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Conclusiones descabelladas

Por Fernando González
jueves 24 de septiembre de 2015, 10:54h

He repasado el video del evento y puedo asegurarles que ellos no estaban entre los distinguidos con los galardones Ig Nobel. Me sorprendió muchísimo. Los premios Ig Nobel, convocados por la universidad norteamericana de Harvard, se otorgan a los investigadores que presentan las conclusiones más estúpidas y disparatadas. Una humorada doctoral que provoca la carcajada de los alumnos y docentes que asisten al acto académico, pero que invita también a reflexionar sobre los excesos mentales que se incuban en ciertas inteligencias estériles. Por la pasarela de los Ig Nobel desfilaron muchos profesores chiflados, pero entre ellos no había representante alguno de las plataformas catalanas, cívicas o culturales, que fabulan con la existencia de un país soberano que pretende separarse de una nación que oprime y explota a sus habitantes.

En el evento citado, por ponerles algunos ejemplos, se explicó lo que le ocurre a una gallina a la que se le ata un palo en la cola, cuántos hijos puede tener un musulmán polígamo casado con decenas de mujeres y en qué parte del cuerpo humano duele más la picadura de una abeja. Esforzadas probaturas empíricas que de nada sirven a nuestra humanidad doliente. Y allí se presentó el domador iluminado que había entablillado la extremidad del ave. El pobre animalito, amarrado a su testigo de madera, caminaba penosamente, como si fuera un diplodocus del periodo jurásico. El invento probaría, según su hacedor, el entroncamiento evolutivo del pobre vicho con aquellos saurios imponentes. El probador de abejas, picoteado en todo su ser por tan laborioso bichito, explicó a la concurrencia que era en la base del pene donde más atormentaba el aguijonazo del insecto. Según los cálculos del matemático premiado, el prolífico semental árabe, desposado con más de sesenta mujeres, podría concebir a lo largo de su vida una prole superior a las ochocientas unidades.

Entre los inventos deslumbrantes que acabo de citarles, no estaban, ya les digo, las doctrinas de los soberanistas catalanes. Nadie subió a la tarima para contar a los presentes que Cataluña es una nación, invadida y sojuzgada, que hunde sus raíces seculares en la noche de los tiempos. El conjunto de patrañas inventado por Mas se merece una clamorosa risotada de la ciudadanía, pero una parte de los catalanes asume como propias las mentiras del converso secesionista. Mas no consiguió arrancarle a Rajoy su particular pacto fiscal y ahora quiere reparar aquella afrenta encarnándose en un peligrosísimo flautista de Hamelín. Convertido en ese legendario personaje de los hermanos Grimm, entona la melodía que sus seguidores desean escuchar. Muy pronto Mas los encerrará en la cueva de la frustración, el desencanto y la división.

Los encantados que caminan con Mas ignoran las señales de peligro que jalonan el sendero. No reparan en la ilegalidad manifiesta del proceso, en la ruina económica que les aguarda, en el corralito que encogerá sus ahorros, en el deterioro terrible que sufrirán sus prestaciones sociales, en el aislamiento que padecerán fuera de la Comunidad Europea y de la Zona Euro y en la indefensión geopolítica que tendrán que asumir. Sin embargo, las fábulas que cantan sus juglares se han transformado en verdades absolutas y los avisos racionales en amenazas intolerables. Puestos a desarrollar teoremas imposibles, no me sorprendería que Mas y los suyos consigan un Ig Nobel en su próxima edición.

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