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Opinión: Jerónimo Junquera

Hacia el modelo de la 'ciudad moderna'

Hacia el modelo de la 'ciudad moderna'

Fernando Jáuregui nos convoca a mirar hacia delante, pretender ver el futuro reclama entender el presente y para entenderlo es imprescindible conocer nuestro pasado. El Renacimiento Italiano no fue un mero ejercicio de desenterrar el mundo clásico, sino encontrar el eslabón perdido en la Edad Media. Hoy estamos en una situación similar, es recomendable parar y pensar qué hemos hecho bien y qué mal, recuperando los principios que se forjaron en el inicio de la Edad Moderna. Hoy el mundo occidental está afectado por una profunda crisis económica, pero la crisis del conjunto de la humanidad es del modelo de habitar. Es evidente que no hemos conseguido crear el modelo de ciudad moderna en el que nos sintamos confortables como un lugar de convivencia. Pese ha haber generado en los últimos 100 años muchísimo más tejido urbano que a lo largo de la existencia del ser humano, en menos del dos por ciento del suelo vive cerca del 80 por ciento de la población de la tierra. Somos conscientes de que no nos gustan nuestras ciudades, pero sí, que consideramos las ciudades como el mejor logro de la humanidad. El turismo prueba el interés de los ciudadanos por el espacio urbano, la visita a pueblos y ciudades es mayor que el de los espacios naturales, Paris genera más visitas que las Playas del Caribe y como Paris otras muchas ciudades, Toledo, Sevilla… Si analizamos con precisión hacia donde dirigen sus pasos, veremos que el visitante elige siempre dirigirse hacia la ciudad anterior al siglo XX, nadie va a pasear por nuestros nuevos barrios sean de Paris, Toledo o Sevilla, algo mal habremos hecho. Otro aspecto esclarecedor de cómo valoramos el lugar en el que vivimos se manifiesta en la diferente valoración que hacen los ciudadanos de los lugares en los que viven, según que su emplazamiento sea en el centro o en la periferia. Los que viven en la ciudad histórica la valoran por la armonía de sus calles y plazas, la calidad de vida que se genera en sus calles y plazas, por la cantidad y variedad de ofertas que conviven, culturales, de ocio, de comercio, de estancia, en definitiva por haber conseguido la armonía de la diversidad del espacio público y todo ello pese a no estar dimensionadas para la presión a que están sometidas por el vehículo privado. Los ciudadanos de las nuevas ciudades situadas en las periferias solo valoran los espacios privados, mi casa, mi piscina, mi condominio, mi club, no existe la diversidad sino la suma de unidades cerradas en sí mismas únicamente relacionadas por vías de tráfico y un único lugar de encuentro, el centro comercial. Es evidente que no hemos conseguido diseñar nuevos lugares en los que convivir en colectividad y los existentes los hemos abandonado convirtiéndolos en redes de tráfico motorizado, no hemos sido capaces de diseñar el vacío que generamos al construir nuestros edificios, el espacio público. Hemos progresado satisfactoriamente en muchos aspectos generadores del incremento de la calidad de vida, educación, medicina, comunicación, vivienda, transporte… pero no hemos conseguido crear un espacio en el que convivir. Progreso que es consecuencia directa de la estrategia del homo sapiens que opto por agruparse inventando un ecosistema artificial, la ciudad, que mientras se desarrollo lentamente y a escala razonable pudo controlar con más o menos fortuna, pero que a partir del siglo XX no supo qué hacer. ¿Por qué hemos demostrado tan poco interés por fomentar nuestra calidad de vida en comunidad desentendiéndonos de nuestras ciudades como lugares de convivencia, centrándonos únicamente en generar metros cúbicos y en el mejor de los casos, edificios de pieles espectaculares posados sobre el territorio a modo de floreros, normalmente descontextualizados respecto a su entorno? ¿Cómo es posible que nos hayamos olvidado de las voces que ya advertían en la primera mitad del siglo pasado de este desencuentro entre el hombre urbano y sus nuevos hábitats? ¿Los arquitectos y los urbanistas han tenido la culpa, lo pueden resolver ellos solos? Rotundamente, no. La solución debe nacer de “la cultura urbana de la sociedad”, una sociedad que debe intentar poner orden en su modelo de vida, una sociedad que se encuentra hoy día como el niño que al despedazar la maquinaria de su juguete para encontrar su magia, trata desesperadamente de reunir sus piezas para integrarlas de nuevo sin conseguirlo. Un modelo para el que hay que generar unos objetivos claros dando prioridad a las necesidades humanas básicas frente a los requerimientos económicos e industriales; un modelo que afronte el difícil equilibrio entre la imprescindible diversidad y la unidad, generando unas reglas de juego que no destruyan el individualismo y la diversidad, sino que los protejan; un modelo que se relacione dignamente con el medio en el que se asienta, tanto físico como social, un modelo que reconozca el lugar evitando la universalización. Estas reflexiones resumen una preocupación ya detectada en la primera mitad del siglo XX y lamentablemente igual de vigentes en el diagnostico de Julian Huxley: “…Más pronto que tarde hemos de abandonar el sistema basado en el incremento artificial de los deseos del hombre y comenzar por construir uno dirigido a satisfacer cualitativamente las autenticas necesidades humanas…”. La ciudad es el resultado de una superposición de múltiples capas de naturaleza muy diversa, y si de por sí son complejas, al estar superpuestas e interrelacionadas, la complejidad es tal que modernizarla es casi imposible, lo que nos sitúa en una posición similar al niño con su juguete destripado. Quizá esta complejidad puede ser la razón por la que no hemos sido capaces de diseñar y gestionar un modelo a gran escala y en tiempos reducidos. El