A pesar de todo, el Príncipe, el hombre que reinará en 2020, lo hizo bien
domingo 08 de septiembre de 2013, 14:09h
Enorme jarro de
agua fría. España entera quedó en silencio. Parecía
que todo lo demás se había difuminado: el G-20 con las palmaditas de
enhorabuena a Rajoy por su política económica y el tibio apoyo español, pero
apoyo al fin, a un Obama demasiado comprometido en la intervención en Siria; la
sensación de que 'lo de Cataluña' puede que, al fin y al cabo, tenga, como
viene ocurriendo hace siglo y cuarto, un arreglo...provisional; la presunta buena
cara de Cameron a la hora de hablar sobre Gilbraltar; el nacimiento del
'susanismo', atención, en Andalucía...Ha sido, esta que termina, una semana muy
importante, en la que han ocurrido cosas que podrían tener mucha trascendencia.
Pero lo cierto es que todos mirábamos hacia Buenos Aires, hacia ese discurso,
que unánimemente se calificaba como 'decisivo' que podría inclinar a favor de
Madrid -de España-la candidatura de los Juegos Olímpicos en 2020. No pudo ser.
Ese discurso debía
pronunciarlo el hombre que (probablemente) esté reinando en España en 2020. El
hombre que, en su caso, inauguraría esos Juegos Olímpicos en un país renacido,
revitalizado, como jefe del Estado anfitrión. Cundía la sensación entre los
analistas políticos de que, venciese o perdiese la candidatura madrileña, algo
se habría ganado institucionalmente: Felipe de Borbón, con un talante
campechano que no siempre le conocían los ciudadanos de a pie, ha mostrado que
sabe hacer 'lobby' internacional y, sobre todo, ha evidenciado que es una figura
al menos tan respetada en el exterior como su padre. Su
discurso trilingüe fue impecable, en el fondo y en la forma. De paso,
quedaba claro que aún hay causas, que sería muy miope considerar meramente
deportivas, capaces de unir a toda la nación, y digo a toda, incluyendo a esa
parte que se siente representada por 'cadenas humanas', que es una forma bien
curiosa de hacer política, por cierto.
Yo diría, por tanto, que,
independientemente de cuál fuese la declaración final del voluble -vamos a
llamarlo así-comité olímpico, que resultó un
veredicto de castigo apabullante, la semana no ha sido mala del todo para los intereses españoles, o, al
menos, del actual Gobierno español. O, al
menos, de Mariano Rajoy, cuyo discurso en Buenos
Aires fue claramente mejorable, aunque desde luego no haya que achacarle a él
las culpas. Otra cosa, distinta y distante,
son los tambores belicosos que sacuden a una parte del mundo que es un
peligroso polvorín, y otra cosa es ese Putin que vuelve a la 'guerra fría' con
los Estados Unidos.
Pero eso, claro, ocurría en
San Petersburgo, la antigua Leningrado, que está muy lejos de Buenos Aires, a
donde Rajoy, con la insignia del 'Madrid 2020' perenne en su solapa, voló de
inmediato, dispuesto a prolongar, si los hados olímpicos lo querían, su cuarto
de hora dulce y mientras todos los periódicos nacionales se preguntaban de qué
diablos habría hablado en su cita secreta de la semana pasada con Mas para
conseguir aplazar al menos dos años el estallido del conflicto. Y este sábado,
lo que importaba podría, si se quiere, centrarse en torno a Siria, pero lo que
interesaba, aquí y ahora, era el discurso que debía pronunciar por la tarde el
hombre que probablemente estará reinando en España en ese año mágico, redondo,
de 2020. Y, claro, el resultado. Los hados
olímpicos, tan imprevisibles, dijeron que no podía ser. Ahora falta ver las
consecuencias de esta enorme decepción.