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La Tercera Revolución Económica

La Tercera Revolución Económica

El lector recordará cómo la Revolución Industrial, que durante el siglo XIX transformó las economías y las sociedades, primero en los países que fueron líderes en el tema, luego en el resto del mundo, fue precedida por una Revolución Agropecuaria.

Hoy estamos viviendo una tercera “revolución” económica, a la que algunos colegas califican como la “revolución de los servicios”, porque entre otras cosas implica un fuerte crecimiento de ese sector, como porcentaje del PIB.

Las dos primeras revoluciones estuvieron relacionadas íntimamente entre ellas, a través de sus efectos sobre uno de los factores de la producción: la mano de obra. La Revolución Agropecuaria expulsó de las zonas rurales a un gran número de agricultores. Esto fue consecuencia de varios factores, entre los cuales se destaca la reasignación de tierras a la actividad pecuaria, a expensas de las agrícolas. El desarrollo de la producción textil demandó más lana, y para proveerla se destinaron al ganado lanar tierras antes ocupadas por la agricultura.

Puesto que la actividad pecuaria es más intensa en tierra y menos en mano de obra agropecuaria, muchos agricultores fueron expulsados de las tierras que labraban.

En un primer momento, esa masa de agricultores “sin tierra” migró a las aldeas y ciudades, engrosando las filas de los menesterosos, limosneros y pequeños criminales.

En la medida en que actividades proto industriales, como la textil, se fueron desarrollando, encontraron en esos marginados una oferta laboral muy amplia.

Esos agricultores habían sido mano de obra calificada en tareas agrícolas, para las cuales, en las nuevas circunstancias, no había demanda. Por lo tanto, al ser empleada primero en actividades tipo artesanal y luego proto industrial, lo fue como mano de obra no calificada. El avance en la división del trabajo, que fue la base de la Revolución Industrial, significó que no se necesitaban trabajadores calificados, porque la tarea que realizaba cada uno de ellos era sencilla y repetitiva. Los ingresos relativos de los ahora trabajadores industriales resultaron como consecuencia, inferiores a los que esas mismas personas habían percibido antes, sea como agricultores, sea como artesanos.

Puesto en términos de nuestra ciencia, la economía, podemos explicar este fenómeno como uno en que una población muy numerosa ha perdido su capital humano.

La productividad de esa mano de obra, ahora ocupada en actividades industriales, era mayor como consecuencia de la división del trabajo. A medida que la Revolución Industrial se fue intensificando, sobre todo como consecuencia de la incorporación de la máquina, esa productividad continuó aumentando.

Pero al mismo tiempo, el capital físico era escaso. Las herramientas de los artesanos y los útiles de labranza se habían tornado obsoletos. Las nuevas herramientas, y las máquinas, tuvieron que ser producidas, y esa producción debió ser financiada. Como explican los economistas austriacos, el proceso productivo se hizo más indirecto, demandando más tiempo, lo que significaba mayor demanda de capital para financiarla.

Esto significó que, durante un lapso variable, una parte importante de la diferencia entre precio de venta y costo de la mano de obra hubo de ser destinado a la formación de capital, al financiamiento de los bienes de producción que la nueva tecnología demandaba.

Con el tiempo, el capital físico se hizo menos escaso y surgieron nuevas actividades demandantes de mano de obra con crecientes niveles de capacitación. Cambios culturales como una menor tasa de natalidad, más el sindicalismo emergente, constituyeron factores adicionales en la mejora del poder adquisitivo de los trabajadores. La distribución del ingreso se fue haciendo más igualitaria.

Los procesos económicos son esencialmente dinámicos de modo que, simultáneamente a la evolución descripta arriba, otras cosas fueron ocurriendo.

Se comenzaba a gestar una nueva revolución económica, la que podemos calificar como la “tercera”.

Como acabamos de escribir, las dos revoluciones previas habían producido efectos muy importantes sobre el factor trabajo. Una mano de obra calificada en actividades agrícolas tradicionales y en tareas artesanales se había convertido en mano de obra no calificada, ocupada en tareas cuyo exponente más conocido es la “línea de montaje”.

