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Marcos Portnoy, una vida prolífera

Aplico, con pena, la regla periodística que seguramente él mismo practicó muchas veces: primero la información escueta, precisa. Esta es la noticia: Marcos Portnoy, autor y director teatral, profesor de la Universidad de Chile, columnista del diario El Siglo y militante –crítico– de toda la vida, ha muerto en Bruselas el domingo 24 de junio de un cáncer generalizado, después de 19 días de hospitalización.

En sus casi 80 años de vida (los habría cumplido el próximo 15 de julio), escribió al menos seis obras de teatro y dirigió medio centenar. Su talento le trajo un sólido reconocimiento en Chile y en el mundo. Fue uno de los intelectuales admirados, especialmente por la genera-ción de los años 1960 y 1970.

El futuro director de teatro cursa las humanidades del liceo Eduardo de la Barra y se titula de abogado en las de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile de Valparaíso. Sin em-bargo, ejerce poco tiempo su profesión de jurista. Su pasión son el cine y el teatro. Los es-tudia con tal entusiasmo que alcanza el rango de uno de los mejores especialistas. Varios periódicos y la radio Sociedad nacional de minería, reconocen su talento literario y la calidad de sus artículos.

Portnoy formó parte de la corriente de intelectuales que conciben la creación vinculada a la realidad, y sobre todo a los proyectos que buscan transformarla. Por esos años de Guerra fría y de Ley de defensa de la democracia, sus escritos y su militancia comunista le cuestan amenazas de utilizar su nacimiento ocasional en Perú para privarlo de derechos en Chile.

Poco antes, cuando en mayo de 1945 grupos de jóvenes habían salido al Parque Italia de Valparaíso a festejar la victoria de los aliados en la guerra, gritando “Los soldados de Stalin entraron a Berlín”, había conocido a Graciela, una hermosa manifestante, con la que com-partirá más de 60 años de vida y fundará su familia donde nacerán Boris y Berta.

Con Graciela, también abogada, y con otros, Marcos trabaja por dotar a Valparaíso de una verdadera dramaturgia, abierta a los grandes escritores, como Antón Chéjov, Samuel Bec-kett o Bertold Brech, y a los nuevos talentos chilenos, tales Jorge Díaz, Alejandro Sieveking y el propio Portnoy.  El Movimiento artístico independiente, del que formaba parte, se reúne con otras compañías para formar en 1953 la Agrupación Teatral Valparaíso, ATEVA, cuyo primer director es Marcos Portnoy, entonces un joven de 26 años.

Allí se dan cursos de actuación, trabajo de la voz, escenografía, expresión corporal, esgrima e historia del teatro, por lo general en horarios vespertinos, y se prepara el montaje de obras. Con la pieza Réquiem para un girasol de Jorge Díaz, ganan el premio Festival de teatro independiente en 1957, al tiempo que Silvio Viancos es galardonado mejor actor y Marcos Portnoy el mejor director. ATEVA se consolida con la puesta en escena de una secuencia de obras, que le dan un reconocimiento nacional: Esperando a Godot de Beckett; Esquina Peligrosa de Priestley; La Noche de los Coroneles de Portnoy, La Cantante Calva de Ionesco; El Cepillo de Dientes de Díaz y Como en Santiago de Barros, entre muchas otras. Estas son presentadas en colegios, sindicatos; en salas como la Biblioteca Severín, el Insti-tuto Chileno Francés, o el casino de Viña del Mar.

En tiempos de la Reforma universitaria, en 1968, ATEVA se transforma en el Departamento de teatro de la Universidad de Chile de Valparaíso, uno de los cinco departamentos del Área de Arte y Tecnología, siempre dirigido por Portnoy quien además es miembro del senado académico.

En paralelo, Marcos interviene en las cuatro campañas electorales de Salvador Allende (1952-1958-1964-1970) y trabaja como periodista de El Siglo, el cotidiano comunista. Allí comenta la actualidad y entrevista varias veces a Neruda. En 1961 viaja a Cuba, a cubrir la Revolución, donde entrevista al flamante ministro de economía, Ernesto Guevara.

Además de escribir de arte y política, Marcos se interesa por el deporte, y suele describir en El Siglo los partidos de basketball y football. Hasta sus últimas semanas siguió todos los torneos de football y la suerte (no siempre buena) de los equipos chilenos.

En 1973 Marcos y Graciela se cuentan entre los perseguidos a causa de sus ideas; el alla-namiento de su casa en Viña se asemeja a un saqueo en el que se llevan gran parte de los manuscritos de piezas de teatro terminadas o en preparación. Parte importante de su obra se pierde irrecuperablemente. La pareja es detenida un día en el cuartel Silva Palma y ame-nazada. Deben abandonar todo buscar refugio en la embajada belga, con sus dos hijos.

Iniciar una nueva vida en el exilio, en otro idioma, a los 46 años, es una prueba dura. Arran-cada de su medio, la familia pasa las pellejerías de los desterrados, hasta que Graciela con-sigue trabajo en un equipo de abogados sociales y Marcos da clases en el Conservatorio de la ciudad de Lieja, donde estrena, en 1981, Faut-il des roses blanches pour ma jolie maman? Ambos participan en todas las actividades de solidaridad con Chile, incluyendo las conmemoraciones de los 25 y 30 años del golpe, donde escribió un interesante artículo sobre la política cultural del gobierno de la Unidad popular.

Marcos se mantiene extraordinariamente bien informado en todo lo que atañe la política y la  literatura; es una de las escasas personas que ha leído a prácticamente todos los nuevos escritores (gran admirador de Bolaño) y casi no hay ensayo político que no haya estado en sus manos, confirmando, con modestia, y a veces con una astuta ironía, su estatura intelec-tual.

Desde 1990 retorna a menudo a Chile para formar parte de jurados de obras de teatro. Fi-nalmente en 1999, la municipalidad de Valparaíso le rinde un homenaje declarándolo “Hijo Ilustre” de la ciudad y el alcalde lo condecora en una ceremonia solemne en el teatro muni-cipal.

Hace algunos días, cuando partió al hospital, Marcos llevó consigo algunos libros, que  co-mentó con quienes lo visitamos, pedía que le leyeran los periódicos y se interesó por el pro-yecto de asamblea constituyente en Chile. Su último día pidió escuchar el tango Adios Noni-no que compuso Astor Piazzolla en honor a su padre, cerrando con él su vida y dejando una prolifera obra.
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