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El principio de subsidiariedad

Por Manuel Pascua Mejía
martes 16 de febrero de 2016, 14:51h
El artículo 92 de nuestra Constitución establece los límites vaporosos de los referéndums. Todo se reduce a la insuficiente voluntad política para establecer con lógica –España, lógica y política parecen términos excluyentes- el principio de subsidiariedad (que sea la administración más cercana al problema la que gestione las soluciones) que inspira la existencia misma (art. 5) de la Unión Europea.

Esto, que es de cajón de madera, no cabe en las cabezas de 212 diputados. Ningún caso es aceptable a su óptica pacata: las prospecciones petrolíferas en Canarias; el “almacén temporal centralizado” (eufemismo insultante) de residuos radiactivos en Villar de Cañas o, claro, Cataluña.

Que sea un ministro el que decida quién, cómo, cuándo, cuánto y dónde se construye una guardería para basura nuclear, es de traca. Que los canarios no puedan opinar sobre su entorno y que sea el gobierno central quien decida malvender su futuro sin contar con la opinión de los afectados, es de cornetín. Que 7.5 millones de catalanes no puedan opinar y, obviamente, decidir sobre sí mismos, es de cachondeo.

Es conocida mi postura: no soy independentista; ni siquiera soy partidario de que existan fronteras en el espacio Schengen (ni más allá: el planeta no es de nadie; cualquier persona tiene derecho a mover el culo y buscarse las habichuelas donde mejor le cuadre), pero mi pasmo es grande cuando veo que tantos y tan diversos se empeñan en negar a los ciudadanos afectados su derecho a opinar y decidir.

Que Repsol y el ministro de turno decidan que van a montar un pollo subterráneo, antiecológico y con escasas posibilidades de rentabilidad –Repsol reconoce que las probabilidades de éxito no llegan al 33%- en contra de los canarios es, cuando menos, raro. Que encima amenazaran con encausar al presidente canario si convocaba un referéndum, escapa a cualquier concepto de democracia. Sí, ya sé que el proyecto “se paralizó”, pero eso no quita: primero, porque la cuestión de consultar a los canarios sigue existiendo, y luego porque este proyecto empezó a fraguarse en 1999 y no lo van a abandonar tras 15 años de desvelos.

El caso de Villar de Cañas es peor si cabe: ¿dónde estarán Rajoy y sus conmilitones cuando los casos de cáncer en la zona asombren por su prevalencia; dónde estarán cuando los niños nazcan con malformaciones psíquicas y físicas? ¿Disfrutando de sus bien merecidas recompensas? Imponer este proyecto salvaje por el artículo 33 sin consultar a los villacañeros –tal es el gentilicio- o tan siquiera al gobierno manchego, demuestra la inoperancia del sistema.

Ahora, los catalanes. Que no se puede, que la soberanía está en los 47 millones de españoles, que patatín. Ya, pero para ceder a la UE la soberanía presupuestaria desde la constitución priorizando pagar a la banca antes que invertir en educación o sanidad no hizo falta nada más que… ¿un par de copas de buen Lagavulin?

Yo no sé qué saldría de una consulta a los catalanes; es más, me importa una higa porque lo que decidan me parecerá bien: 7.5 millones de ciudadanos no pueden ser tratados como menores de edad.

-Es que van a romper España, oiga usted.

Pero, ¿qué es España? ¿Una entelequia que ni Menéndez Pelayo niMadariaga, el tonto en cinco idiomas como le llamó Ortega, ni el propio Ortega pudieron definir? Tan timorato pensamiento entiende que del referéndum va a salir una secesión lo que me lleva a pensar que no están contra los referenda y sí contra las consultas cuyo resultado no sea el que les conviene. Si Cataluña se independizara, ojo al parche, Teruel seguiría sin tener mar y el Ebro no trasladaría su delta a Zaragoza que es lo que parece a tenor de las argumentaciones profundas que se oyen.

Ahora los podemiStas insisten en este asunto (creo que hay cosas más importantes, pero también lo creí cuando el gobierno Rajoy decidió que no comprar Sovaldi era mejor que salvar las 3.000 vidas que costó tal decisión) y los menguados se rasgan las vestiduras como si España fuera una unidad de destino en lo universal. Se trata de que organicemos el presente, no de que mantengamos un pasado que en un punto fue ido.
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