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Entre la dictablanda y la democradura, un reinado en el Estado del malestar

jueves 05 de junio de 2014, 15:52h
Ahora  que Su Majestad lo ha dejado quiero ser optimista y a pesar de la crítica, pensar en la reforma que necesitamos. Porque parece que el Rey se va cuando la Constitución se ha agotado. Ha cumplido su función histórica y más allá de los deseos iniciales, su rigidez técnica, o lo que es lo mismo su dificultad de reforma, no permite un cambio tan importante como el que la sociedad reclama.  Modelo de Transiciones, se forjó la Constitución en ese estado de 'hot family feu' que diría Rustow,  o esa familia política mal avenida a la que no le queda más remedio que llegar a un acuerdo para poder repartirse la herencia del poder.  El caldo de cultivo de la transición era también el idóneo, de una clase media consolidada junto con un estado de incertidumbre, en el que ninguna fuerza política conocía los deseos reales de la ciudadanía. Esta ha sido la Constitución de Juan Carlos I, Rey de nombre compuesto, sucesor laico de un dictador que lo fue por la Gracia de Dios en la Jefatura del Estado, pero aclamado democráticamente y querido como muy pocos borbones en la Historia.  D Juan Carlos reinó asistiendo al cambio de la dictadura en dictablanda, convirtió a ésta en la democracia del estado del bienestar, y ha abdicado cuando la ciudadanía percibe que todo el sistema se está convirtiendo en la democradura del Malestar. 

Quizá una lección aprendida de nuestra Historia desde 1978 sea que un modelo democrático sin control permite el abuso en el tiempo record de 36 años. Y además el peor de los abusos, que es el que se hace con la ley en la mano.  En España, optó nuestra Carta Magna por el modelo francés, llamado de  separación de poderes flexible con predominio del ejecutivo, que apuesta por el diálogo y el consenso plural.  Pero con el tiempo este sistema ha ido trocando en la democradura en los gobiernos de mayoría absoluta, o en la democradura de las imposiciones de las minorías nacionalistas y de los partidos desleales al sistema en las legislaturas de mayoría relativa. Quienes hablan de reformar nuestra constitución desde dentro obvian que en Francia ya se habla de la VI República. En el Reino Unido y en USA en cambio, la separación rígida de poderes se basa en una constitución flexible. Tanto que permanece en América desde 1776. El Reino Unido, con una constitución material no escrita, se disfruta del sistema democrático más antiguo de Europa. Porque los partidos han de estar en colisión y no en colusión, democracia no es sólo alternancia, sino también control. 

Como el sistema constitucional lo permite, el gobierno de España  no sólo gobierna. También legisla. Más aún, casi es sólo lo que hace un gobierno en España desde hace tiempo. Ha descubierto que no necesita la potestad reglamentaria -sometida a control Judicial- si puede controlar el proceso legislativo por iniciativa propia o por Decreto ley.  Anulado el legislativo, y con mayoría en el gobierno de los jueces, la democradura está servida.  Más audaz aún, el gobierno, puede cambiar, como ha cambiado, el sistema procesal para dificultar como nunca el acceso de los ciudadanos a la Justicia. Los sucesivos gobiernos, y los diecisiete gobiernos de las autonomías han venido produciendo más de veinte mil nuevas normas al año. Pero llega un momento en que la ley no puede hacerse ya para desarrollar libertades, sino para restringir derechos. Malaparte decía que en una dictadura todo lo que no está prohibido es obligatorio, y en España esto también empieza a ser así. Con tal volumen normativo, sólo le ha quedado al ciudadano acudir a la justicia para reclamar la libertad. Pero la justicia no existe ya. El gobierno, los gobiernos, han ido convirtiendo a muchos Jueces en funcionarios preocupados por su nómina y sus horas. El constitucional ya casi sólo atiende los problemas de etarras ilustres. Y para muchos juristas resulta vergonzante escuchar a algunos magistrados alabar el sistema de cuantías socialista o el sistema de tasas de Gallardón, como solución al colapso judicial. No es eso, y esos magistrados, desde luego, olvidan que representan a un poder del estado y están para solucionar los problemas de los ciudadanos, no los suyos propios. 

A todo lo anterior se añade la corrupción, que es la ruina total de la libertad.  Si el sistema de Autonomías resulta en la  mayoría de los casos una innecesaria, opresiva y gigantesca duplicidad, el esfuerzo que podía haber supuesto para eliminar el caciquismo provincial ha sido nulo. Y la corrupción no sólo no se ha erradicado sino que se ha multiplicado también. Los políticos se jubilan en consejos de administración de multinacionales a las que sospechosamente favorecen las leyes. Y para colmo, el espíritu corrupto habita también en nuestra cultura empresarial. España ha sido uno de los últimos países de la UE en regular el delito de corrupción privada, que representa esa conocida costumbre que tienen algunos altos directivos de dar trabajo a cambio de favores y que es una de las esclavitudes de nuestro país.

