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Más allá del límite

Por Eduardo Keudell
domingo 23 de octubre de 2011, 23:06h
¿Será necesario atacar con armas a la dictadura financiera? ¿Cómo se derroca una dictadura sin violencia? ¿Hay un modo pacífico de acabar con el peor de los terrorismos que produce tantos muertos? Tal cual advirtió Nelson Mandela, en un discurso que atravesará los siglos hacia la decencia infinita, la mayor invención humana es la pobreza, la más grande, duradera y letal invención humana, porque la pobreza no es natural. 

Estados Unidos y los subsidiarios utilizan la fuerza para derrocar gobiernos hostiles, sean democráticos o no, aunque da la impresión de que la pobreza no les resulta hostil. Actuaron en Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia, Perú, Iberoamérica toda, en fin, así como en Irak o Libia, entre otros. España se sumó, por omisión cuando los problemas eran "distintos y distantes", por acción tras la mentira de las "armas de destrucción masiva", o bien traicionando a Gaddafi con quien se hacía fotos.

Queda claro que el objetivo de la política es precisamente arruinar a la polis, llevarla a la quiebra, porque la política es el arte de distribuir la pobreza a la que considera necesaria. La política es el instrumento de la dictadura financiera que poetiza los significados de esta guisa, más allá de los límites de nuestro pensamiento: "liberalismo", "neoliberalismo", "capitalismo", "neocapitalismo", "recesión", "crisis", "moneda única", "mercado común", "inflación", "deflación", etcétera. El fin justifica los medios, y para estabilizar la pobreza no caben miramientos, incluso en connivencia con las religiones que se refieren a la vida como un  "valle de lágrimas". Política y religión procuran la pobreza, que los niños mueran de hambre, y han tenido éxito hasta nuestros días.

El arte de distribuir la pobreza ha contaminado a la democracia hasta dejarla huera. Ya no es el gobierno del pueblo, sino el gobierno del "sistema" donde por cada dólar de producción hay veinte de especulación. El pueblo, tan sensible a las incertidumbres, no es más que un mísero siervo que no sabe contra quién rebelarse, porque la dictadura financiera no tiene sede conocida, no se pone al teléfono, es etérea, "líquida" (Bauman), y dispone del escudo humano de la política.  El arte de distribuir la pobreza, dado en llamar "política", está formado por excrecencias sociales de escaso entendimiento, hombres y mujeres estupefactos e inimputables por inmunidad parlamentaria. ¿Cómo el pueblo va a usar la violencia contra unos estúpidos surgidos precisamente del pueblo y mantenidos por él? He ahí la perversión del sistema. El ultraderechista Aznar dice que los "indignados" son "ultraizquierdistas antisistema", porque van, digo, contra un sistema establecido por la dictadura financiera para mantener la pobreza en plenitud. Acabáramos, era esto, la pobreza y su mantenimiento para beneficio de la dictadura financiera.

¿Cuál sería un modelo para combatir la dictadura financiera? Probablemente la comunicación a viva voz, en plazas, manifestaciones, reuniones. Se neutralizaría así la Gran Mentira que utiliza los medios de comunicación artificiales. La Gran Mentira es el discurso de la dictadura, el adorno, el oropel, la perversión de decir una cosa y hacer otra, a través de los medios de comunicación serviles. Sin embargo, la vida es posible sin televisión, prensa ni radio, utilizando la viva voz para comunicarse. Uno, que lleva dos años sin aquellos tóxicos, puede asegurar que la mente se limpia, tal cual se limpian los cuerpos tras abandonar los alucinógenos. La adicción a los medios de des-información es muy fuerte, y causa dependencia porque la Gran Mentira funciona ya como un neurotransmisor, un parasimpático mimético que altera las sinapsis y en consecuencia el entendimiento. En lenguaje cotidiano diríase que la gente está dopada, estupefacta, y como la dirigencia gubernamental no proviene de Dios sino de la sociedad, nos gobiernan los cultores de la tontería y el estupor, sometidos a la dictadura financiera. Véase que los políticos no pagan con la cárcel la ruina de los pueblos, y así mantienen impunemente la pobreza necesaria.

Eduardo Keudell. Periodista y escritor.
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