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Los 'indignados' invitan al té

Los 'indignados' invitan al té

Las protestas en las ciudades españolas fueron motivo de esas raras ocasiones en que los televidentes norteamericanos reciben noticias de nuestro país: los informativos llevaban imágenes del 'Sol square' con las protestas de los 'indignados' por el elevado desempleo, algo que les resultaba casi tan pintoresco como las imágenes de cada año durante los Sanfermines. Este tipo de manifestaciones también se dan aquí ocasionalmente y duran un solo día, o más bien unas horas por multitudinarias que sean. Una protesta duradera no se ha visto desde la guerra del Vietnam, no porque falte el descontento, sino porque el malestar popular se canaliza habitualmente hacia lo que el público percibe como útil. La protesta no se refleja en las calles, sino en los pasillos del Congreso y en el tono estridente de los debates en medios audiovisuales, donde tratan de influir en el electorado. Al ciudadano de a pie, que empieza a ahorrar en cuanto nace su hijo para costearle la Universidad, que recibe una pensión que ni llega al 40% de su salario, que a veces trabaja pasados los 70 y que no tiene garantizado el seguro médico hasta llegar la edad de jubilación, le cuesta imaginar que los refinados y civilizados europeos occidentales se sientan pobres, y menos aún indignados, cuando gozan de unas prestaciones sociales mucho más generosas, aunque tengan una renta per capita inferior a la norteamericana. Los que buscan una explicación, la encuentran en que "nosotros no confiamos en el Estado para resolver nuestros problemas". Por lo que a ellos les toca, Estados Unidos está viviendo ahora un momento de real indignación popular, causada por la renqueante salida de la fuerte recesión de hace tres años, la caída del dólar, la subida de la gasolina, la parálisis del mercado inmobiliario y el desempleo que se mantiene en un pertinaz 10%. Sumado a una deuda pública que amenaza con socavar gravemente la estabilidad del país, más de dos tercios de los norteamericanos creen que las cosas no van por buen camino. Pero las calles de Miami, Las Vegas o Los Angeles, tres capitales seriamente castigadas por la crisis, tan solo ven circular a gente que va a lo suyo. Es en Washington y los capitolios de los 50 estados donde se refleja el descontento y se recogen las quejas contra los políticos a quienes responsabilizan de los situación. Es una manifestación del sentido práctico que impera en este país y al que parecen sumarse las oleadas de inmigrantes de cualquier parte del mundo, que rápidamente se integran en la idiosincrasia nacional: ni quieren ni pueden perder el tiempo en cosas que no sirven para nada y, excepto en el dictamen que puedan emitir a la hora de votar, se dedican a resolver sus problemas por su cuenta de la mejor forma posible. Pero el malestar está ahí y se ha canalizado hacia el Partido del Te, en el que se acogen congresistas y senadores en rebeldía contra la política de siempre a las que responsabilizan por la crisis y lo que consideran corrupción y arrogancia de poder. El Partido del Te no es tal partido, sino un grupo teóricamente sin filiación, aunque en la práctica milita en el ala conservadora del partido republicano, al que pertenecen todos sus legisladores. En realidad, el movimiento ni siquiera tiene sus raíces en el Congreso, sino en la presión popular que consiguió reunir a cerca de un millón de personas en Washington hace casi dos años para protestar por las medidas "socialistas" del presidente Obama y del gobierno monocolor demócrata. Las masas que llenaron Washington en un fin de semana del septiembre pasado dieron alas a las campañas de legisladores que convirtieron esta rebeldía en una victoria electoral y, dos meses más tarde, acabaron con la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Esta nueva clase política representa una auténtica revolución conservadora y está dispuesta a romper incluso los principios más establecidos, incluso cumplir con los pagos de la deuda pública, para poner fin a lo que les parece un despilfarro descontrolado. A favor de sus argumentos tienen que la gigantesca deuda de billones de dólares acumulada por el presidente Obama no ha dado ni los resultados que la gente esperaba -ni los prometidos por Obama, cuya asesora económica Christine Romer aseguró al llegar a la Casa Blanca que los dólares de la reactivación impedirían que el paro supere el 8%. Hoy en día, con un desempleo de más de 10%, las arcas públicas están tan agotadas como la paciencia del Partido del Te que trabaja tanto en la sombra como en arengas en las plazas públicas. Así, mientras los legisladores y candidatos presidenciales republicanos advierten a voz en grito de una inminente quiebra de las finanzas públicas, algunos de sus colegas trabajan discretamente con miembros de la administración demócrata para impedir, precisamente, esta quiebra. En esto les ha ayudado la Asociación de Pensionistas Americano (AARP), una de las organizaciones más poderosas del país a la que jamás nadie ha acusado de simpatías republicanas y siempre se ha opuesto a rajatabla a cualquier ahorro en las prestaciones sociales: se ha rendido ante el Partido del Té y, en medios de estas negociaciones, anunció que se avenía a retrasar la edad de jubilación y a revisar la estructura de los beneficios. El resultado de ello puede ser espectacular, con ahorros de 2 billones de dólares y las semillas para sanear los abultados presupuestos públicos. De conseguirlo, los 'indignados' del Partido del Te se sentirán orgullosos, y no solo por lo que se haya logrado, sino porque todo el mundo se está subiendo a su carro: en el primer debate de aspirantes republicanos a la presidencia, 4 de los 7 candidatos(Michelle Bachman, Tim Pawlenty, Herman Cain y Ron Paul), representaban o querían estar muy cerca del Partido del Te. Y ninguno de los otros 3 quiso distanciarse de esas posiciones. Para rizar el rizo, incluso la Administración ha dejado de marcar distancias y nadie sabe si dentro de algunos meses beberá té en vez de café.
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