Dicen que los ignorantes pueden ser clasificados en dos categorías: los que creen que el mundo es un gran caos porque en realidad no lo entienden; y los que creen que el mundo es una gran conspiración porque prefieren simplificar y adjudicar a un causante malicioso lo que no entienden. La psicología dice que tienden a caer en esta segunda categoría quienes además de su ignorancia presentan rasgos de algún resentimiento. Los que están en la primera categoría perjudican menos a los demás ya que se suelen mostrar predispuestos a confiar en la sabiduría de otros y a seguir sus consejos. Los que están en la segunda categoría, cuando deben actuar desconfían de todo consejo y buscan siempre pruebas de amistad y lealtad que raramente les son suficientes. En general estos últimos piensan que lo que otros hacen o proponen tiene como único objeto satisfacer intereses mezquinos y maliciosos.
Estas dos categorías y particularmente la segunda, incluyen notablemente a algunos gobernantes del mundo o son utilizadas por aquellos que, no siendo ignorantes, emplean el populismo como instrumento de poder. Las denuncias de conspiración les sirven para captar el apoyo de segmentos importantes de esa segunda categoría y también para mover gente desde la primera hacia la segunda. Las izquierdas suelen emplear esta táctica, particularmente en los países menos evolucionados. Quien no piense como ellos responde a intereses espurios para hacerse del poder y de la riqueza, en perjuicio del pueblo.
Estas reflexiones vienen al caso en el análisis del presente argentino. Lo estamos viviendo en estos días y lo hemos observado permanentemente desde la asunción de Néstor Kirchner al gobierno. En estas últimas semanas el ex presidente y su esposa han acusado a los productores agropecuarios de conspiradores y golpistas que solo pretenden ganar más dinero por encima de lo mucho que han ganado “gracias a su gobierno” (sic), y diciendo además – maliciosamente - que no tienen escrúpulos en hambrear al pueblo o incendiar campos para producir muertes. Este discurso no es más que el uso a pleno de la teoría conspirativa frente a una realidad bien distinta que reconoce el conflicto con el campo como la reacción de un sector del cual el Gobierno abusó fiscalmente. En la misma línea, el matrimonio gobernante ha acusado a los supermercadistas de causar la inflación por ser especuladores inescrupulosos que no se contentan con todo lo que ganan, a las petroleras de retener gas oil, o a los exportadores de alimentos de sabotear el consumo interno. Se sustituye así el análisis racional de causas y efectos por la búsqueda de un culpable que sea fácilmente acusable frente a un parte importante de la población propensa a creer esas acusaciones.
Últimamente se han insinuado algunos síntomas de una crisis que podría implicar en el futuro serios riesgos de inflación y corrida cambiaria. El fenómeno de la huída del dinero nacional con sus secuelas, incluyendo la parálisis económica y el desempleo, ya ha sido conocido en la historia argentina y debe evitarse. Se está a tiempo de hacerlo, pero el gobierno debe dejar atrás sus teorías conspirativas y superar sus errores de diagnóstico. Esta sería una condición previa para poder encontrar e instrumentar las soluciones. Sin embargo hay una duda. Es la de si Néstor Kirchner, quien es el que verdaderamente manda, es capaz de reconocer y racionalizar los problemas y sólo ha utilizado teorías conspirativas como instrumento populista de poder, o bien si su ideología lo coloca inevitablemente en el error, o finalmente si él pertenece a la segunda categoría que describimos al comienzo de esta Carta.
Manuel A. Solanet
Presidente Fundación Futuro Argentino
www.futuroargentino.com.ar
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