La máquina demandó, es cierto, algunas formas de trabajo calificado, como por ejemplo torneros y fresadores. Pero la mayoría de los operarios no necesitaban una calificación significativa.

La tercera revolución, por el contrario, necesita mano de obra calificada. En el terreno de lo industrial, la incorporación de la robótica significó que los operarios debían tener conocimientos tanto de informática (máquinas programadas) como del idioma de los países donde las mismas habían sido producidas.

En el terreno de las actividades agropecuarias, las máquinas se tornaron también más sofisticadas, demandando las mismas calificaciones que sus similares en el sector manufacturero.

Mientras los volúmenes producidos por las actividades agropecuaria y manufacturera crecían en términos absolutos, disminuían en términos relativos, a favor de los servicios.

En ese sector se produjo algo que podríamos calificar de sub-revolución. Me refiero a la informatización de las actividades administrativo contables.
 
Como consecuencia de todo esto se producen dos efectos convergentes. Por un lado, disminuye drásticamente la demanda de mano de obra no calificada – un ejemplo típico son las tareas de estibaje – en relación con la de trabajadores calificados. Por el otro, disminuye también la demanda total de mano de obra, como consecuencia de un desarrollo tecnológico poco intensivo en la misma.

Nuestra profesión demoró bastante tiempo en tomar conciencia de que a la desocupación cíclica típica en los debates de la corriente principal, entre las escuelas de Keynes y neo neoclásicas, se estaba agregando una desocupación estructural, no atacable con los instrumentos tradicionales de política económica.

Una de las consecuencias de ese proceso ha sido la reversión de la tendencia en la distribución del ingreso. A diferencia de lo ocurrido durante aproximadamente un siglo, desde fines del siglo XIX hasta fines del siguiente, asistimos a una creciente polarización de ingresos en los países de mayor desarrollo relativo.

Nuestros colegas, tanto académicos como hacedores de políticas, reaccionaron en un primer momento aconsejando o utilizando herramientas tradicionales, como por ejemplo las políticas del gasto. Una medida que goza aún hoy de mucho predicamento es el seguro de desempleo.

Sin embargo se está insinuando un cambio. Muchos distinguen entre desocupación de corto plazo, de origen cíclico, de la de larga duración. Pero no hay acuerdo en cuanto a los remedios a utilizar.

En mi opinión esto es consecuencia de errores de diagnóstico. Si es cierto lo que he desarrollado más arriba, en el sentido de que se han producido cambios en el mercado de trabajo, con una mayor demanda relativa de mano de obra calificada, la solución lógica es aumentar la oferta de capacitación. Darle al mercado los factores que demanda, reduciendo al mismo tiempo la desocupación estructural.

Hemos hablado del mercado de trabajo. Hablemos ahora del mercado de capitales.

Tradicionalmente los economistas hemos ubicado a la mano de obra calificada dentro del mercado de trabajo. Ya Adam Smith, sin embargo, escribió sobre el capital humano. En mi opinión, suponer a la mano de obra como un factor homogéneo podía ser aceptable cuando la oferta era mayormente no calificada. Hoy sería necesario distinguir por lo menos dos mercados, para dos factores, la mano de obra no calificada y la calificada. Preferiría ampliar esta clasificación para distinguir, además, entre diversos tipos de calificación.

Una asignación eficiente de recursos (de corto plazo) requiere, por tanto, tener en cuenta la existencia de más de los tres factores de la producción tradicionales.

En el mediano y largo plazo aún quienes consideran el crecimiento económico como el único fin de la actividad económica, aceptan que el mismo no es valioso sin el acompañamiento de un razonable nivel de seguridad. Por lo tanto, podríamos argüir que una asignación eficaz de recursos debiera considerar, además, la necesidad de distribuir más igualitariamente la creación de capital humano.

Esto permitiría, en forma consistente con el capitalismo de mercado que predomina hoy en la mayor parte de los países, revertir el proceso actual de polarización de ingresos.

De esa forma sería posible lograr mayores tasas de crecimiento económico, compatibles con niveles superiores en términos de seguridad. Algunos de nosotros agregaríamos a todo esto los réditos que esa mayor igualdad de oportunidades tendría en términos de solidaridad.

