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Adios, Rosa... qué solo se queda Rajoy

Adios, Rosa... qué solo se queda Rajoy

Por Fernando Jáuregui

viernes 10 de julio de 2015, 17:32h
El enorme maremoto que afecta a las formaciones políticas españolas en vísperas casi de unas elecciones generales se lleva por delante este sábado a una histórica como Rosa Díez, que creó y lideró con mano de hierro en guante de acero un partido, UPyD, que hace apenas año y medio era una promesa de futuro y hoy es apenas un rescoldo pronto a extinguirse en medio de una lucha sórdida. En el curso de poco más de un año han abandonado la vida pública desde el rey Juan Carlos I hasta Cayo Lara, pasando por Alfredo Pérez Rubalcaba o, próximamente, Cándido Méndez. Pero ¡si hasta el logo del Partido Popular se ha transformado, y nos advierten de que lo que siempre creímos gaviota es otra clase de pájaro, tal vez un albatros, que resulta menos carroñero!

Si la marcha definitiva de Díez abre aún mejores perspectivas a los ‘jóvenes’ Ciudadanos de Albert Rivera por el centro, en la izquierda Pedro Sánchezrepresenta un indudable factor de renovación al frente de una ejecutiva nueva o, al menos, bastante nueva. A la izquierda del PSOE vemos surgir cada día nuevas alternativas, como la de Ahora en Común, que se resisten a dejar sin más el paso franco al arrollador Podemos, quizá algo contaminado por la soberbia de su líder, Pablo Iglesias, que tal vez creyó que podría hacerse con el santo y la limosna de una Izquierda Unida declinante, sí, pero parece que no muerta. Y cuyo dirigente actual, Alberto Garzón, me parece mucho mejor dotado para el liderazgo político que Iglesias. Pero es este un juego de tronos jóvenes, ambiciosos, con ganas de pelea, que se disputan un espacio político que se circunscribe a lo que es, y que nadie piense en una caso Syriza a la española: lo que no puede ser, no puede ser y, además, suele ser imposible. Grecia no es España, país que, por cierto, aspira al mayor grado de crecimiento económico de la zona euro para este mismo año.

Y ahora nos queda el partido gobernante. El Partido Popular a cuyo frente, indiscutible, se erige un hombre que acaba de entrar en la sesentena -grave pecado, por lo visto, en la efébica política española-: Mariano Rajoy. Yo pienso, ahora que el presidente del Gobierno y del PP encabeza una ‘conferencia política’ de la que espero que salga algo más que un cambio de logo, que Rajoy es un serio candidato a seguir en La Moncloa. Lo digo precisamente ahora que su imagen y su figura están en baja, más por ese aburrimiento que la veleidosa opinión pública muestra hacia quien carece de carisma y de voluntad de tenerlo, que por errores en su gobernación, que, la verdad, ha tenido pocos, más allá de su lamentable estilo comunicativo. Lo que ocurre es que ahora Rajoy se ha dado cuenta de que ha de pelear por el puesto: acabaron las mayorías absolutas y sus escasas cualidades para el pacto le han dejado solo. Nunca creí esa patraña inventada por La Moncloa de que los grandes competidos finales serán el propio Rajoy y Pablo Iglesias; he preguntado a cientos de personas, y ninguna, venga de donde venga, imagina al líder de Podemos convertido en un nuevo Tsipras. La Moncloa sabe que el competidor más temible será Pedro Sánchez, en alza en este cuarto de hora: ¿se prolongará este período de gracia hasta la convocatoria electoral? Puede que sí, porque el aún flamante secretario general es consciente de que tendrá que ganar cada centímetro dando la batalla en todos los frentes, y convenciendo a los españoles de que es tan competente en muchas materias como Rajoy, pero mucho más abierto y simpático que él, y de que su equipo es mejor que el de Rajoy, lo que, a la vista de las circunstancias, puede que nos sea mucho decir.

Así que Rajoy tiene que enfocar sus tiros dialécticos hacia el PSOE, y no hacia Podemos, que está en las antípodas, lejano, distinto y distante. Espero con ansiedad el discurso, me dicen que importante, que pronunciará este sábado, clausurando la conferencia política del PP: veremos hasta qué punto Rajoy es capaz de reinventarse, como no supieron hacerlo ni Juan Carlos I, ni Cayo Lara, ni Pérez Rubalcaba ni, desde luego, Rosa Díez, que muere presa de su falta de flexibilidad. Alguna vez he escrito que Rajoy tiene que ser el hombre que oriente el inevitable Cambio, con mayúscula, que vamos a vivir en la Legislatura que está a punto de entrarnos. De que crea en ese Cambio y sepa orientarlo convenientemente dependerá que siga o no en el despacho presidencial. Este fin de semana empieza así, no oficialmente pero de hecho, la campaña electoral más apasionante que un veterano comentarista como yo haya podido vivir desde aquellas de finales de los setenta en las que un cambio de rostros, de signo, de modelo, era lo que se jugaba. Como ahora, ni más ni menos.
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