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De la tragedia al esperpento

Por francisco Muro de Iscar
miércoles 18 de noviembre de 2015, 22:17h
Ahora resulta que Francesc Homs, la mano derecha de Artur Más, reconoce que no hay mayoría para proclamar la independencia y que habrá que tirar de moderación (¡) y dialogar con el Gobierno que surja después del 20D; que el cerebro económico de la Generalitat, Andreu Más Colell deja por escrito su oposición a la radicalización del proceso; que otros consejeros del Gobierno de Cataluña tampoco creen a su líder y lo dicen en privado –aunque se encargan de que se sepa en público-; y que algunos cargos, como Fernández Teixidó, abandonan el barco que se hunde. Y Esquerra Republicana muestra su indignación ante los vaivenes de Convergencia. Con razón.

Ahora los convergentes catalanes no parecen dispuestos asumir las descabelladas propuestas antisistema de la CUP –que conocían perfectamente, porque la CUP siempre ha sido transparente-, ni tampoco aceptan convertirse en los asesinos políticos de su jefe, entre otras cosas porque quedaría feo y porque tampoco serviría para reconducir el proceso. Serían siempre prisioneros de un partido que estaba y está en las antípodas esenciales de Convergencia. Así que sin Esquerra y sin la CUP, ni proceso ni futuro. Porque en las próximas elecciones, CDC quedará más bajo que ahora. Como ha sucedido desde que Más y todos los que le siguieron iniciaron el proceso hacia la independencia. No se pueden falsear los principios ni evadir permanentemente las responsabilidades.

Lo que pasa en Cataluña, secesionismo aparte, es que no hay dinero en las arcas públicas, no hay previsión de gastos ni de ingresos, las agencias de rating llevan su calificación a la categoría de bono basura, no pueden pagar las facturas –tampoco las nóminas si el Gobierno central no les presta dinero a interés cero- y los pronósticos indican que estará en el furgón de cola del crecimiento en 2016, que encabezarán Baleares, La Rioja y Madrid. La parálisis catalana, responsabilidad de los secesionistas, tendrá efectos devastadores para sus ciudadanos.

Y cada día descubrimos un nuevo escándalo de la familia Pujol, sin la que no se entiende la actual Convergencia y, si nadie lo para, este escándalo acabará levantando las alfombras de la Generalitat para descubrir, posiblemente, que el engaño no era patrimonio solo del que un día fue “molt honorable”.

Sin la CUP no hay avances y con la CUP no hay salida. Sin credibilidad interior ni exterior -como dice Blas Calzada, “en el exterior nadie se puede creer que vaya a haber un problema de verdad con Cataluña”- y con una sociedad a la que la han prometido que la independencia era la solución a todos los problemas, cerrar las heridas y abrir una vía de diálogo y negociación es imposible, al menos con los mismos protagonistas. Y, mientras tanto, no se habla de desempleo, desigualdad, inversiones, pensiones, innovación. De lo verdaderamente importante.
Sólo los ciudadanos y los empresarios catalanes pueden torcer el rumbo que están impulsando algunos de sus líderes. Si no fuera una tragedia estaríamos hablando de un sainete. O mejor de un esperpento.
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