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La vanidad y el ridículo

La vanidad y el ridículo

Por Pascual Hernández del Moral

miércoles 24 de junio de 2015, 09:36h

Goethe decía, más o menos, que ciertos libros se han escrito para que los demás vean lo que sabe su autor, o sea, que quieren convencernos de que son sabios, y por tanto, admirables. Lope de Vega lo decía de otra manera:

“O sabe naturaleza / más que supo en otro tiempo, / o tantos que nacen sabios / es porque lo dicen ellos”

Y es que VANIDAD es una característica esencial de todo ser humano. Podríamos afirmar que muchos santos los fueron para que los demás reconocieran su santidad, en una actitud muy propia de los fariseos del siglo I: “VANIDAD DE VANIDADES”, que dijo el Eclesiastés. Todos pensamos que somos muy importantes, los mejores, que lo que hacemos o hemos hecho es lo más importante del mundo. Yo, lo confieso, también he sido vanidoso, aunque con la edad, el pensamiento vanidoso de ser o haber sido importante, se va diluyendo, y vas ganando en modestia lo que pierdes en juventud.

LA VANIDAD ES YUYO MALO QUE ENVENENA CUALQUIER HUERTA”, que decía el gran Jorge Cafrune. Lleva al vanidoso al desprecio de los demás, a los que nunca les reconoce méritos, ni inteligencia, gracia, o sabiduría ninguna, por si ante los demás, pudieran competir con él. Es el “desprecio intelectual” del otro. Y del desprecio al insulto, usando un tono altanero y displicente, con el ánimo de humillarlo ante los demás y hacer mella en su ánimo hay un corto camino. El desprecio que siente el vanidoso por el otro se convierte en ocasiones en ODIO. Alguien de los jóvenes cachorros políticos de hoy, cuyo nombre no recuerdo, mal que le pese a su vanidad, escribió en una ocasión: “NO HEMOS ODIADO BASTANTE”, supongo que para decir que lamentaba que “los demás” siguieran viviendo.

De este tipo de violencia verbal a la VIOLENCIA FÍSICA hay un paso. La violencia verbal lleva al insulto fácil, manifestación del desprecio que el vanidoso siente por los otros. Vanidosos y violentos son los jóvenes que maltratan a sus compañeros en el instituto; vanidosos y violentos los que agreden a las mujeres, considerándolas de menos valer; vanidosos son los politicastros de medio pelo, que, en lugar de convencer con razones de peso y de conveniencia social, moral o política a sus electores, desprecian e insultan a sus contrincantes, a los que consideran menos que ellos; y desprecian e insultan los que no les han dado el voto con un repertorio de insultos pre-elaborado: la vanidad los ciega: sólo ellos son merecedores de gobernar, porque son los más inteligentes.

El célebre tuiter de Iñigo Errejón sobre la hegemonía, la tensión, la irradiación y la seducción (¿) es una manifestación más, no la única ni él ha sido el único, de la estupidez a la que conduce la vanidad. Este señor se define a sí mismo como “POLITÓLOGO”; se considera a sí mismo como una celebridad brillante, que se puede dirigir a los demás desde su atalaya. Y ha hecho el RIDÍCULO más espantoso. No debemos alarmarnos, porque ni es el único que ha patinado, ni será el último.

La vanidad lleva al RIDÍCULO. Unas veces el ridículo se hace en un malhadado tuiter, y otras en los discursos políticos. Analicen las actitudes de VAROUFAKIS, de su indumentaria y de sus actitudes y de los insultos e improperios lanzados contra la troika”; de los discursos de PABLO IGLESIAS TURRIÓN (escribo el segundo apellido para que no se confundan ustedes): el tono suficiente, engolado, vanidoso, tronante como el de un dios en el Sinaí, fatuo y presumido, que resulta de la destilación de su vanidad. Y fíjense con qué facilidad pasan al insulto del opositor. Y a la utilización de un lenguaje chulesco y procaz, que a mí me parece una manifestación de su ignorancia.

Puede que no sea así, pero la vanidad la considero consecuencia de la falta de cultura. La altivez sin consistencia intelectual lleva al ridículo.

Y ustedes perdonen.

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