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La campaña española como la argentina: no se nota

La campaña española como la argentina: no se nota

Visita mi casa una periodista venezolana, casada con un buen amigo, también periodista de larga trayectoria en Caracas y con  ancestros vascos que compartimos. Está haciendo una gira informativa por Europa, conscientes, ella y el medio para el que trabaja, de que las cosas están experimentando radicales transformaciones, virajes casi mágicos que ya no anuncian, sino que confirman, que estamos ante una nueva era, abriendo capítulos de un libro por escribir y cuyo final nadie conoce. Pero ella, pese a estar muy atenta a las convulsiones de cada 'cumbre' de la UE, está, sobre todo, extasiada con lo que ocurre en España; quiere hacer un reportaje sobre la campaña electoral y ha descubierto, desolada, que no hay más campaña que las encuestas periodísticas que confirman que todo está ya sentenciado. Ha intentado acercarse a los partidos en busca de programas con propuestas novísimas, acordes con lo que nos viene encima, y no ha encontrado casi nada. "Ah, pero ¿están ustedes en campaña electoral?", pregunta, entre irónica y desencantada: ha llegado a Madrid en un momento histórico y constata -no es difícil constatarlo, la verdad-que las propuestas de la política oficial tienen poco que ver con lo que se respira en la calle. Y que esta calle se muestra indiferente a la inminencia de las urnas.   Mi amiga la periodista venezolana tampoco se ha entusiasmado con los planteamientos de los 'indignados' con los que ha hablado estos días: le parecen algo confusos y demasiado dispersos. "No hay un contraprograma", dictamina. Pero pasamos revista a los últimos seis meses en la historia de España y se queda estupefacta: anuncio de Zapatero de que no repetirá en La Moncloa, irrupción de Rubalcaba en la escena sucesoria, frenazo a las primarias -"con el ejemplo que dieron los socialistas franceses", dice--, victoria absoluta del PP en las municipales y autonómicas del 15-m, impulsos reformistas en lo económico  --"esto parece la Europa del Cuarto Reich, pero sin el bigote de Hitler", opina ella, y no es la primera vez que oigo algo así--, reforma constitucional express y, por fin, definitivo abandono de las armas de ETA.   Lo que me parece difícil de explicarle, porque yo mismo no acabo de entenderlo, es el viraje experimentado en apenas un semestre en la sociedad española. Le digo que hemos aceptado un 'ajuste de cinturón' casi dramático, que los españoles asumimos que nos hemos empobrecido no poco en menos de un año, que Mariano Rajoy ha pasado de ser una figura altamente impopular en las encuestas a convertirse, en el último sondeo que leímos ayer, en el político mejor valorado. La opinión pública es una veleta que ha girado ciento ochenta grados, mientras la política económica oficial ha hecho lo mismo en el curso de un año.   Ella tampoco cree -y conoce bien el tema, que no en vano en Venezuela se han refugiado, a veces con el impulso del propio Gobierno español, tantos etarras-que el fin del terrorismo de ETA vaya a dar un vuelco a los resultados que presagian los trabajos demoscópicos y tal vez por ello la precampaña electoral propiamente dicha esté tan exenta de interés: son muchas las cosas que están ocurriendo fuera del ámbito puramente electoral. "Ocurre lo mismo que en Argentina, donde todo el mundo daba por sentada la victoria de Cristina Kirchner", me dice, tras haber pasado dos semanas en Buenos Aires cubriendo la precampaña electoral allá.   Regresará a Caracas el miércoles, tras haberse dado una vuelta por el País Vasco, apenas para comprobar que sí, que existen posibilidades para que la coalición más cercana a la ilegalizada Batasuna alcance buenos resultados electorales, y que eso será lo que más conmocione la composición del próximo Congreso de los Diputados. Coincide en valorar la opinión de Mariano Rajoy en el sentido de que no conviene repetir la campaña de publicidad gratuita que se le hizo a Bildu en la campaña de las elecciones municipales y autonómicas del 15 de mayo. Y me parece que se marchará con la impresión de que, cuando regrese a Madrid y a San Sebastián, dentro de seis meses, nada será igual a como ahora lo deja. "Lo que pasa es que ustedes no parecen muy conscientes de ello", dice, y seguramente tiene razón: a ella, al fin y al cabo, los árboles sí le dejan ver el bosque.
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