abandono de este complejo reto de la Edad Moderna ha dejado su formalización en manos de los inversores y especuladores que al reducir la complejidad a una sola variable, el beneficio, ha sido capaz de construir millones de metros cúbicos mediante un urbanismo de reparto de plusvalías, formalizado mediante la secuencia repetitiva de contenedores conectados por redes de tráfico, que no calles, cumpliendo unas normas higiénicas internacionales, es decir para cualquier lugar: las dimensiones de las calles son iguales en Hamburgo que en Almería. El resultado es que el ciudadano ha perdido su cultura urbana para refugiarse en su célula individual abandonando la bondad de lo colectivo. ¿Que hacer? Para recuperar la cultura urbana hay que volver a aprender las cualidades que ofrecen las ciudades como lugar de encuentro y de aprendizaje de la vida en comunidad, en términos actuales conocer el ecosistema urbano. Es curioso que desde Rodríguez de la Fuente la sociedad se haya mentalizado sobre lo importante que es preservar el ecosistema del oso polar o el de los linces, pero ¿quién conoce cuál es el ecosistema urbano y su importancia para nuestra especie? Ya lo decía Gropius en los años 60: hay que empezar enseñando a los niños. La profesora Adams, en los cincuenta en Chicago, desarrolló un modelo educativo para niños de los jardines de infancia para que aprendieran a conocer su hábitat, “la ciudad”. Hoy la Fundación Estudio está inmersa en un proyecto de investigación para que los niños entiendan el ecosistema urbano y conociéndolo puedan diseñar los futuros hábitats con la garantía de dominar la complejidad de sus capas, convirtiéndose en niños que sabrán desmontar y montar su juguete más preciado, la ciudad de la convivencia. Nuestra actual asignatura pendiente. Hasta que esas nuevas generaciones tomen el poder, nosotros debemos ser prudentes y saber elegir objetivos concretos que entendamos y podamos ejecutar en la confianza que representen una mejora cualitativa de la vida urbana. A mi entender señalo tres: 1.- Priorizar el diseño del espacio vacío frente al construido; es decir, primero diseño el espacio público en el que convivir y después formalizo la edificación en la que vivir y trabajar. Un espacio para el peatón, para los niños: si un niño puede usar la calle, jugar a la rayuela, la ciudad está resuelta. 2.- Tratar al vehículo privado como excepción, reservándole el mínimo espacio posible, propongo “el carril coche”, apoyo la bici eléctrica y el transporte público. El prestigioso crítico Kenneth Framton, decía estos días en Madrid: “El coche es un invento más apocalíptico que la bomba atómica”. Nuestro espacio de convivencia esta usurpado en más de un 80 % por millones de toneladas de chatarra que gastan más energía en desplazar su propio peso que lo que transportan sean personas o mercancías. Aquí querría señalar el peligro que se avecina con los coches eléctricos. Se avecina un plan renove perverso, es evidente que no contaminan en la ciudad pero siguen ocupando el espacio que nos corresponde a los ciudadanos. Esta acción se resuelve con solo modificar señales de tráfico. 3.- Dotar de contenido al espacio público, recuperar el comercio, mezclar los usos dotacionales, bar, tienda, ayuntamiento, superponer las generaciones, niños, jóvenes y viejos, fomentar la diversidad social, recuperar el mercado de barrio etc… El mejor centro comercial es la calle, de hecho empresas especializadas en grandes centro de periferia empiezan a explorar modelos urbanos gestionando conjuntos de bajos comerciales de calles y plazas con el mismo modelo, oferta variada de diferentes tiendas, un mercado de alimentación de productos frescos y un supermercado de tamaño medio. Otra experiencia significativa se produjo hace años en Los Ángeles cuando un macro centro comercial de periferia fue absorbido por la ciudad, perdió su clientela de periferia y quebró. Los nuevos propietarios solo hicieron una cosa para convertirlo en un lugar de referencia, le quitaron la cubierta y se convirtió en ciudad. 4.- Buscar formulas para que las plusvalías de la transformación del suelo rustico en urbano se reinvierta en los ciudadanos. En estos últimos años de locura inmobiliaria, de los 6.000€/m2, al menos 3.000€ correspondían a la plusvalía generada por el cambio de calificación del suelo. Miles de millones de euros que los ciudadanos podrían haber invertido en sus pueblos y ciudades. Hemos vivido tiempos de esplendor en la actividad edificatoria. Los arquitectos han propuesto un variado muestrario de propuestas tipológicas y técnicas explorando lenguajes basados en una industria de la construcción en permanente evolución, todo lo cual ha sido posible al disponer de unos recursos económicos prácticamente sin límites. Hoy se ha iniciado un periodo de reflexión basado en el axioma del “menos es más”, bienvenido sea. La asunción de la búsqueda de modelos sostenibles junto a la crisis financiera pueden ayudar a que la sociedad entronice este nuevo paradigma. Pero algo más se ha olvidado que considero necesario afrontar en los próximos años: fijar la atención al vacío que generamos cuando construimos, el espacio de encuentro y relación, el espacio generador de la vida en comunidad, el espacio público en contraposición al privado contenido en lo edificado y el espacio intermedio entre ambos, el umbral que formaliza la transición entre lo público y lo privado. Espacios que se han configurado sin atención, como residuos, ignorados por un urbanismo cautivo, repartidor de plusvalías edificatorias, y por edificios entendidos como objetos posados sin más en el tapiz del planeamiento.  Mirar la ciudad de otra forma, construir la ciudad de otra forma, diseñar antes el vacío que lo construido, entenderla de otra forma. (*) Jerónimo Junquera es arquitecto, fundador del estudio Junquera Arquitectos.
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