La democracia directa de la antigua Grecia, con el paso de los tiempos, dio a partir de 1789, en la Democracia Representativa Liberal. Ganada la dignidad de ciudadano, se organizó en partidos políticos que compitieron por el poder, con un soporte ideológico determinado, pero respetando las reglas básicas de la convivencia, y las normas de funcionamiento de la sociedad, así como las “buenas costumbres” democráticas.
En los ciclos de los sistemas de gobierno, que van de la monarquía absolutista a la democracia representativa, según ARISTÓTELES, se sufre una corrupción normal que lleva a la desnaturalización de la democracia representativa, y su sustitución por otra cosa. En sus propias palabras: “Cuanto más democrática se vuelve una democracia, más tiende a ser gobernada por la por la plebe, degenerando en OCLOCRACIA”. Es el gobierno de los demagogos.
POLIBIO, historiador griego del siglo III a.C. la definió como “la tiranía de las mayorías incultas y el uso indebido de la fuerza para obligar a los gobernantes a adoptar políticas, decisiones o regulaciones desafortunadas”. “Es el gobierno impuro y abusivo de la turba, o sea, de la muchedumbre extraviada, violenta y desordenada” (Historiae VI). PROUDHON la define como “el poder entregado a la multitud harapienta, inculta y con ansia de venganza. Muchos pensadores de los siglos XVIII, XIX y XX (Mackintosh, Rousseau, Ortega…) han reflexionado sobre el asunto.
El proceso de desnaturalización democrática, como se ve, no es nada nuevo. Pasa, inevitablemente, por el DESCRÉDITO GENERALIZADO E INEVITABLE DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA. El camino del descrédito pasa por que la democracia representativa caiga en la CLEPTOCRACIA: los políticos individualmente, y las organizaciones políticas en general se convierten en LADRONES, y roban para sí, para los suyos y para sus organizaciones, a la estructura social y al Estado. El desdoro y el deshonor de los políticos y de los partidos son totales.
En ese momento, aparecen individuos que ofrecen la sustitución de la democracia por la OCLOCRACIA, último escalón de la degeneración de la democracia. Es el gobierno de la muchedumbre, de la gente, de la masa, según definición de Ortega. Esos políticos oclócratas se arrogan la total representación de la sociedad, se dicen depositarios de la voluntad de la participación directa en las decisiones políticas, subvierten los procedimientos sociales y políticos, son arrogantes en sus actuaciones, sustituyen la democracia representativa por la asamblearia, y no aceptan otros planteamientos distintos de los propios, los hagan quienes los hagan. Se les conoce enseguida porque no hacen discursos con fundamentos políticos de altura, sino que juegan con el lenguaje, usándolo siempre a su favor. Siempre utilizan el eslogan de asamblea de estudiantes, que cala rápidamente en la gente.
En España, la CLEPTOCRACIA inunda a todos los partidos políticos. Aquí han robado todos, aunque ha interesado a algunos políticos y a sus organizaciones CENTRAR EL PECADO EN UN SOLO PARTIDO, al que se ha crucificado. Claro que han robado muchos miembros de la derecha, pero no han sido ni todos, ni los únicos. El manejo de los medios de comunicación, contrarios a la derecha y cómplices de los OCLÓCRATAS, ha provocado que los demás, que son tan cleptómanos como los de la derecha, se presenten limpios.
Pero no han valorado una consecuencia gravísima: la degeneración pregonada de unos políticos se ha extendido inconscientemente a todos los partidos “tradicionales”. Abierta la caja de Pandora, la porquería afecta a todos, aunque no fuera esta su intención. Así, el descrédito de los políticos es total, son “casta” y hay que arrojarlos de los puestos de decisión, porque, dicen ellos, no representan al pueblo, a la gente.
Aplicaremos en el próximo artículo el concepto a España.
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