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La vuelta del Ramo en Navidad

La vuelta del Ramo en Navidad

lunes 22 de diciembre de 2014, 23:44h
Ha vuelto el Ramo Leonés, y se va extendiendo porque ya no es cosa sólo de la capital de León, sino que espontáneamente se ve también por Ávila, Zamora, Salamanca, Palencia o Cantabria; algo curioso que por una vez nada tiene que ver con el Artificio que es nuestra Comunidad Autónoma. 

Desde mi más profundo respeto y envidia insana a los que recibían los regalos el día 25  y aunque  sé bien como se apañan los niños de hoy para recibirlos por partida doble, soy más de reyes magos que de Papá Noël. Por eso no puedo tener más que simpatía por esta tradición perdida en el XIX que ha vuelto por Navidad en los últimos años en sustitución del Árbol, que no deja de ser navideño pero que siempre he sentido menos nuestro que el Belén, pura esencia icónica de la Navidad.

Feliz Navidad. Si hay algo fascinante de estos días está en ese aire frío y cálido que todos respiramos, emoción profunda y espontánea de la que se ha hecho tanto negocio. El espíritu de la Navidad es el más comunal, acaso uno de los espíritus de comunión más profundo, auténtico y humano. Porque reunirse junto al fuego  en familia cuando fuera hace frío ha sido la única emoción feliz en el invierno para multitud de generaciones. Y el cristianismo, triunfante por lo universal y sintético de su mensaje, ha sabido sellar con el amor y la más bella Estampa Humana el aliento de Esperanza para los vulnerables que todo nacimiento significa. La Esperanza es lo último que se pierde porque acaso es lo único que viene aparejado con la vida. 

El ramo leonés parece también una feliz muestra de lo sincrético. Triángulo Isósceles de madera  sobre el que se apoyan los doce meses del año que son sus doce velas, y del que cuelgan adornos, regalos y pasteles; este candelabro que en tantas iglesias puede verse hoy suele sujetarse con un varal sobre el que se arrollan como en un enjullo  guirnaldas, cintas de colores o trozos de perennes frútices.  Se ha dicho que la tradición asienta su origen precristiano siendo simple ramo en la montaña leonesa, al igual que los abetos nórdicos, y que adoptó por las pastoradas la forma del archiconocido tenebrario, candelabro triangular de quince velas que se usa en  semana santa y conmemora las lamentaciones de Jeremías. No tengo claro si Sánchez Albornoz se refería a estos candelabros cuando habla de los Ciriales Leoneses del siglo X, pero sí nos cuenta al principio de su libro cómo León quedó cien años desierta una vez reconquistada , y fue poblada después con elementos mozárabes y también hebreos, que fueron conformando su rico mercado medieval. Así que no puedo dejar de intuir cierta influencia de la parecida tradición que representa el candelabro de la Hanukka Judía,  de nueve velas  y  que también se celebra en Navidad.

Al igual que en otras tradiciones como el palentino bautizo-circuncisión del niño Jesús, se mete así lo judío disfrazado de pagano en la Navidad. Y el mismo León que observa en su San Miguel de la Escalada una de las grandes obras mozárabes, es testigo de que si la cultura islámica vencida en la guerra tuvo una influencia directa y aceptada en el arte religioso español, el judío siempre fue perseguido y envidiado  en la retaguardia en un país en que abundaban los cortesanos hebreos. Como está escrito en la Toráh,  es el judío aceite que siempre sube sobre el agua, nunca se mezcla con ella y deja el cántaro aceitoso al vaciarlo.  Así lo judío ha luchado siempre por tener su presencia sutil en todo, desde la ensalada hasta la Navidad.  Su discreta influencia de sociedad secreta es la de quien ama o quiere amar a la ingrata Comunidad que no le entiende y le necesita para desfogar sus frustraciones. Estos símbolos se hacen públicos hoy junto a reales escudos de armas en lugares mágicos y secretos como las sinagogas toledanas.  Sin nunca llegar a la mezcla, lo judío ha teñido a Occidente en formidable mixtura de monoteísmo, como punto cardinal más entre lo griego, lo romano y lo cristiano. 

Una vez más, Jesús era el judío que rompió las barreras e hizo posible la mezcla, el mestizaje de Judíos y Gentiles que solo Dios podía ordenar, fundando una civilización bimilenaria y paradójica, porque su visión expansiva y militar se basa en la conquista del corazón por el amor. La historia del ramo nos advierte que la fascinación que siempre ha tenido el ser humano por lo sincrético ha sido aprovechada para disfrazar sociedades totalitarias y fabricar obediencias a quienes predican libertad. Pero también nos enseña que también hay muchos modos de vencer al frío invierno humano, y de enviar un mensaje de auténtico amor y esperanza en tiempos difíciles. Pongamos pues un ramo leonés en casa, porque es muy nuestro y simboliza la capacidad humana de renacer e integrar, de entender, de construir, de tolerar, de crear; el esfuerzo abnegado y esperanzador de continuar.  Feliz Navidad, otra vez.  

Daniel Muñoz Doyague
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