En estos últimos meses cada vez que hablo con algún dirigente socialista constato que están obsesionados con que todo aquel que les lleva la contraria es que o es del PP o está haciendo el juego a ese partido. Es decir, el infierno son los otros. Se sienten incomprendidos, rodeados, como en Fort Apache, preguntándose cómo es posible que el común de los mortales no valoren todo lo que han hecho bien en estos tres años de gobierno, desde la ley de dependencia a la que permite el matrimonio de personas del mismo sexo, subida de pensiones, retirada de las tropas de Irak, etc. Y, sin embargo, influenciados por los malvados populares les critiquen por las reformas estatutarias y la negociación con ETA.
Cuando un dirigente político elabora estas quejas es que ha perdido pie con la realidad, para empezar debería de saber que los ciudadanos no les van a agradecer lo que hagan bien, que eso se da por descontado y que, sin embargo, el personal se va a fijar, y criticar, en lo que no les gusta o no entiende o cree innecesario. Normalmente lo que hacen los partidos de la oposición es recoger el malestar de la calle respecto a lo que hace el Gobierno de turno. El PSOE lo hizo con el Prestige o la guerra contra Irak. Y ahora el PP ha recogido de la calle el malestar por la reforma estatutaria o la incomprensión por algunos pasos dados por el Gobierno en relación a ETA. Y en este último caso, no porque los ciudadanos no apoyen el fin dialogado de la violencia, sino porque algunos capítulos de ese proceso, por ejemplo el de De Juana Chaos, han sido llevados de manera tan burda que hería la sensibilidad ciudadana.
Aznar también se sintió acosado y, soberbio él, no entendía cómo si "España iba bien", según repetía, los ciudadanos no nos rendíamos agradecidos ante sus logros y osábamos criticarle y desear ardientemente que perdiera las elecciones. Cuando un político en el poder se siente incomprendido es que algo está haciendo mal, es que ha dejado de estar sintonizado con la sociedad. Porque si la sociedad no le comprende eso no se debe a lo que diga la oposición, que como mucho lo único que puede hacer es echar leña a los estados de opinión. Lo sorprendente es que gente inteligente se empecine en que la culpa es siempre de los otros, y sea incapaz de revisar que ha hecho él para que los otros no le entiendan o no le sigan. No hay nada más fascista o estalinista que intentar difamar a quienes no les dan la razón diciendo que es que se han pasado al adversario, repartiendo carnets de buenos y de malos. Y eso es lo que está haciendo en éste momento el gobierno y el PSOE, llamar a filas, recontar a quienes les van a dar la razón sin rechistar, hagan lo que hagan, digan lo que digan. Stalin declaraba locos a todos aquellos que se le oponían, y es tan vieja como el mundo la reacción que tienen los poderosos de intentar destrozar, desprestigiar o acabar con quienes no les da la razón, y para ello no dudan en caer en difamar: si usted no me da la razón es que usted está con mi adversario. Esa es la conclusión simple y estúpida a la que suelen llegar porque hay momentos en que los políticos no ven más allá de sus narices.
Siento ver a tantos dirigentes socialistas con el síndrome de Fort Apache, sintiéndose rodeados por todas partes, sospechando intenciones aviesas en quienes no les dan la razón, exigiendo lealtades inquebrantables, difamando y echando porquería contra quienes no se alinean sin rechistar junto a ellos, reclamando que los demás no piensen, no analicen, no reflexionen, solo les sigan. Y siento verles así porque cuando en los dirigentes del partido en el poder empiezan a sufrir esos síntomas es que tienen muchas papeletas para empezar a perder. Y es que el infierno no son los otros, a veces lo es uno mismo. La cuestión es ser capaz de verlo.
Si (
No(
