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Manda huevos con el cambio climático

Manda huevos con el cambio climático

Por Benito Fernández

viernes 17 de julio de 2015, 00:39h

Sinceramente hasta hace poco tiempo yo creía que lo del cambio climático era una pamplina de Al Gore y de los ecologistas de Greenpeace para entretener al personal y sacarse unos dólares con sus conferencias, pero si usted no tiene la suerte de estar en la playa y le ha tocado el turno de trabajo estival este mes de julio en Sevilla, Córdoba o Jaén habrá comprobado en sus propias carnes que lo del cambio climático y el calentamiento de la tierra es un hecho incuestionable. ¿Desde cuando estamos soportando las famosas ola de calor que más que olas son tsunamis?¿Desde finales de junio? Son ya más de treinta días de continuos e ininterrumpidos avisos naranja de la Aemet y cada una de esas olas supera a la anterior con temperaturas saharianas `por en cima de los cuarenta grados a la sombra. Lo de los últimos días hacía tiempo que no se veía. Yo, que nací a escasos doce kilómetros de Andújar, la ciudad más calurosa de España, y que llevo viviendo en Sevilla desde hace más de cuarenta años, no recuerdo un verano tan puñetero como este. Esta semana se han batido todos los récords y pasear por la Avenida de la Constitución, huérfana de árboles, a las cuatro de la tarde es toda una trágica experiencia que no se la deseo ni a mi peor enemigo.

Con todo hay algo que nunca llegaré a entender. Solo conociendo en profundidad al pueblo japonés, su capacidad de sufrimiento, su aguante ante las adversidades, su tenacidad, se puede comprender que los grupos de turistas nipones paseen en fila india, desde la Catedral a la Real Maestranza, en un desfile similar al de los judios ante los hornos crematorios de los campos de concentración nazis de Dachau o Auswitz. Todos en fila, con gorras y sombreros del más variado estilo, bottela de gaua en la mano junto a la cámara con extensor de selfie, mirando siempre hacia el frente, haciéndole fotos a todo lo que se mueva y siguiendo impertérritos las instrucciones del guía de la banderita amarilla que, para más inri, suele llevarlos por la acera donde cae implacable el sol. El sacrificio solo se comprendería si, al final, le dieran un premio gordo como la primitiva a cada uno de ellos, pero ¡qué va! Encima este infierno sevillano les cuesta un ojo de la cara.

Ya les he contado en alguna ocasión que mi mujer es dueña de una tienda especializada en aceites de oliva de alta gama, Oleo-le, en la calle García de Vinuesa. Yo suelo pasarme buena parte del día en la acera, junto a la entrada, fumándome una pipa y saludando al numeroso personal conocido que circula por esta céntrica calle sevillana que es la entrada al Arenal. Desde ese privilegiado observatorio contemplo alucinado el ir y venir de la excursiones de turistas que en manadas ovejeras se dirigen a la Plaza de toros después de haber visitado a toda prisa y sin un respiro la Catedral, los Reales Alcázares y el Barrio de Santa Cruz. El trasiego es continuo y los fines de semana, los siempre educados turistas japoneses son sustituídos por los grupos del Inserso provenientes de pueblos de Galicia, Asturias, Madrid o Cataluña que son identificables porque, además de los pantalones cortos con calcetines y camisetas alusivas a sus comunidades, parecen ignorar las aceras, invadiendo toda la calzada y provocando el pitido de los cláxons de los automóviles que se une a la natural algarabía vocinglera de las maris de turno. “¡Loli, mira, cómprale a tu Pepe ese delantal de flamenca para que te baile por sevillanas mientras te hace la fabes con chorizo. O mejor el del torero y que se lo ponga cuando quiera tema!”

En fin, a lo que iba, que no era otra cosa que denunciar el calentamiento terrestre que estamos provocando con los gases invernadero y el ataque a la capa de ozono. Después de este insufrible verano me hago de Greenpeace. Lo juro. Tras aguantar toda esta semana tórrida en Sevilla soportando los cuarentaitantos grados de día y los treinta y tantos de noche, por fin me llega el tercer fin de semana de vacaciones de gorra. Si los dos anteriores me largué a Conil a un chalet de mi amigo Lino, ahora me toca el turno de desplazarme a Estepona a otro chalet del colega que mantiene viva y sin cobrar un duro esta página web, Enrique Falcón. Espero que el infierno de la vega del Guadalquivir no llegue estos días a la Costa del Sol y podamos disfrutar de unas noches al aire libre sin necesidad de tener las veinticuatro horas encendido el aire acondicionado, que, por cierto, manda también huevos la factura de la luz que nos va a venir en septiembre por culpa de las puñeteras las de calor. Como dicen algunos, la culpa de todo la tiene Rajoy. Con Zapatero la calor era más llevadera, aunque nos llevase a todos a la más completa ruína con sus planes E y su Alianza de Civilizaciones. Andemos con cuidado porque vendrá alguno en un futuro próximo que puede hasta hacer bueno a su antecesor. El que avisa no es traidor.

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