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Experta en políticas sociales de infancia

"Los hijos de emigrantes tienen derecho a participar"

Pocos investigadores conocen como ella las experiencias de los niños emigrantes, o cuyos padres han venido a trabajar aquí. Lourdes Gaitán acaba de publicar un estudio sobre 'Los niños como actores en los procesos migratorios', que recupera la voz de quienes muchas veces no pasan de ser meras "víctimas o verdugos" de los cambios de sus familias. Para ello, el equipo de investigación que dirige ha entrevistado a menores ecuatorianos en Quito con los padres en España, y a compatriotas adolescentes ya establecidos en Madrid, cuyos contactos han sido facilitados por organizaciones como el Ayuntamiento de Madrid, Rumiñahui o Asociación Centro Trama.

¿Deben los padres hacer partícipes a sus hijos de la migración desde el principio?
Cuanto más participen los chavales del proyecto migratorio de sus padres, mejor se producirá la integración. Esa era la premisa, enunciada por Suárez-Orozco, de la que partimos para nuestra investigación. Pero eso es así hasta cierto punto, identificarse con el proyecto no impide el sufrimiento y los problemas.

¿Hasta qué punto está preparado un niño para afrontar la experiencia traumática de la migración?

Los niños no están preparados en absoluto. Y eso que en Ecuador la migración a España es muy común; tanto que una vez oímos a un grupo de niños cantando una canción de su tierra que decía: "Ya se va, ya se va a España a trabajar". Era una canción tradicional a la que habían cambiado "la Sierra" por "España".

¿Qué imagen tienen de España los niños ecuatorianos?
Allí, la prensa pinta a nuestro país como un horizonte de bienestar y de progreso pero, por otro lado, da un eco tremendo a cuestiones como la agresión a la adolescente ecuatoriana en el Metro de Barcelona. Allí no se reflejó la reacción de la sociedad española ante ese acto racista y por eso  también piensan que a los inmigrantes se los segrega y maltrata. Y son 'etiquetados': allí como niños cuyos padres están en España, y aquí como hijos de inmigrantes.

Entonces es una imagen contradictoria.
Nadie les ha ayudado a manejar esa contradicción; lo van haciendo como pueden. Por eso, una de las recomendaciones que recoge el estudio es que se tenga en cuenta a los niños a la hora de desarrollar proyectos para ellos. Solemos hacerlos teniendo en cuenta lo que como adultos pensamos que necesitan, pero no se nos ocurre montar grupos de ayuda mutua entre ellos ni que son ellos mismos quienes de forma espontánea acogen, por ejemplo, a los nuevos alumnos extranjeros. Hemos comprobado que ahora se pierden en todo este batiburrillo. Muchos tienen la mirada vaga, perdida, mientras que otros que ya llevan más tiempo aquí sí miran al otro directamente a los ojos.

Y llegar a eso no será solo cuestión de tiempo...
Efectivamente. El hecho de que conozcan y estén identificados con el proyecto de sus padres no quita el sufrimiento, pero sí les ayuda a centrarse. La sociedad ecuatoriana está modernizándose muy rápido, porque el hecho de que hayan venido tantas mujeres no es solo económico, sino una oportunidad para librarse del yugo del padre o del esposo. Y contar con los niños no es habitual ni allí ni en España. Así que no saben qué hacer con ellos: como mucho llegan a una postura proteccionista, a no decirles las cosas para que no sufran. Pasan seis meses y la niña pregunta dónde está su mamá y le contestan que ha ido a ver a alguien, hasta que un día escucha a su hermano mayor decirle a su tío: “Habrá que contarle a la niña que su mamá está en España”. Hemos escuchado historias así de dramáticas. Además, ellos están en medio de todos los conflictos familiares. Muchas veces, la migración es una circunstancia, pero no la razón del sufrimiento de los niños.

Entonces, los padres como mucho se plantean si se los traen, si los dejan allí y con quién se quedan.