HEl lector recordará cómo la Revolución Industrial, que durante el siglo XIX transformó las economías y las sociedades, primero en los países que fueron líderes en el tema, luego en el resto del mundo, fue precedida por una Revolución Agropecuaria.

Hoy estamos viviendo una tercera “revolución” económica, a la que algunos colegas califican como la “revolución de los servicios”, porque entre otras cosas implica un fuerte crecimiento de ese sector, como porcentaje del PIB.

Las dos primeras revoluciones estuvieron relacionadas íntimamente entre ellas, a través de sus efectos sobre uno de los factores de la producción: la mano de obra. La Revolución Agropecuaria expulsó de las zonas rurales a un gran número de agricultores. Esto fue consecuencia de varios factores, entre los cuales se destaca la reasignación de tierras a la actividad pecuaria, a expensas de las agrícolas. El desarrollo de la producción textil demandó más lana, y para proveerla se destinaron al ganado lanar tierras antes ocupadas por la agricultura.

Puesto que la actividad pecuaria es más intensa en tierra y menos en mano de obra agropecuaria, muchos agricultores fueron expulsados de las tierras que labraban.

En un primer momento, esa masa de agricultores “sin tierra” migró a las aldeas y ciudades, engrosando las filas de los menesterosos, limosneros y pequeños criminales.

En la medida en que actividades proto industriales, como la textil, se fueron desarrollando, encontraron en esos marginados una oferta laboral muy amplia.

Esos agricultores habían sido mano de obra calificada en tareas agrícolas, para las cuales, en las nuevas circunstancias, no había demanda. Por lo tanto, al ser empleada primero en actividades tipo artesanal y luego proto industrial, lo fue como mano de obra no calificada. El avance en la división del trabajo, que fue la base de la Revolución Industrial, significó que no se necesitaban trabajadores calificados, porque la tarea que realizaba cada uno de ellos era sencilla y repetitiva. Los ingresos relativos de los ahora trabajadores industriales resultaron como consecuencia, inferiores a los que esas mismas personas habían percibido antes, sea como agricultores, sea como artesanos.

Puesto en términos de nuestra ciencia, la economía, podemos explicar este fenómeno como uno en que una población muy numerosa ha perdido su capital humano.

La productividad de esa mano de obra, ahora ocupada en actividades industriales, era mayor como consecuencia de la división del trabajo. A medida que la Revolución Industrial se fue intensificando, sobre todo como consecuencia de la incorporación de la máquina, esa productividad continuó aumentando.

Pero al mismo tiempo, el capital físico era escaso. Las herramientas de los artesanos y los útiles de labranza se habían tornado obsoletos. Las nuevas herramientas, y las máquinas, tuvieron que ser producidas, y esa producción debió ser financiada. Como explican los economistas austriacos, el proceso productivo se hizo más indirecto, demandando más tiempo, lo que significaba mayor demanda de capital para financiarla.

Esto significó que, durante un lapso variable, una parte importante de la diferencia entre precio de venta y costo de la mano de obra hubo de ser destinado a la formación de capital, al financiamiento de los bienes de producción que la nueva tecnología demandaba.

Con el tiempo, el capital físico se hizo menos escaso y surgieron nuevas actividades demandantes de mano de obra con crecientes niveles de capacitación. Cambios culturales como una menor tasa de natalidad, más el sindicalismo emergente, constituyeron factores adicionales en la mejora del poder adquisitivo de los trabajadores. La distribución del ingreso se fue haciendo más igualitaria.

Los procesos económicos son esencialmente dinámicos de modo que, simultáneamente a la evolución descripta arriba, otras cosas fueron ocurriendo.

Se comenzaba a gestar una nueva revolución económica, la que podemos calificar como la “tercera”.

Como acabamos de escribir, las dos revoluciones previas habían producido efectos muy importantes sobre el factor trabajo. Una mano de obra calificada en actividades agrícolas tradicionales y en tareas artesanales se había convertido en mano de obra no calificada, ocupada en tareas cuyo exponente más conocido es la “línea de montaje”.

La máquina demandó, es cierto, algunas formas de trabajo calificado, como por ejemplo torneros y fresadores. Pero la mayoría de los operarios no necesitaban una calificación significativa.

