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José A. Garvía, emprendedor de Air Marugán
José A. Garvía, emprendedor de Air Marugán

José A. Garvía: un aeropuerto en un pueblo...de 600 habitantes

jueves 31 de enero de 2013, 18:00h
José Antonio Garvía ([email protected]) es un joven emprendedor de 27 años cuyos sueños tienen muy altos vuelos. De hecho, y aunque estudió marketing, regenta un aeródromo en la pequeña localidad de Marugán (a 28 kilómetros de Segovia), con 600 habitantes. Y, como él dice, ufano, puede que ni en Castellón ni en Ciudad Real funcionen los macroaeropuertos, desolados y sin aviones, "pero en Marugán vaya si tenemos aviones". De hecho, la empresa Air Marugan ([email protected]) cuenta con tres ultraligeros que constituyen las delicias de una veintena de clientes que siguen un curso de vuelo. Tres mil euros es el precio por al menos una clase semanal de cinco meses.

Los Garvía son una familia que vuela alto. El abuelo, Miguel Angel, un ingeniero de Caminos que proyectó el primer túnel del Guadarrama, era un inventor que fabricó, junto con su hijo José Antonio, padre de nuestro personaje, un avión ultraligero que iba a adquirir fama en los círculos especializados de toda Europa: el 'Tango', que ganaría los campeonatos de España y Europa en 1980 y 1981 y que llegaría a vender más de trescientos ejemplares.

Ahí comenzó la vocación aérea de los nietos, José Antonio y Alejandro, que vieron cumplido, en 2007, su sueño de inaugurar un aeródromo en las tierras familiares de Marugán. Una instalación sencilla, atendida por los propios Garvía y por dos operarios locales, y que pronto empezó a recibir aspirantes a piloto. Antes se habían instalado, con menos pretensiones, en Alcazaren (Valladolid), desde donde regresaron a su tierra natal, realizando una inversión bastante notable: más de dos millones de euros.

La desgracia llegaría cuatro años después: el 28 de julio de 2011, cuando preparaban un acontecimiento europeo, Alejandro, que había obtenido varios títulos de piloto, se mató mientras volaba en las cercanías de la capital segoviana. Y, con él, un alumno, un joven alemán que, como el piloto, murió en el acto al estrellarse el avión. Pero ni así abandonaron los Garvía su sueño: hoy siguen dando clases a gentes para las que volar constituye media vida y a las que gusta mirar las cosas desde arriba.
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