Uno de los investigadores de Ecuador decía que los niños son tratados como un elemento más del mobiliario doméstico, como una maleta. Pero son seres humanos y tienen derecho a saber, y así lo piden, cómo se están organizando sus vidas. Ese es el verdadero fondo de la cuestión. Que los seres humanos por debajo de los 18 años no cuenten tiene consecuencias dramáticas en el caso de la migración, porque no lo hacen ni aquí ni allí. Aquel eslogan de la campaña contra la droga, “Habla con tus hijos”, debería ser: “Escucha a tus hijos”.

¿De ahí la pérdida de confianza en los adultos que se refleja en el estudio?
Tampoco podemos culpar a los padres, porque también hay que tener en cuenta la presión con la que se organizan los viajes. Los que vienen con contrato de trabajo desde allí son una minoría; la mayoría llegan porque el primero de la cadena pone aquí el pie y va tirando de los demás. La salida suele ser de forma subrepticia y algunos temen que los niños cuenten los planes por ahí. Sin embargo, hay muchas formas de abordar esta cuestión. Y esto no está ligado a la clase social o al nivel cultural de los padres.

Entonces, ¿con qué tiene que ver?
Con las pautas internas de funcionamiento de las familias. Cuando no ha habido comunicación antes, los propios niños dicen que no la puede haber después. Por ejemplo, cuando allí reciben las llamadas de sus padres desde España, algunos niños hablan de "la rutina de las preguntas": "¿Cómo estás?", "¿Qué haces?", "¿Vas al colegio?", "¿Obedeces a la abuelita?" Eso no es comunicar.

Cuando los adolescentes tienen problemas para integrarse, ¿suele ser por falta de identificación con el proyecto migratorio?
Solemos aplicar el principio de que lo mejor para los hijos es estar con los padres, y ellos dicen: “Yo quiero estar con mi mamá, pero allí. O si estoy, quiero estar con mi mamá aquí. O no quiero estar aquí”. En la mal llamada reagrupación, ¿qué necesidad afectiva se suele cubrir, la de la madre o la del niño?

 ¿Y si ambas son irreconciliables?
La Convención de los Derechos del Niño dice que siempre prima el interés del menor de edad, pero eso lo interpretamos los adultos "por su bien". Probablemente, la mayor parte de las veces llevemos razón, pero no siempre. Por ejemplo, una vez vi en Barajas a un niño inmigrante de unos 12 años mirando fijamente el control de pasaportes con los ojos llenos de lágrimas. ¿Qué le movería a irse a Barajas, él solo, a ver cómo se iba la gente? Y probablemente tendría una madre sacrificadísima, pero lo que él quería era regresar a su país.

Cuando llevan aquí un tiempo, ¿suelen idealizar la vida en su país de origen?
Los adolescentes que están en España suelen plantearse su futuro aquí. Tienen un proyecto migratorio propio. En un mundo globalizado, no podemos pretender que la gente se quede viviendo para siempre en el lugar donde ha nacido. Los 'apéndices' tendrán que aprender a vivir como niños nuevos en un mundo nuevo y desarrollar su propio proyecto vital.

¿Hay recursos suficientes aquí para ayudarles?

Los niños hablan bien, en general, de los recursos que tienen a su disposición. Pero no podemos esperar que lo que no hace la sociedad lo consigan los recursos específicos. Lo malo es que, al final, a este tipo de centros acaban acudiendo solo los inmigrantes, y es ahí donde se convierten en insuficientes. Además, la población española los rechaza, porque ahí solo van inmigrantes, con lo cual los niños madrileños tampoco tienen a donde ir. Bajo mi punto de vista tendrían que ser recursos más abiertos, con un acceso más libre, porque la integración no se consigue desde la reeducación y las etiquetas, sino desde la normalidad.

Últimamente se habla de los 'niños llave', muchos de ellos inmigrantes, que pasan solos la mayor parte del día y tienen que asumir responsabilidades de adultos, como cuidar a sus hermanos.
¿Alguien conoce a algún niño llave? Yo tampoco. Antes, los niños cuyos padres trabajaban se levantaban y se ponían el desayuno y no están traumatizados. Y es normal que a partir de determinada edad los niños empiecen a ser autónomos y si es necesario cuiden a sus hermanos. No tienen por qué estar todo el tiempo jugando.

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