La tercera revolución, por el contrario, necesita mano de obra calificada. En el terreno de lo industrial, la incorporación de la robótica significó que los operarios debían tener conocimientos tanto de informática (máquinas programadas) como del idioma de los países donde las mismas habían sido producidas.

En el terreno de las actividades agropecuarias, las máquinas se tornaron también más sofisticadas, demandando las mismas calificaciones que sus similares en el sector manufacturero.

Mientras los volúmenes producidos por las actividades agropecuaria y manufacturera crecían en términos absolutos, disminuían en términos relativos, a favor de los servicios.

En ese sector se produjo algo que podríamos calificar de sub-revolución. Me refiero a la informatización de las actividades administrativo contables.
 
Como consecuencia de todo esto se producen dos efectos convergentes. Por un lado, disminuye drásticamente la demanda de mano de obra no calificada – un ejemplo típico son las tareas de estibaje – en relación con la de trabajadores calificados. Por el otro, disminuye también la demanda total de mano de obra, como consecuencia de un desarrollo tecnológico poco intensivo en la misma.

Nuestra profesión demoró bastante tiempo en tomar conciencia de que a la desocupación cíclica típica en los debates de la corriente principal, entre las escuelas de Keynes y neo neoclásicas, se estaba agregando una desocupación estructural, no atacable con los instrumentos tradicionales de política económica.

Una de las consecuencias de ese proceso ha sido la reversión de la tendencia en la distribución del ingreso. A diferencia de lo ocurrido durante aproximadamente un siglo, desde fines del siglo XIX hasta fines del siguiente, asistimos a una creciente polarización de ingresos en los países de mayor desarrollo relativo.

Nuestros colegas, tanto académicos como hacedores de políticas, reaccionaron en un primer momento aconsejando o utilizando herramientas tradicionales, como por ejemplo las políticas del gasto. Una medida que goza aún hoy de mucho predicamento es el seguro de desempleo.

Sin embargo se está insinuando un cambio. Muchos distinguen entre desocupación de corto plazo, de origen cíclico, de la de larga duración. Pero no hay acuerdo en cuanto a los remedios a utilizar.

En mi opinión esto es consecuencia de errores de diagnóstico. Si es cierto lo que he desarrollado más arriba, en el sentido de que se han producido cambios en el mercado de trabajo, con una mayor demanda relativa de mano de obra calificada, la solución lógica es aumentar la oferta de capacitación. Darle al mercado los factores que demanda, reduciendo al mismo tiempo la desocupación estructural.

Hemos hablado del mercado de trabajo. Hablemos ahora del mercado de capitales.

Tradicionalmente los economistas hemos ubicado a la mano de obra calificada dentro del mercado de trabajo. Ya Adam Smith, sin embargo, escribió sobre el capital humano. En mi opinión, suponer a la mano de obra como un factor homogéneo podía ser aceptable cuando la oferta era mayormente no calificada. Hoy sería necesario distinguir por lo menos dos mercados, para dos factores, la mano de obra no calificada y la calificada. Preferiría ampliar esta clasificación para distinguir, además, entre diversos tipos de calificación.

Una asignación eficiente de recursos (de corto plazo) requiere, por tanto, tener en cuenta la existencia de más de los tres factores de la producción tradicionales.

En el mediano y largo plazo aún quienes consideran el crecimiento económico como el único fin de la actividad económica, aceptan que el mismo no es valioso sin el acompañamiento de un razonable nivel de seguridad. Por lo tanto, podríamos argüir que una asignación eficaz de recursos debiera considerar, además, la necesidad de distribuir más igualitariamente la creación de capital humano.

Esto permitiría, en forma consistente con el capitalismo de mercado que predomina hoy en la mayor parte de los países, revertir el proceso actual de polarización de ingresos.

De esa forma sería posible lograr mayores tasas de crecimiento económico, compatibles con niveles superiores en términos de seguridad. Algunos de nosotros agregaríamos a todo esto los réditos que esa mayor igualdad de oportunidades tendría en términos de solidaridad.

Hernán Llosas
Investigador en las Universidades Católica Argentina y Nacional de La Plata.

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