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Mantequilla y pan tierno

Por Pascual Hernández del Moral.
viernes 14 de agosto de 2015, 10:09h

Amigo Venancio, ya ves que dejo en paz al mundo y sus pompas, y me dedico al gozo de la belleza, en lo que es posible: “Traten otros del gobierno / del mundo y sus monarquías / mientras gobiernan mis días / mantequilla y pan tierno…” etc. que decía Góngora.

Una tarde–noche de un solano condenado, una chorradica de lluvia y poco más, han logrado que los calores de infierno de finales de julio se hayan moderado, tras otros días de una atmósfera casi irrespirable por la calina y el polvo africano en suspensión. Para que lo sepas, querido colega, ahora se está muy bien en este pueblo acostado a los pies del monte PICARZO.

Esta mañana ha amanecido, Venancio amigo, con una atmósfera límpida, con un aire transparente, con un cielo azul intenso, en el que se recortaba el perfil del PICARZO, y de las QUEBRAÍLLAS hasta los LIRIOS, y, en el camino del PUENTE, el YELMO, ojo avizor sobre el curso del GUADALIMAR, camino de LINARES – BAEZA. Un paseíllo por la fresca mañana, y una visita al mercadillo ambulante del pueblo de al lado.

A la vuelta al pueblo, una cervecita (o dos) fresquita, en el bar de PÍO o del MANAZAS, mientras hacemos tiempo para comer. El otro bar, el de PEDRO, lo guardamos para la noche, para que mi santa deguste sus “pirámides”, sus “espeluznaos”, sus “vikingos”, sus “sherigan de atún” y otras exquisiteces de nombres exóticos, fruto de la imaginación del tabernero. Y hoy, tras la siesta, la corrida de toros desde San Sebastián que da la televisión. Yo no soy muy taurino, pero, ¡coño Venancio!, cada uno tiene “derecho” a ver lo que quiera, digan lo que digan los anti-todo, y más con la cantidad de canales que se nos ofrecen: tampoco soy muy flamenco y quito Telesur en cuanto comienzan a dar la barila, que parece que todos los andaluces debemos jalear con olés y palmas a cualquier cantaor.

En el pueblo tengo amigos desde hace cuarenta años, algunos peculiares, como el amigo FRANCISCO, con el que arreglamos el mundo cada tarde, de ocho a nueve. Un personaje quijotesco, que tolera mal hacerse mayor, a pesar de haber cumplido ya los ochenta. O PACO EL MERGO, con el que anoche vencí algunas jarras de medio litro. Él ya había rendido media docena, antes de sentarse con nosotros. Una conversación chispeante, ocurrente, divertida, que acabó cuando, con paso claudicante, se dirigió a su casa, “a esconder los moños”

He vuelto a ver otra vez chiquillos en la calle. Me han recordado a los míos cuando chicos: jugando a “pueblo”, al “bote” o a “la vaca”, carreras arriba y abajo. Si otra cosa no, en agosto casi se llena el pueblo, con la vuelta a sus raíces de tantos y tantos que se fueron, echados por la necesidad. Dan esperanza, si no fuera porque son pocos: hacen falta más chiquillos para que se produzca el relevo generacional. Y las muchachas, con esos pantaloncitos ansiosos, que no tapan casi nada y amenazan con enseñarlo todo, y los ombligos al aire, que despiertan miradas lascivas de los más viejos, que critican, aunque estén encantados, la falta de pudor de la juventud.

Agosto plácido, querido Venancio, si no fuera por los telediarios. Los primeros diez minutos de cada informativo son terroríficos: chiquillos muertos a manos de su madre o de su padre, antiguos consortes que han perdido el norte y la guía y acaban con sus mujeres, manifestaciones de manteros que acaban a palos, emigrantes africanos, manifestaciones enquistadas y animadas por la propia alcaldesa, alguna salida de pata de banco de algún ministro, alguna cantada de gallina de los socialistas, que prometen juntarse con cualquiera, el astuto y sus ganas de ser Companys. Por unos días, parece que han aflojado las “denuncias” de corrupción, lo que no significa que haya desaparecido la lepra que corroe a muchos gobernantes…

Hay una cosa que me ha llamado mucho la atención, colega Venancio: los gallos, que cuando yo era pequeño cantaban al amanecer y mantenían el orden en el gallinero, incluso ante la garduña, ahora cantan a las once de la mañana y a las seis de la tarde, están desorientados y, al menos a mí, me desorientan, no digo ya a las pobres gallinas, a las que traerán locas… ¿será síntoma de algo?

Ya ves, querido Venancio, he sido capaz de escribir una página sin meterme con nadie, y solazarme en la paz de agosto.

Que dure esta paz y la tranquilidad agosteña, y tú que lo veas.

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