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Amarillo y negro

     Mientras el torero José Ortega Cano se debate entre la vida y la muerte, y cuando ya ha sido incinerado el cadáver de Carlos Parra, conductor con cuyo vehículo colisionó el del torero en un  gravísimo accidente de tráfico de la madrugada del pasado domingo, conviene hacer algunas reflexiones sobre este desdichado suceso y el tratamiento que le están dando algunos medios de comunicación.      En primer lugar, como decimos, se trata de un suceso desgraciado en que falleció, en el acto, un ciudadano de 48 años de edad que circulaba por una carretera, a la altura de la localidad sevillana de Castilblanco de los Arroyos. Y un accidente en el que resultó herido de extrema gravedad otro ciudadano, José Ortega Cano, en este caso conocido y popular, por su condición de torero y por haber contraído matrimonio con la cantante Rocío Jurado, fallecida hoy hace cinco años.     La noticia recorrió los cauces habituales en casos semejantes: sorpresa, conmoción, atención única (en un principio) a lo que le ocurrió al personaje famoso, posterior reflexión  reconociendo que había una víctima mortal (en este caso, una persona desconocida fuera de su ámbito cercano), y, después, todo tipo de especulaciones sobre causas, circunstancias, culpabilidades, etcétera, etcétera, sin que falten osados que, sin pruebas, sin conocer el atestado de los agentes de la Guardia Civil de Tráfico y mucho menos el dictamen del juez (porque no se produjo) ya hablan de exceso de velocidad o de elevada tasa de alcoholemia.      Qué duro es ser español algunas veces, cuando la patria se convierte en un patio de Monipodio de calumnias y envidias, en un callejón de la maledicencia; cuando hasta contemplando un desgraciado y casual accidente de tráfico surgen los “ultrasur” o los “hooligans” de la incontinencia verbal, de la pasión ibérica, del cainismo, de la falta de respeto  a los heridos o a las víctimas mortales. Ante un suceso perfectamente serio, donde se registró la muerte de un conductor y la gravísima situación de otro, lo menos que se puede pedir es compasión y prudencia. No se trata de otorgar privilegios al protagonista conocido, ni de negarle la consideración que se merece al fallecido anónimo y al dolor de su familia. Tampoco debería convertirse un suceso  --de los muchos que, por desgracia, se registran en las carreteras españolas, y en especial en los tramos de doble dirección--  en una pista de patinaje mediático para que cada cual, según su gusto, reconstruya el episodio a su manera. Lo que ahora procede es la condolencia con el entorno familiar de la víctima mortal, Carlos Parra, y el deseo de que se recupere el herido, ya sea un torero de éxito o ya fuese un ciudadano desconocido.      Qué duro es ser español  -insistimos-  algunas veces, vivir en el país de los funerales de primera o de tercera, mientras los mayorales del amarillismo sueltan los toros a embestir a bulto, a cornear a todo lo que se mueve,  a coleccionar fantasías, a robarle su espacio a la verdad que nos debe hacer más humanos y más libres. > Escuche las columnas de Luis el Olmo en vídeo:
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