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Los errores de los del lado de acá

Por Fernando Jáuregui
jueves 11 de septiembre de 2014, 20:11h
La Historia, en efecto, hay que estudiarla, casi diseccionarla, para que los humanos, que somos esa raza animal que tropieza tropecientas veces en la misma piedra, tratemos de sortear los errores que cometieron nuestros mayores. He dedicado unos días a repasar los acontecimientos de la última década  en Cataluña y, vistos con perspectiva cuando ha transcurrido este tiempo, hay que concluir que resulta difícil cometer mayor número de equivocaciones, tropelías, dislates, estupideces, mentiras y maldades que las que se han practicado en estos años desde que, allá por 2003, se comenzó a tramitar un nuevo Estatut. Hablo, naturalmente, de las gentes que entonces, y ahora, habitaron la Generalitat y de las que entonces, y luego, poblaron La Moncloa. Sorteo la tentación de hacer una enumeración detallada de todas las barbaridades puestas en marcha durante la segunda Legislatura de Aznar, durante las dos de Zapatero y en los dos primeros años y medio de mandato de Rajoy, que han sido, acaso, estos últimos, los más cautos de la década: tal vez excesivamente cautos, a mi entender, y lo digo sin conocer bien la evidente trastienda que existe -espero que exista- en lo referente a cuanto tenga que ver con las relaciones entre Cataluña y el resto de España. Desaciertos monclovitas, o 'madrileños', como gusta decir en la Plaza de Sant Jaume, que han ido paralelos a los de los sucesivos presidentes de la Generalitat: de lo de Pujol mejor ya ni hablamos, porque nos obligaría a hacer una profunda revisión de muchas cosas que se ocultaron desde los gobiernos centrales relacionadas con una bien conocida corrupción del entonces Molt Honorable President. Pero sí podríamos extendernos en las 'maragalladas' que le sucedieron, empezando por aquella 'alianza contra natura' con Esquerra Republicana que impidió que Convergencia i Unió, la más votada en las elecciones, gobernase. O podríamos hablar del tripartito malhadado de José Montilla, un president que concitó en su mandato todas las formas posibles de equivocarse. Y, así, llegaríamos, por fin, a Artur Mas, cuya evolución desde unas posiciones sensatas, que cualquier periodista que hubiese hablado con él pudo comprobar, hasta su realidad actual, supone un giro de muchos y desafortunados grados. No se puede culpar, pues, exclusivamente a Mas, hoy prisionero de Esquerra, como lo estuvieron, a su manera, los socialistas Maragall y Montilla, de la deriva en la que ahora nos hallamos. Ni sería justo insistir en el 'inmovilismo' de Rajoy para explicar el desentendimiento entre ambas partes, un desentendimiento que, como se sabe, y acudo nuevamente a la Historia, empieza mucho antes de que Maragall, en connivencia con Zapatero, pusiera en marcha sus recetas nocivas para la salud de España en general y de Cataluña muy en particular. Las marchas reivindicativas de la Diada son, a mi entender, una consecuencia de tantas meteduras de pata, puede que algo también de muchas meteduras de mano y de una interpretación perversa de siglos de Historia. Muchas veces he dicho que tirarse la Historia a la cabeza, o acudir a ella para justificar pasos vacilantes o avances hacia el abismo en el presente, es algo, simplemente, absurdo. Lo mismo que actuar al calor de una manifestación masiva bajo el engañoso eslogan de que cientos de miles de personas en la calle significan un apoyo absoluto a unas tesis.  Pero también es cierto que, para hacer diagnósticos, es necesario analizar no solo el presente, sino también algunos aspectos controvertidos del pasado. Y ese pasado, el inmediato y el remoto, está, salvo momentos brillantes -la entente Suárez-Tarradellas, los primeros años de mandato de Aznar--, plagado de puntos negros. Entiendo que esto es lo primero que hay que superar en el inevitable contacto que ahora, tras la celebración de la Diada, se abre entre el Gobierno central, aliado con otras fuerzas políticas, y la Generalitat de Catalunya, creo que rehén de otras fuerzas políticas, más que asociado con ellas en el trayecto hacia la catástrofe.  Ya solo cabe confiar en que ambas partes, y sus respectivos aliados, comprendan que en estos meses se ha hecho muy poco para evitar un choque frontal de trenes, y que la dialéctica no puede seguir siendo el 'celebraremos el referéndum sí o sí', por un lado, frente al 'no habrá referéndum porque es ilegal', por otro. Eso, de seguir así, nos puede llevar a un 9 de noviembre trágico, en Cataluña y acaso en otros muchos puntos de España. Y ¿quién diablos quiere la tragedia, sino los que se sienten felizmente instalados en el 'cuanto peor, mejor', que tantas desgracias ha ocasionado?
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