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Robespierre no era de Podemos

Robespierre no era de Podemos

Por Fernando Jáuregui

Por Fernando Jáuregui
martes 16 de junio de 2015, 17:24h
Hay personas insignificantes, con un podrido sentido del humor y una excesivamente alta opinión de sí mismas, que estos días, supongo que encantadas, se ven en los titulares de los periódicos: quién se lo iba a decir a ellos. La contribución al progreso de la humanidad que tales personas han hecho se centra en la publicación de algunos ‘tuits’ insultantes, del peor gusto, sin el menor talento. Y resulta que algunas de esas personas, a las que no nombraré para no caer en los vicios que denuncio, han accedido, o podrían acceder, a un acta de concejal. Naturalmente, esta vez en las listas variopintas de esa izquierda que quizá se haya aglutinado, o no tanto, en torno a la formación Podemos.

He mantenido algunas controversias en radios y televisiones con ciertos compañeros, empeñados en ver que esos casos -aislados-, así como algunas manifestaciones callejeras energumeneicas contra representantes municipales del PP o de Ciudadanos, significan el comienzo de algo así como la “batasunización de España”, y el “suicidio” del país. Advertir de que no se debe exagerar, porque la demasía profética provoca indefectiblemente un ‘efecto boomerang’, me ha generado algunos comentarios desagradables en las redes sociales, y no procedentes precisamente de Podemos, desde donde también, en el pasado, he recibido menciones poco gratas. En las redes, casi todo sale gratis…

Creo que la calma es la medicina adecuada a la actual situación de cambio, en la que se producen conductas locas o lerdas -en muchos ánimos frustrados anida siempre el guillotinador vocacional Robespierre, que, por cierto, creo que no era de Podemos- producidas por individuos cuyo fracaso en la vida les lleva al ánimo de venganza. Así traté de explicárselo a la por otra parte gran persona Begoña Villacís, la candidata de Ciudadanos a la alcaldía de Madrid, contra quien se dirigió el pasado sábado el clamor maleducado de la masa. “También se lanzaron contra la Pantoja, o contra cualquiera capaz de ser el pararrayos de su odio”, le dije, intentando subrayar que las bajas pasiones estallan tantas veces al calor del anonimato, de las hordas desatadas, que hoy vitorean a Fernando VII y mañana le lanzan piedras. Apenas conseguí otra cosa que algún ‘tuitero’ me recriminase, en tono insultante, por comparar a la señora Villacís con la mencionada cantante (¿?) y, de paso, por ser “cómplice” de Podemos o de sus ‘compinches’ socialistas.

Creo, ciertamente, que los dirigentes de esas formaciones emergentes que tanto éxito han cosechado en las urnas deberían tratar de no echar leña al fuego –no lo hacen, en realidad—y propiciar más llamamientos a la calma y a la normalidad, convenciendo a los más exaltados, o a los más bobos, de que por ese camino no se transita hacia nada constructivo. De la misma manera que pienso que evocar cosas sucedidas en 1936, agitando el fantasma del pánico al ‘frente popular’ que teóricamente se nos echa encima, situar a ‘esta’ España al nivel de ‘esa’ Grecia, no lleva sino a que algún periódico europeo, nunca demasiado bien intencionado hacia nuestro país, fabrique titulares escandalosos: ‘España, entre Mariano Rajoy y Pablo Iglesias’. ¿De verdad, pregunté a mis contertulios, hay un solo español que crea, con la mano en el corazón, que Pablo Iglesias puede a corto o medio plazo instalarse en La Moncloa, asistir a los Consejos europeos, presidir paradas militares? Venga, volvamos a la realidad: Podemos no es una opción para el Gobierno de la nación y, en cambio, Rajoy y el socialista Pedro Sánchez, que inicia esta semana su andadura hacia la candidatura presidencial, sí lo son.

No sé si, como piensan -o dicen pensar- comentaristas concretos, hay un plan director de todo esto en alguna caverna de la reacción o de la ultraizquierda. Un plan para separarnos de los países occidentales, para que hable –mal—de nosotros el New York Times, convirtiendo la acción tuitera de un mentecato en categoría de por dónde nos van a llevar ciertos rectores municipales. Personalmente, mi probada ingenuidad me impide alegar tesis conspiracionistas para bucear en el fondo de lo que está pasando. No existe tal fondo, sino malas formas. No hay conspiración, sino falta de inspiración. No hay frentepopulismo, ni ‘tontos útiles de los bolcheviques’ (ni hay bolcheviques), sino deseo de cambio profundo, mal comprendido por unos, que no quieren cambiar, y por otros, que pueden hacer fracasar el Cambio a base de tuits, escraches, necedades y simplezas que, por supuesto, sus mayores no comparten, pero no atajan con la firmeza necesaria: lo digo porque algún concejal madrileño ya debería haber dejado de serlo, por ejemplo. O porque la enseña nacional no debería haber sido arriada de alguna fachada municipal, por poner otro ejemplo.

Y así andamos, en la España de los tuits, en la que lo superficial se impone casi siempre a lo importante. Y lo importante, para mí, estriba en saber hasta dónde el hombre que tiene la máxima responsabilidad a la hora de infundir al país calma y seguridad, está dispuesto a llegar. Sí, Rajoy es quien, con mano tranquila y firmísima, debe capitanear el cambio, porque le corresponde. Y no lo hará si mantiene la tesis de que es preciso que cambie lo mínimo para que todo siga igual. Mientras, que viva la locura de las redes sociales, si algunos no encuentran okupación menos absurda que zarandear a todo lo que se mueve, en la España de la derecha y en la España de la izquierda. Dos Españas que se encuentran en lo vociferante. País…
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