Con este panorama, la ciudadanía española ha  estallado con estilo y más moderación de lo que parece. Porque el aviso lo ha hecho en un ámbito que tampoco nadie se cree, que es el de la Unión Europea. Consuelo de tontos, observamos que al menos igual sucede en toda la Europa Continental. Dirá el lector que entre los cabreados habría  incluir al Reino Unido, casi el único lugar de la UE en que existe una separación real entre ejecutivo y legislativo. Esto es cierto, pero habría que añadir un ligero matiz.  Por escorado a la derecha, incluso por xenófobo que aparezca el partido Ukip, dicho partido no quiere cargarse el sistema británico, sino salir de la UE. El RU nunca ha sido europeísta y los británicos no han votado en las elecciones Europeas para que se sepa lo que piensan sobre su propio sistema, sino para que se sepa lo que piensan sobre Europa. Desde luego son más coherentes que los que hemos votado para demostrar nuestro enfado, pero es que no nos quedaba otra. 

En cambio, Le Pen amenaza directamente a la República de la separación flexible de poderes por excelencia. Y en España, PODEMOS es algo más que  resultado de un eslogan futbolístico, un líder de egregio nombre  y una bien llevada campaña en TV y redes sociales. Lamentablemente, Iglesias se ha retratado elogiando a ETA y los separatismos. Así se ha etiquetado en la izquierda radical más rancia, que sigue inexplicablemente empeñada en una España roja y rota, lema suicida e insolidario por lo de rota, que suena más a revancha que a alternativa política seria. Tampoco es eso, pero al menos, el fenómeno PODEMOS aporta y sugiere que debe de una vez desarrollarse el concepto de cyberdemocracia, reto estimulante que ningún Estado se ha atrevido a afrontar aún. 

Esta incertidumbre actual es lo único bueno con lo que cuenta el heredero, para evitar que la reforma no sea para que todo siga igual. En ello le va la dinastía. El resultado de los comicios en la UE refleja el modo que tenemos los ciudadanos de poner en evidencia a esta democradura bipartidista y en tácita colusión,  que termina con el Bienestar y que ya no nos deja respirar. Pero el reciente funeral de Suárez también apunta a que violencia y radicalismo no es lo que la ciudadanía quiere.  Si la incertidumbre política es condición de transición democrática, ha de ser  la incertidumbre permanente de los políticos y no su estabilidad la que garantice la democracia en su totalidad. Y los únicos sistemas que garantizan la incertidumbre de los políticos son aquellos donde éstos corren el riesgo de perder su empleo, o sea donde la separación de poderes es real. Así, el control de los políticos supone la estabilidad de la Política Nacional. Debe pues aprovecharse esta incertidumbre para delimitar a los poderes del estado, y facilitar su elección en las urnas por separado en el tiempo. Acaso baste con eso y poco más.  

Pero además, la obsolescencia del sistema no es el único problema grave que tenemos. En cuanto a la cuestión territorial, nunca he creído en las autonomías, diría que ni el Título Octavo cree en ellas. Pero si ha de haber división territorial sí me creo el modelo federal puro, o sea, una sola soberanía para varios  estados. Para nada el federalismo asimétrico, que se ha revelado como el estado confederal encubierto, augurio claro de ruptura en que cada estado es soberano. Pero aún así  el estado federal sólo podrá plantearse como sistema de incorporación, porque si no seguirá viéndose como fuente de posible escisión. Por eso y recordando que España permanece dividida desde 1640, nuestra monarquía sólo podría salvar el problema territorial como sucedió precisamente entonces. Pero en esta ocasión al revés y,  vaya utopía,  debería mirar el heredero a la República. A una República que no es ni España ni Cataluña, sino Portugal. 

Con este cuadro, decir que podemos, es decir que sabemos que somos capaces de cambiarlo. Pero el Rey ya no puede. Lo ha dejado claro y él también está en entredicho. En una sociedad donde ser político significa hoy ser un parásito le toca a su hijo Felipe, acaso el único al que la sociedad cree capaz,  ganarse no tanto la monarquía, sino también la jefatura del Estado,  como lo hizo su padre. Lo que queremos es más democracia, real y basada en una estricta división de poderes que no ha conocido la Europa Continental jamás

Está escrito que Dios ciega primero a aquellos a quienes quiere perder.  Y es necesaria una fuerza moral que ha desaparecido, pues sin visión no hay misión. Con Europa inmersa en una catarata de frustrada indignación, tenga pues visión nuestro Felipe VI de la cuarta potencia europea, porque Europa corre el riesgo de quedarse ciega otra vez. 

Daniel Muñoz Doyague. Abogado y Politólogo. 
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