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El salario es el núcleo duro de la crisis

El salario es el núcleo duro de la crisis

Por Norberto Colominas
sábado 25 de febrero de 2012, 17:30h
Después de la segunda guerra la industria norteamericana representaba el 30 por ciento de la industria mundial, pero en 2008, cuando estalló la crisis de la hipotecas sub-prime, esa participación había bajado al 12 por ciento, lo que supone una disminución del 150 por ciento en algo menos de 70 años. En menor medida, lo mismo ocurrió en Europa y en Japón.


¿Por qué este retroceso? Por razones diversas, pero básicamente porque --al buscar mayores beneficios-- las multinacionales de capital estadounidense, europeo y japonés empezaron a instalar fábricas en todos los países del mundo, en particular allí donde se podía emplear mano de obra calificada y barata, por ejemplo en China y el Asia Pacífico, en México, en Brasil, en Sudáfrica.

Con los años ese drenaje de inversiones provocó un creciente déficit comercial, dado que las propias empresas norteamericanas exportaban a Estados Unidos desde cualquiera de aquellos países. El movimiento inverso también empezó a disminuir, ya que las mercancías fabricadas por firmas estadounidenses off-shore sustituían, de hecho, a los productos que antes llegaban de Norteamérica, Europa o Japón.

En consecuencia, poco a poco el capitalismo del hemisferio norte empezó a buscar refugio en otras dos áreas: una productiva, la tecnología de punta; otra, improductiva, la exportación de capitales. La primera explica en buena medida el gran salto tecnológico de los últimos treinta años. La segunda es una de las razones de la preeminencia de la renta financiera sobre las ganancias (agraria, industrial, etcétera).

Cuando decimos que en la génesis de la crisis económica y financiera está el precio del trabajo, estamos diciendo que aquel que produce más barato (por salarios más bajos, por mejor tecnología y eficiencia del managment, por cercanía con los centros de consumo, por fletes mas económicos, por una combinación de estas razones o por cualquier otra razón) termina imponiendo condiciones en el mercado mundial, ya como proveedor de bienes a mejor precio, ya como imán para inversiones industriales directas que sustituirán importaciones y mejorarán su balanza comercial.

Ese fue el caso de China y los países del Asia-Pacífico, pero no de Japón. Fue también el caso de Brasil y en menor medida de la Argentina, pero no de Europa. Es por ello que la crisis golpea hoy a todo el hemisferio norte. Y es también por eso que la lógica final de esta crisis es un ataque severo contra los salarios y, en general, contra las condiciones de trabajo y el estándar de vida de los asalariados, clase media incluida. El primer objetivo fue desmontar el estado de bienestar, que ya está herido de muerte; el segundo es reducir drásticamente los salarios.

Un botón de muestra. En enero pasado Japón tuvo el mayor déficit comercial para un solo mes: 18.400 millones de dólares, o 613 millones por día. Esa es la mayor diferencia entre importaciones y exportaciones de toda su historia. ¿Cuánto tiempo más podrá aguantar su economía si no recupera empleos extranjerizados mediante una brusca reducción del precio del trabajo en su propio territorio? 

Otro botón: la primera medida adoptada por el gobierno del Mariano Rajoy fue precarizar el trabajo de los españoles concediéndole a las patronales poco menos que el despido gratuito en un país que ya tiene 5.6 millones de desocupados. En Alemania ya hay 5 millones de "mini-jobs", trabajos precarios por los que se pagan 400 euros por mes. ¿Casualidad o causalidad? 

La primera razón de la crisis, el núcleo duro, es que el hemisferio norte ya no soporta seguir pagando salarios diez veces mayores de los que paga China por el mismo trabajo, o cinco veces los que pagan el Mercosur o México. Y sólo reduciendo ese componente del costo logrará repatriar inversiones y aumentar el empleo, hacer más competitivas sus exportaciones, equilibrar la balanza comercial y volver a disfrutar de una ganancia industrial que lo empiece a liberar de las tenazas de la renta financiera. La tecnología juega a su favor; el tiempo no
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