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Lo primero, un Pacto contra la corrupción

Por francisco Muro de Iscar
domingo 31 de enero de 2016, 17:16h

¿Puede Rajoy liderar la regeneración democrática si no ha sido capaz de acabar con la corrupción en sus filas? Y, entonces, ¿quién está en condiciones de hacerlo? No basta estar “limpio” –hoy por hoy no lo está casi nadie-, para liderar un pacto o encabezar un Gobierno que acabe con uno de los principales problemas de España en estos momentos. Según el último informe de Transparencia Internacional, los datos de corrupción en España se sitúan como “los peores de toda su historia”. Discrepo en parte. La percepción es, en efecto, la peor de toda la historia, pero hay algunas cosas que permiten afirmar que la realidad es diferente o que, al menos, está cambiando. Los jueces sientan en el banquillo incluso a un miembro de la Familia Real. La policía investiga y detiene a más corruptos que nunca. Los jueces condenan y muchos pagan con la cárcel, aunque no devuelvan el dinero, como debía ser. Algunos políticos, no todos, dimiten o son apartados por sus partidos. Se han aprobado leyes que hacen más difícil delinquir. Y la sociedad rechaza la corrupción. También con matices. Corrupción es “lo que cometen otros”, sobre todo si hablamos de empresas públicas, de administraciones públicas y, como mucho, de algunas empresas multinacionales o de la Banca. Si empezamos a bajar el listón, la preocupación ciudadana es mucho menor, sobre todo si esa corrupción –pequeña, sí- les afecta a ellos, nos afecta a nosotros: evadir impuestos, engañar al fisco, “ahorrarse” el IVA, pagar salarios de vergüenza, no cumplir en nuestro trabajo… Las “pequeñas” corrupciones. Las víctimas de la corrupción a veces también son culpables.

Si hacemos el listado de “implicados”, podemos meter a casi todos. Administraciones y empresas públicas, comunidades autónomas, ayuntamientos, partidos, sindicatos, la banca… Al final, la corrupción forma un entramado del que pocos se libran. Pero es selectiva. La posibilidad de que un político sea corrupto es más alta que la de que un corrupto llegue a la política. Por eso, si no conseguimos que a la política sólo lleguen los que están limpios, será mucho más difícil acabar con la corrupción. Hay que dignificar la política y los partidos tienen que ser los que lo hagan. O los ciudadanos les darán la espalda.

Seguramente la corrupción es menor hoy que hace diez años, cuando estábamos instalados en el síndrome de que todos éramos ricos. Si un día recuperamos esa situación, habrá menos corruptos: ni las leyes ni la Justicia ni los ciudadanos lo van a permitir. Pero para aproximarse, hay que gobernar, hay que sentar las bases que nos permitan crecer, reducir el paro, mantener los servicios públicos fundamentales, acabar con la desigualdad y la pobreza…Y, sin embargo, los partidos son incapaces de ponerse de acuerdo en un Pacto contra la corrupción. Incluso antes de formar Gobierno, el que sea. Ganarían mucha credibilidad y recuperarían parte de la confianza perdida si firmaran ese pacto. Tolerancia cero con la corrupción. Apartar de sus filas toda sospecha. Nadie en una lista o en un cargo que esté manchado. Medios suficientes, de una vez, a la Justicia para acabar rápidamente con todos los casos de corrupción y no eternizar su respuesta. Y, luego, llevar ese pacto a la escuela. Empezar a enseñar allí que la corrupción es un crimen social. La grande, la mediana y la pequeña.

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