser presidente por un día", dijo Iñigo Errejón, enfatizando en la idea de que "cuando uno intenta contentar a todos no logra el mestizaje sino difuminar y borrar cualquier proyecto de gobierno". Más claro agua.

Tampoco hubo complicidad con Albert Rivera tras el "olvido", voluntario o no, del famoso párrafo sobre la supresión de las diputaciones que aparecía explícitamente en el folio 30 del discurso, lo que sirvió de excusa perfecta para la gélida reacción del partido naranja. Que la sesión de investidura se cortara en seco tras la alocución del aspirante sin réplicas de sus adversarios ni dúplicas suyas no ayudó a darle la mínima chispa necesaria en cualquier sesión parlamentaria que se precie. Emoción, lo que se dice emoción, cero. Tal vez porque la semana próxima semana no será tal...

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