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Ahora sí hubo festejos

Ahora sí hubo festejos

Hace un par de meses, en ocasión de las elecciones internas abiertas y simultáneas que otorgaron el claro triunfo a Cristina Fernández por sobre el resto de las opciones opositoras, observamos la curiosa situación de la ausencia de festejos populares ante un resultado que, en otros tiempos, hubiera generado una masiva demostración de alegría.   La situación cambió en esta elección. Por razones que seguramente debatirán los politólogos y debieran debatir los políticos, las concentraciones festivas fueron evidentes. La Plaza de Mayo contuvo a miles de manifestantes que, bueno es reconocerlo, no se debieron como en otras oportunidades sólo a la movilización de “aparatos” sino que mostraron un alto componente de personas auto-movilizadas, con una notable presencia de sectores medios.   La primera sensación que produjo la elección del domingo es que los argentinos fueron seducidos por el relato presidencial. No el “relato oficialista”, integrado por discursos lejos de ser homogéneos que incluían desde el sectarismo ideológico de Carta Abierta hasta el neo-oficialismo de Carlos Menem, y desde el eficientismo de Scioli hasta los sugerentes apoyos de artistas populares estimulados por “apoyo” del oficialismo a la cultura popular.   Lo que parece seducir a la mayoría de los argentinos no es la sofistificación ideológica, ni los negocios cercanos con el arte, sino la sensación de que es posible armonizar una vida feliz de bonanza económica, con la visión épica de que se puede construir un futuro exitoso casi sin esfuerzo.   Esta intuición estuvo estimulada por la ausencia de una propuesta alternativa creíble, como lo hemos referido varias veces en esta columna. La imagen del no-oficialismo fue tan poco seductora que tuvo como corolario inevitable fortalecer –por cotejo- el discurso oficial.   El buen tono sugiere no hacer leña del árbol caído, como suelen actuar los nóveles oficialistas que necesitan urgentemente mostrar méritos de última hora. No será en todo caso la actitud de esta columna, que desde la modestia de nuestra página alertó repetidas veces a los candidatos opositores sobre la falta de salida del callejón en el que se adentraron con tanto entusiasmo como imprevisión.   Tan sólo cabe, como consuelo, pensar que el apoyo electoral recibido por la presidenta no lo fue a un discurso sectario, violento y polarizante como el que era propio de su marido, sino a un relato de unidad, pluralidad y consenso que aunque hasta ahora fuera en no pocas ocasiones desmentido por los hechos, integró el mensaje de su campaña electoral de cuidadosa elaboración.   Cabe felicitar a los ganadores y esperar con el espíritu desarmado –aunque prevenido- que la propuesta de campaña haya sido un mensaje sincero. Si así lo fuera, el país habría subido un escalón en la calidad de su escenario público y podría gestar una solidaridad nacional más fuerte para enfrentar los problemas que la compleja situación internacional amenaza presentar en los tiempos que vienen.   Los festejos, en este caso, serían merecidos y seguramente recibirían la simpatía de la mitad del país que no votó al oficialismo.   Ricardo Lafferriere
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