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El grupo Espartaco y la poesía

El grupo Espartaco y la poesía

En mi biblioteca tengo una fotografía de Ricardo Carpani a quien contemplo a diario. Y otra en donde estamos sonrientes  Juan Manuel Sánchez y yo. Conocí a Ricardo en  1967 en  un debate sobre arte y política,  en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos, cuya  sede estaba en  Florida al ochocientos. Éramos un grupo de estudiantes troskistas de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Recuerdo que me impresionó su personalidad y su fervor ideológico. Hacia tiempo que frecuentaba la pintura del Grupo Espartaco y la expresión que marcaba en lo social. Me conmovía su compromiso, su fuerza, su polifonía crispada.
Pocos años después, al publicar  mi primer libro, Poemas del amor sin muros, Ediciones del Alto Sol, 1970, conozco a Rubén Derlis. Y con él a los poetas de la generación del 60.  En 1972, por intermedio del poeta Lucas Moreno, visito  a Luis Franco, sin duda uno de mis  maestros fundamentales. Es él quien me hablará con sincero afecto de Carpani. Le interesa su visión rebelde, la dimensión de Espartaco ante el monopolio y las parroquias. Ricardo había ilustrado varios ejemplares de sus libros y se admiraban con intensidad.

Con mis veintiún años  reconstruía espacios, historias, anexiones. Intimidad y política. La Guerra Civil Española, el pensamiento anarquista. Astucias, costumbres y contradicciones de nuestra intelectualidad. El populismo y los golpes de Estado, la militancia en las calles porteñas. Un itinerario indispensable. Frecuento a Lila Guerrero,  Córdoba Iturburu,  Raúl González Tuñón, Juan L. Ortiz, Álvaro Yunque, Ricardo E. Molinari… Muchos de ellos  son admiradores de los espartaquistas. Y amantes de la poesía. Todo era plebeyo y subversivo, lo consabido junto a las idealizaciones desproporcionadas.

Después de los exilios interiores y exteriores en la década del 80 mi emocionado reencuentro con Carpani. Nos confesamos destinos y búsquedas junto a Doris y Rocío. Generoso y solidario me ilustrará plaquettes  y libros de poemas. Conversaremos de sus afiches para la COB , del mítico  Líber Forte, de la poesía de Franco, del encuentro con Humberto Constantini. Junto a nosotros el poeta Luis Alberto Quesada y el bello dibujo de Federico García Lorca. Sin sacristías ni congregaciones beatas.

Tiempo después crece la amistad con Juan Manuel Sánchez. Su sugestiva pintura, la línea en su condición de conjuro que no encarna el mito del pintor sino el del hombre. Su obra que enseña a mirar, a sentir de otra manera. Calidez, color, insurrección. Me ilustrará plaquettes y un libro de poemas con una visión contestataria e íntima, se corporiza desde el silencio y lo perdurable. Gracias a Carpani y a Sánchez comprendí una manera de ser, un modo de enfocar la vida, el modo de hablar con los amigos, el modo de amar a la mujer, el vínculo que une  delicadeza y talento, testimonio y humildad. Fue éste último quien me presentará a Mario Mollari y los tres caminamos las calles de la Boca.

La poesía comparte desde distintos ángulos aquello que increpa a un sistema pero sin alejarse nunca de lo estético, del estilo. Hay en  ellos, una actitud, una configuración simbólica que los reta a duelo. No es casual la dimensión de los poetas que elogiaron sus obras, que fueron sus amigos, sus compañeros y admiradores, mientras cualquier  integrante del grupo – con total desinterés – ennoblecían  versos, afiches, homenajes,  desechando esa mojigatería, ese infantilismo ornamentado por cigüeñas, semillitas y otros repollos parisinos.
Sólo  reconocimiento de   Luis Franco o Raúl González Tuñon. Será Raúl quien sentenciará: “El valiente e insobornable Grupo Espartaco”.
 
Carlos Penelas
Buenos Aires, marzo de 2007

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