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El Sóviet de Cataluña

Por Fernando González
miércoles 30 de diciembre de 2015, 10:35h

Como ocurrió en Petrogrado cien años atrás, en Sabadell se concentraron los sóviets de las CUP. No se citaron allí para preparar el asalto al Palacio de la Generalitat o extender la revolución bolchevique por toda Cataluña, se reunieron para decidir si apuntalaban o no el sistema corrupto implantado en el Principado por Jordi Pujol y sus herederos convergentes. En los tiempos que precedieron a la precipitación histórica de aquel Octubre Rojo, la decadente aristocracia rusa y su incipiente burguesía capitalista contemplaban acogotadas el ascenso de la clase obrera. En Cataluña, aunque le parezca mentira al común de los mortales, los nacionalistas conservadores y su cortejo de republicanos instalados, embarcados todos juntos en un proceso sin futuro alguno, necesitan que la izquierda anticapitalista les mantenga en el machito. Nadie está en su sitio en esta pantomima ridícula y escandalosa que se representa en aquellas tierras.

Aquellos que se presentaban al pueblo como redentores de la ciudadanía devastada por la crisis, ahora se sientan a la mesa de los causantes de tanta miseria. Saborean los manjares que Mas prepara para ellos y luego eructan insatisfechos. Aquellos que se ofrecían como vanguardia del proletariado más combativo, ahora cuentan las monedas que su enemigo de clase va depositando en el limosnero político. Contaminados por Artur Mas, involucrados hasta el tuétano en las oscuras maniobras que urde el independentista converso, las CUP han desembocado en una operación sin precedentes conocidos. En Sabadell, como digo, se movilizaron sus activistas, confundidos y despistados, convertidos por sus adalides en aliados de la derecha tradicional, obligados a votar las distintas variedades de lo imposible. Sus mandos tuvieron que apañar algunas manos en alto para aparcar el dilema planteado en un empate inverosímil.

Cataluña dependió por algunas horas de la vida privada de un grupo de elegidos. Cualquier episodio individual hubiera roto la paridad: un viaje imprevisto, un catarro mal curado, la inapetencia de algún camarada encamado, un coche sin batería, un teléfono que suena inopinadamente o cualquier otra circunstancia imprevista. Lo nunca visto. Así funcionan las cosas en la Cataluña de Mas. En tablas quedó el futuro del territorio, abandonado en manos de aquellos a los que Mas ha confiado los destinos de su queridísimo país. Los comisarios de las CUP ya tienen la sartén por el mango. Liberados de unas bases tan perplejas como perdidas, perpetraran posiblemente una estrategia que les salve la cabeza.

Los dirigentes de las CUP permitirán, supongo, que algunos de sus diputados regionales embalsamen el cadáver de Mas y coloquen su momia en la presidencia del Gobierno Autónomo. Entenderán que tal enterramiento es un paso más en el camino que conduce a la República Soviética de Cataluña. Los catalanes acreditan más paciencia que el Santo Job y mucha más aún los españoles que contemplamos la farsa.

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