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Son nuestros muertos

Por Pascual Hernández del Moral.
domingo 15 de noviembre de 2015, 10:20h

Una vez ya escribí sobre “los muertos de Primera y los muertos de Segunda”. Los “muertos de Segunda” se resuelven con una nota de dolor convencional en los faldones del periódico, o una mención de pasada en los informativos de televisión. Los de Primera son los nuestros, los cercanos, los que nos conmueven por próximos, los que llenan los periódicos durante varios días, los que nos hacen maldecir a los terroristas, los que nos sacan a las calles en manifestaciones de duelo colectivo, los que obligan a los gobernantes a hacer votos para acabar con la “lacra del terrorismo”, los que hacen que prometamos que “nunca los olvidaremos” etc.

Pero, veamos: dejando aparte el 11S y el 11M, ¿cuántos se acuerdan del avión ruso reventado en el aire ayer mismo, el 3 de noviembre de este mismo año en el Sinaí?, ¿cuántos de los ataques a tiros en la playa de Túnez?, ¿cuántos del secuestro de cuatrocientos niños en la escuela de Beslam?, ¿cuántos del episodio del metro de Tokio con el gas sarín?... ¡Se han producido tantos muertos en atentados terroristas que nos duelen unos días y luego se olvidan, que tenemos que pensar que son inevitables, y nos hemos de acostumbrar a vivir con ellos!.

En el que acaban de cometer en París (parece que terroristas integristas islámicos), será uno más. Los gobernantes del mundo se reunirán en conferencias, harán discursos historiados, mostrarán compungidos su dolor… pero no harán nada más: seguiremos con las mismas amenazas, con los mismos muertos sobre la mesa de tanto en tanto, muestra de la inanidad de los que nos gobiernan. Todos lo sabemos: poco harán para acabar con esta lacra contemporánea.

Todos los gobernantes claman que estamos en una guerra, y no es así: en una guerra, hay al menos dos bandos definidos enfrentados. Aquí no. Aquí hay unos estados que sufren agresiones bélicas permanentes, y un enemigo difuso, diluido, borroso, indeterminado, de difícil localización espacial y sin estructura socio-política, que sólo da la cara a través de nuestras víctimas. Más o menos, se sospecha dónde está radicado, pero los agredidos no se atreven a poner el pie a tierra e intentar acabar con ellos. PARA ESO, HACE FALTA UNA FORTALEZA POLÍTICA QUE NINGÚN GOBIERNO TIENE. El miedo a que les echen en cara las víctimas colaterales, que se producirían sin duda, a que los “buenistas” los tachen de “crueles y asesinos”, a que tengan que enterrar en su tierra soldados que hayan muerto en tierra extraña, los frena y los echa para atrás.

Sin embargo, algo habrá que hacer, si queremos defendernos de los verdugos, si queremos intentar acabar con este cáncer político y militar. Y no sólo porque las víctimas cercanas sean “nuestros muertos”, muertos de Primera, sino porque, aun sin poder erradicar al terror totalmente, se les ha de demostrar que hemos asumido el enfrentamiento, y que vamos a actuar en consecuencia.

Cuando supimos de esta última masacre, los amigos que estaban conmigo pusieron, al principio, cara de estupor, como si fuera el primer atentado que la sociedad occidental hubiera sufrido; del estupor se pasó a la compasión por nuestros muertos; y de ahí a la ira y a la petición de actuaciones en venganza de lo sucedido. Como en anteriores ocasiones, no se hará nada, y en unos días se nos habrán olvidado, lamentablemente. A lo sumo, nos quedará un eco lejano y un regusto amargo que durará hasta el próximo atentado. Y así, seguiremos.

“Todos somos París”, han dicho nuestros gobernantes y la mayoría de los medios, como ante dijeron “todos somos Charlie Hebdo”. Los lamentos de dolor, el querer mostrar la solidaridad con las víctimas, es lo “políticamente correcto”, es lo que se espera de todos; lo contrario sería pecar de inhumanos, de crueles, de desalmados. Pero, ¿y después qué?

Después de llorar a nuestros muertos, exijamos a los gobernantes que hagan lo imposible para acabar con estos asesinos inmisericordes y miserables, y que no sigamos inermes ante su crueldad. Los gobernantes tocando la gaita, y los asesinos a lo suyo.

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