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Que treinta años no es nada

Por Benito Fernández
martes 11 de agosto de 2015, 21:06h

Eso dice el tango y no es verdad. Ni de lejos. Treinta años son treinta años. Los que va a cumplir mi hijo dentro de pocos días- Algo más de la mitad de los que yo he vivido. Toda una vida, todo un periplo existencial que incluye el adios de muchos seres queridos, la bienvenda a otros que son nuestro natural relevo y el legado de lo que vamos dejando con nuestra obra vital y la de los que nos rodean. Lo digo en unos momentos en los que un desgraciado acontecimiento me ha hecho rememorar otro suceso trágico ocurrido mas o menos por estas fechas hace tres décadas. Me refiero naturalmente a la muerte en Pozoblanco del toreroFrancisco Rivera “Paquirri”, en el verano de 1995, y la gravísima cogida sufrida por su hijoFrancisco Rivera Ordóñez, en Huesca, en la tarde del lunes, que ha estado a punto de costarle la vida. Afortunadamente Pozoblanco no es Huesca y las circunstancias que han rodeado ambos percances no son las mismas que hace treinta años.

Quiero acordarme de aquellas fechas en las que “Paqurri” murió y la memoria se me nubla. Yo era por entonces un aprendiz de periodista que había hecho mis pinitos como reportero en la sección de sucesos de ABC de Sevilla y comenzaba ese verano a escribir mis crónicas políticas en la Sección de Andalucía de ABC de Sevilla de la que acababa de ser nombrado jefe, sobre la crisis que azotaba al entonces presidente de a Junta,José Rodríguez de la Borbolla, acosado por el sector “guerrista” del PSOE, y que acabaría costándole el puesto. Me acuerdo de llegar a la enorme casa que mis suegros tenía en la Plaza de San Juan y escuchar en el telediario de la noche la fatal noticia del fallecimiento del torero. Todos nos quedamos paralizados, absortos en lo que contaba el busto parlante de la 1, la única cadena, junto a su hermana UHF, que teníamos entonces.

Es curioso pero con lo que han cambiado las cosas en treinta años en esta España, hay personajes y situaciones que nos siguen haciendo ver que todavía hay mucho que no se ha movido desde entonces. Pese a internet, a los móviles, al adelanto tecnológico, a las autovía y al AVE, ahí siguen los mismos protagonistas de entonces, la familia Paquirri y Pantoja, acaparando titulares de radio, prensa y televisión, como si no hubiese pasado el tiempo. Eso sí, algunas, como Isabel, con bastantes más años, mas achaques y muchos más problemas económicos que hace treinta años. Y como Isabel, ahí siguen también, gobernando la Junta de Andalucía y los principales ayuntamientos, los mismos que entonces, los socialistas. Nuevas caras, como es lógico, han sucedido a losBorbolla,Chaves,ZarríasoGriñán, pero Andalucía sigue rindiendo pleitesía, y no digamos ya en los pequeños pueblos del interior de nuestra comunidad, a los mismos señores que nos gobernaban hace más de treinta años. Como en el Gatopardo, todo ha cambiado para que todo siga igual.

Perdonen esta especie de “flash-back”, esta inmersión en el pasado, pero las circunstancias que me rodean, el contacto con antiguos amigos de la niñez y el recuerdo de hechos como “la campanica del turrón” o el siempre evocador traslado de las Reliquias, que tuvo lugar como es habitual cada año, ayer, día 11 de agosto, me han obligado a rememorar unos hechos que aún siguen vivos en la pátina de mis recuerdos. Es hoy con el traslado y el inicio de la Novena, cuando en realidad comienza la Fiestasantos aunque no sea hasta el 19, con la quema de Daciano, cuando lleguen a su punto álgido los festejos que se prolongarán hasta el día 24 de agosto y que tienen como fecha clave la procesión de San Bonoso y San Maximiano y sus Sagradas Reliquias, en la noche del 21 de agosto, un acontecimiento digno de ser contemplado en vivo y en directo por lo que tiene de fervor religioso y de identidad antropológica de una ciudad, Arjona, cuya cultura e historia se remontan hasta las primeras culturas iberas que poblaron nuestra Andalucía.

Agoto mis últimos días en Arjona, el próximo sábado vuelvo a Sevilla, y como me suele ocurrir todos los años, es ahora cuando comienzo a cogerle el gusto al pueblo. Posiblemente sea porque se acercan las fechas festivas y el monótono ambiente que se respira comienza a animarse con la llegada masiva de forasteros (los “conejeros” los llaman aquí) que le dan un tinte especial a las hasta ahora vacías terrazas de los bares. Sus calles cobran nueva vida, se llenan de paseantes, de gente que se saluda afectuosamente, de caras tostadas por el sol de la playa, de sana y contagiosa alegría que bulle por cada rincón. Solo me queda invitarles a visitar esta ciudad quedarse prendados de su belleza y la de su gente. No se arrepentirán.

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