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No sólo es el terrorismo

No sólo es el terrorismo

Fuera del ámbito estrictamente religioso, llenarse la boca con la paz es una evasión demagógica. ¿Quién, a este lado, no quiere la paz? Pero la paz ayer frente al nazismo, como hoy frente a ETA y el fundamentalismo islámico, es una ensoñación estéril con la que cuentan los terroristas y facilita el crimen. Las personas de buen sentido saben que sólo la fuerza militar derrotó al nazismo, que sólo la acción policial y judicial puede derrotar a ETA y que frente al fundamentalismo islámico no hay espacio para el diálogo y más temprano que tarde las democracias, para sobrevivir, tendrán que derrotarlo por las armas. Nunca es agradable escribirlo, porque la paz es un bien en sí misma, pero nunca la paz de los cementerios ni de la sumisión al terror.
 
La paradoja es que, siendo esto tan claro y sabido intuitivamente por los ciudadanos, resulta un serio error táctico convertirlo en eje del debate político o por ejemplo, de la crítica al Gobierno en el debate sobre el estado de la nación, estado que es, por cierto, manifiestamente mejorable a estas alturas de Legislatura agotada y ya sin sentido. Por eso dijeron las encuestas que Mariano Rajoy “perdió el debate”. No por hablar de la infame negociación política con ETA, que es algo que ya está interiorizado por los ciudadanos, con todo su contravalor de mentiras e ignominia, sino por no hablar de las muchas cosas que no van bien, o van francamente mal, en el ámbito de la vida diaria de los españoles.
 
Y es que no faltan temas, precisamente. Por ejemplo, la ausencia de perspectiva, definición y coherencia en la política económica, cuando ya se perciben los signos precursores de la desaceleración y se ven los riesgos en el horizonte no tan lejano. Un hombre de capacidad y talento, como el vicepresidente Solbes, compone una figura cada vez más rara de convidado de piedraen el festín al que se han lanzado “los hombres del presidente”, llevándose por delante, en este Watergate a la española, la seguridad de los negocios, la imagen internacional de nuestra economía y el prestigio de los organismos reguladores y de los servicios de la inteligencia.
 
La situación es de ausencia de una política económica con parámetros precisos y seguros, pero también de ausencia –nada impune, como se verá más temprano que tarde– de una política seria ante el fenómeno de la inmigración, o para combatir la corrupción –digámoslo por su verdadero nombre y no por ese tan mediático y evasivo de “crimen organizado”, que lo es, vaya si lo es, pero siendo grave que los criminales hagan de criminales, esto es, ejerzan su oficio, mucho peor y más grave es que encuentren con tanta facilidad políticos cooperadores, esto es, corruptos. 
 
Es cierto que se acometen algunas políticas sociales paliativas, pero en los grandes temas de seguridad ciudadana, educación, vivienda y suelo, inmigración y multiculturalismo, corrupción municipal, pensiones –¡oh, cielos, los mismos “hombres del presidente” nos las ponen en bolsa!–, empleo estable y de calidad, efectiva libertad de mercado, etc. etc., es decir, en los temas que de verdad describen y permiten juzgar la acción de gobierno, nada de nada.
 
En esos grandes temas, Rodríguez Zapatero se evade o se sale por peteneras y mientras, Rajoy se empeña en conocer el contenido de las actas de las negociaciones con ETA, que ya se lo imaginan sobradamente los ciudadanos. Nada de lo que acabe por salir a la luz –que acabará saliendo– va a empeorar lo que, al respecto, ya se piensa y se dice en las calles. Ese efecto está ya descontado. Que Rodríguez Zapatero viene negociando con ETA antes, durante y después, que ha negociado temas políticos, que ha pactado incluso estrategias mediáticas con ETA, ya lo dan por cierto los ciudadanos, a espera de que alguna valiente e independiente jueza francesa lo confirme.
 
Hay más temas, también serios, que nos dicen del estado de la nación. Como lo que se está viendo en el Tribunal Constitucional –no por el Estatut de Catalunya, no nos engañemos, sino por quién y cuándo pone mejores bazas en la balanza para cobrarse el apoyo parlamentario del inteligente y moderado nacionalismo catalán–, o la imposibilidad de renovar el Consejo General del Poder Judicial, no porque el PP impida esa renovación, sino por el empeño de Rodríguez Zapatero de que también el Poder Judicial pierda su independencia, que es uno de los grandes logros de la Constitución de 1978, y responda, como la CNMV, o el Tribunal Constitucional, o la Fiscalía del Estado, y todos los etcéteras posibles, a la voluntad del poder ejecutivo. A Montesquieu, además de certificar su defunción intelectual, quieren enterrarle preventivamente antes de las elecciones.
 
Eso es lo que sorprendió y decepcionó del planteamiento del debate sobre el estado de la nación, no por parte de Rodríguez Zapatero, que estuvo en lo suyo –a la oposición, ni agua, y mucha crispación que le favorece, porque aleja a los nacionalismos moderados del PP–, sino por parte del líder de la oposición. 
 
Los ciudadanos han echado a faltar el interés de la oposición por los otros temas. Está claro que no hay una política de inmigración, incluso más, que Rodríguez Zapatero no quiere que haya una política de inmigración, y la pregunta es ¿por qué no quiere? Y tiene respuesta, vaya si la tiene. Como está claro, y los catalanes por fin lo han descubierto, que no hay una política de reforzamiento del modelo autonómico de Estado, sino una voluntad de derribo del consenso constituyente, en lo autonómico como en lo demás. Y también la pregunta es ¿por qué? Y también tiene respuesta, vaya si la tiene.
 
Así que no sólo es el terrorismo, aunque éste sea una cuestión de extraordinaria importancia para España cuando ya sabemos oficialmente, es decir, por la voz de su líder, que la reconquista de Al Andalus es uno de los cuatro objetivos preferentes de Al Quaeda, con la destrucción de Israel, la caída de los gobiernos árabes que dialogan con occidente y una gran acción terrorista que quiebre la resistencia de Europa. El asunto no es banal, porque significa que el 11-M no tuvo que ver, o muy poco, con el protagonismo español en la guerra de Irak. Con guerra de Irak o sin ella, España estaba ya en el mapa geoestratégico del fundamentalismo radical islámico.
 
De la misma manera, por cierto, que Canarias está, por mucho que haga sonrisas Rodríguez Zapatero, en el mapa del Gran Magreb que varias veces sirvió de telón de fondo a las comparecencias públicas de Hassan II y que mantiene en vigor y uso mediático su hijo, el actual rey y gran Iman del norte occidental de África. Cierto que con el rey de Marruecos cabe el diálogo de los intereses y los riesgos comunes. Al fin y al cabo, la monarquía alauita, como la saudita y la herencia laica de Ataturk, son elementos a someter o eliminar en la estrategia de Ben Laden. Cualquier flexibilidad hacia los valores democráticos occidentales, sean políticos o de libre comercio, es algo impío y apóstata desde la perspectiva islámica.
 
Como el nazismo en el pasado siglo, el islamismo se nutre de raíces mágicas y totalitarias. Lo malo de iniciativas como la Alianza de Civilizaciones es que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Cualquier política de apaciguamiento frente al fundamentalismo islámico conducirá, tan inexorablemente como lo hizo el tristemente famoso apaciguamiento de Chamberlain frente al nazismo, a un horizonte tenebroso.

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