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Cataluña: dos tiempos

Por Gabriel Elorriaga F
martes 17 de noviembre de 2015, 14:09h
En una Europa traumatizada por la tragedia, padeciendo en pie de paz, mientras es incapaz de actuar en pie de guerra, parece poco serio enrollarse con comedias como la que representan en Cataluña tres grupos parlamentarios antagónicos entre sí, a la búsqueda de un candidato para la presidencia de su administración autonómica que guste a los tres y, a la vez, sea potencial presidente de una fantasmagórica República Catalana, función para la que no ha elegido ningún catalán a tal hipotético personaje.

Son tres minorías de las cuales dos se presentaron en confusa amalgama como “Junts pel sí”, sin sumar suficiente número ni de diputados ni de voto popular, salvo que los grupos mayores se dejen dominar por la tercera menor minoría contraria a todo sistema que no se someta a sus viejas ideas totalitarias y extremistas, incompatibles con la Europa contemporánea o con cualquier otra conjunción política de pueblos libres. Aunque llegasen a algún acuerdo inestable, esos tres grupos de diputados, sin otra legitimidad que la de haber sido elegidos para una asamblea regional de competencias delimitadas por un Estatuto para el que, tampoco, tienen votos suficientes para modificar, estos iluminados actúan ante el público como si Cataluña estuviese en sus manos con un falso título de propiedad diseñado por ellos mismos y que ellos mismos podrían transmitir, como un encargo envenenado, a quien propongan para formar un gobierno autonómico que solo debería poder ejercer sus competencias correctamente tras el previo acatamiento de la Constitución vigente. Es decir, que el presidente de la Generalitat al que pudieran entronizar, con un solo voto parlamentario y en minoría de voto popular, lo sería condicionado por el compromiso previo de actuar contra la Constitución de la que emana su autoridad y contra el Estatuto que define sus facultades. En resumen, un candidato que tendría que configurarse como un felón previamente anunciado que, quizá por ello, podría justificarse con aquello de que “el que avisa no es traidor”.

Lo que resulta sorprendente es que esta tropilla de diputados heterogéneos no se den cuenta del papel que están representando ante una Cataluña desconcertada. No por la intromisión desproporcionada e ilegal de sus afanes separatistas contra la sólida comunidad de un Estado de Derecho, sino por el papelón que representan ante quienes los votaron y que, probablemente, nunca pensaron en cuál iba a ser el resultado de haber confiado sus votos a esta gente. No hay mejor termómetro para tomar la temperatura a esta parte significativa, aunque no predominante, del electorado catalán que observar la frialdad de la sociedad catalana, sus empresas, sus medios informativos, sus asociaciones, sus funcionarios públicos y el común de las gentes que contemplan perplejas, desde sus quehaceres cotidianos, el espectáculo ofrecido por esos actores de tres al cuarto. Nadie se ha identificado con el melodrama representado como trascendental por los cuatro gatos, tres portavoces y Artur Mas.

Por parte del gobierno de todos los españoles, su presidente ha actuado, hasta hace bien poco, como una especie de encargado de mantenimiento de los bienes del Estado, como era de esperar de un Registrador de la Propiedad que no puede admitir derechos emanados de títulos ilegales. Se toleró, sin embargo, todo lo intolerable desde el Gobierno y no se desarrolló con diligencia ni pasión un liderazgo político de partido suficiente para vitalizar la sensibilidad constitucional que hemos visto que subyace en la mayoría de los habitantes de Cataluña que no se han dejado arrastrar por la abrumadora propaganda financiada con dinero público y con complicidades sobornadas con dinero corrupto. Han tenido que aparecer unos jóvenes, tan osados como improvisados, para recoger los votos perdidos por los grandes y adormecidos partidos de supuesta “implantación nacional”. Afortunadamente, los “Ciudadanos” sobrevenidos, aunque no van a servir para gobernar, si servirán para que los partidos separatistas sean desplazados de las posiciones desde donde condicionaban la gobernanza nacional con sus minorías supervaloradas. En el segundo tiempo de esta historieta, tras las próximas elecciones generales, los nacionalismos serán actores secundarios y no actores condicionantes de la aritmética parlamentaria desde la que presionaban, interpuestos entre gobierno y oposición. Quizá es lo único positivo que nos traerá el futuro mapa parlamentario tras las elecciones de Diciembre: rebaja de los nacionalismos y desprestigio de los separatismos.

Tras actuar ridículamente los independentistas y torpemente los constitucionalistas, el asunto de Cataluña ha quedado, como un partido de futbol, dividido en dos tiempos. El primero, que estamos contemplando, se juega entre un equipo caótico y precario de pretensiones separatistas y otro equipo lento y mansurrón de un gobierno a punto de difuminarse “en funciones”, en cuanto pase la fecha electoral. Todo lo que podía haber pasado en este primer tiempo está ya visto: nada. Se han advertido los límites de la ley a quienes amenazan con traspasarlos, por parte de los buenos y legales y, por parte de los malos e ilegales, se ha presumido de futuras desobediencias mientras que, por el momento, no han hecho otra cosa que cacarear desafinadamente.

Las circunstancias han hecho, no sabemos con qué grado de voluntariedad o por azar, que entre el primer y segundo tiempo se vayan a desarrollar unas elecciones generales que, si atendemos a los pronósticos, provocarán cambios en el equipo que gobierne España, como también cambiará el equipo que aspire a gobernar la Comunidad Catalana, bien por conjunción de un acuerdo entre antagonías o bien por unas nuevas elecciones en Marzo. Ni Rajoy va a poder seguir jugando, si juega, con una mayoría absoluta ni tampoco con una minoría todo lo estable que sería de desear. Ni, tampoco, los órganos autónomos de Cataluña van a ser lo que fueron hasta ahora. Por todo ello es imposible hacer pronósticos sobre el juego en ese segundo tiempo en que se realizarán, sin duda, todos los cambios posibles en la composición de los equipos que permitan el reglamento o la negociación. La parte cómica del juego está prácticamente exhibida en el primer tiempo. Pero ni el trampantojo orquestado por Artur Mas ni el tabique leguleyo de Rajoy serán los mismos dentro de pocas semanas. El Estado prevalecerá con su arquitectura histórica y constitucional, pero es difícil pronosticar cual será el futuro de quienes nos han llevado hasta el borde del desastre.

Provoca tristeza y pesadumbre pensar que en estos tiempos peligrosos, en los que la Europa de las libertades y el progreso se siente herida por el fanatismo teocrático y necesitada de una política de defensa unitaria y firme, nosotros vayamos a complicar unas elecciones generales con la sombra de unos pleitos de vecindad propios de paletos. Pero es así y así deberán tenerlo en cuenta los electores conscientes para, si es posible, favorecer, en el segundo tiempo, a quienes sean más capaces de lograr un final razonable que lo sea, a la vez, para la armonía interior de España y para la seguridad del mundo occidental, dentro del cual España es una unidad de vanguardia.
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