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Los agujeros negros del PSOE

Por Fernando González
martes 11 de agosto de 2015, 16:46h

Pedro Sánchez debe afrontar los gravísimos problemas que debilitan a buena parte de sus federaciones fundamentales. De no ser así, la renovación que encabeza se quedará en nada. Desde que desapareció el centralismo democrático impuesto durante muchos años por Alfonso Guerra, el PSOE se ha convertido en un rompecabezas orgánico y programático. En cada comunidad, según sople el viento electoral, los socialistas se desfiguran para adaptarse al medioambiente político. En esas operaciones suicidas, los dirigentes regionales desvirtúan la identidad ideológica que justifica la existencia de su partido.

Uno de los agujeros negros del PSOE se localiza en Cataluña. Organizado durante la Transición, el partido de los Socialistas Catalanes nació de un acuerdo histórico entre la burguesía catalanista de izquierdas, ilustrada y progresista, y las agrupaciones obreristas del PSOE. El PSC se afianzó en los cinturones industriales que rodean a la ciudad de Barcelona, poblado fundamentalmente por emigrantes procedentes de las zonas más deprimidas de toda España. Desde entonces, el PSC ganó siempre las elecciones generales en Cataluña y se mantuvo como primera fuerza de la oposición en la Comunidad Autónoma.

Un buen día, cuando tuvieron la oportunidad de acabar con la autarquía de los nacionalistas convergentes, el PSC abandonó la tradición proletaria y se diluyó en un tripartito manejado por los secesionistas de Esquerra Republicana. Aquel alarde de miopía estratégica, que tuvo como protagonistas a Pascual Maragall en el Palacio de la Generalitat y en la Moncloa a José Luis Rodríguez Zapatero, inauguró el período de inestabilidad soberanista que ahora padecemos todos. Aquella iniciativa, tan equivocada como persistente, destrozó la credibilidad del PSC en Cataluña. Solo una refundación, basada en la defensa de los trabajadores, fiel a los principios que colocaron al PSC como fuerza hegemónica de la izquierda, puede sacar a ese partido de marginalidad en la que ha caído.

Otro tanto le ocurrió al PSOE en Galicia. Enrolado también en un tripartito nacionalista, que en realidad no era otra cosa que la suma de tres gabinetes en uno, el PSOE gallego sumergió su ideario en una poza de aguas pantanosas. Aquellos que intentaron dinamitar el monopolio regional del Partido Popular gallego, perdieron la partida. Ahora están condenados al ostracismo político durante muchos años. Algo muy similar le puede acontecer al PSOE de la Comunidad Valenciana, atado como está al regionalismo radical de las fuerzas populistas que allí prosperan.

Muy cerca de la sede central donde habita Pedro Sánchez, desde hace ya demasiado tiempo, se escenifica un esperpento incomparable. Pongamos que hablo de Madrid y de la Federación Socialista Madrileña. A lo largo de su historia se suceden las peleas barriobajeras entre renovadores, convergentes, guerristas, socialistas populares, terceras vías, asociaciones de base y demás familias fratricidas. Cada crisis se cierra con un ajuste de cuentas brutal y los vencedores se encadenan a sus poltronas como si hubiera llegado el fin del mundo. Perdidos en el fragor de las sucesivas batallas, ajenos a lo que pasa en la calle, han terminado por convertirse en una tropa de ridículos figurantes.

Así las cosas, sin trigo que moler en varios de sus graneros más importantes, con el huevo de la serpiente incubándose en su propio nido, es muy complicado que el PSOE se presente a los votantes como una alternativa real de poder. La solución podría estar señor Sánchez en las propias siglas del PSOE. Ya sabe: Partido Socialista Obrero Español. Sin más mandangas federalistas, sin más pactos con el diablo y sin más apaños estratégicos.

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