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El año en el que Zapatero volvió a nacer

El año en el que Zapatero volvió a nacer

Hace exactamente un año, tras una comparecencia en La Moncloa, Zapatero se me acercó y me dijo, muy serio: “hemos estado al borde de la catástrofe en Europa”. El Ecofin acababa de reunirse de emergencia, aprobando un ‘plan de salvación’ del euro por valor de quinientos mil millones de euros y, en lo doméstico, los mercados internacionales evidenciaban la desconfianza en la economía española. Supongo que ese día, en el que empezó a dar la vuelta como un calcetín a su alegre programa económico de gasto público, disminución de impuestos y negación de la profundidad de la crisis global, Zapatero comenzó esa profunda transformación que incluso se ha plasmado en el rostro ensombrecido por grandes bolsas bajo los ojos y una sonrisa cada día más difícil.   El año de la gran transformación del presidente del Gobierno culminaba el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. Allí, tras un breve rifirrafe sobre la posición del Ejecutivo español tras la muerte de Bin Laden,  el comunista Gaspar Llamazares espetaba a Zapatero: “ya no le reconozco”. Viajeros a La Moncloa me aseguran que pocas frases han dolido más al hombre que mayor poder tiene en España desde hace siete años y que anunció, hace cinco semanas, que no volverá a presentarse al cargo.   ¿Está Zapatero derrotado, vencido? No lo parecía cuando este viernes, en León, la ciudad en la que vivió hasta su ‘ascenso’ a la secretaría general del PSOE, anunció que dentro de un año volverá a residir allí. Ya tiene hasta una nueva casa. Dicen sus amigos leoneses que le vieron contento, y no digamos ya a su mujer, Sonsoles, que es acaso quien más tiempo lleva insistiéndole para que lo deje. Culminaba ZP una semana difícil, no solamente porque tuvo que afrontar los rescoldos de la EPA, que habla de que los cinco millones de parados oficiales están ahí, a la puerta; también porque su Gobierno, comenzando por él y continuando por una bastante difuminada ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, tuvieron que poner buena cara al extraño procedimiento de Obama a la hora de anunciar que un comando estadounidense había abatido al terrorista más buscado, Osama Bin Laden, en circunstancias  nada bien explicadas, por decir lo menos.   Y, para colmo, el ‘asunto Bildu’. No han faltado voces ni en la oposición (no desde luego, Mariano Rajoy, que está extremando sus moderación en los mensajes: yo creo que, a base de tanto teléfono, ambos han llegado a entenderse mucho mejor de lo que dicen), ni en los medios, que sugieran que la decisión del Constitucional legalizando a la coalición heredera de Batasuna responde a una presión de los socialistas. Incluso algunos, con Jaime Mayor Oreja de portaestandarte, susurran que hay negociación secreta con ETA de por medio. Yo, desde luego, no lo creo, personalmente; y me da miedo que sugieran que el más alto de los tribunales de apelación puede ser acusado casi de prevaricación.   Lo cierto, claro está, es que llama la atención que el Supremo, con una votación ajustadísima, y el Constitucional, lo mismo, puedan diferir ciento ochenta grados en su apreciación acerca de si Bildu está o no teledirigida por ETA. Se evidencian las lagunas legales y el mal funcionamiento de los dos altos tribunales. Y se evidencia también la pérdida de credibilidad de Zapatero en estos temas: ¿cuántas veces, en el pasado, aseguró que no había negociación con la banda del horror y del terror, cuando luego se demostró que sí la había?   Este es el Zapatero que, con la faz y el carácter cambiados en apenas doce meses, llega a su tramo final en La Moncloa, pasando por una campaña municipal y autonómica que, en realidad, más parece la de unas primarias que otra cosa. Pienso que, desde aquella confesión que me hizo en la sala de prensa de La Moncloa, Zapatero ha vuelto a nacer, quizá para morir dentro de poco como político: se ha vuelto más relativista, menos entusiasta. Y, pese a que intenta mantener –y, sinceramente, creo que mantiene—el talante de hombre honesto y ecuánime, que ha soportado algunas presiones de sus sucesores para que les apoye a uno/ a y no al otro/a, que ha tratado de evitar mayores recortes sociales y sufrimientos a  los ciudadanos, me parece que ZP se va con muchos jirones internos. Desengañado y menos idealista. Quizá algo fracasado, en lo económico, en lo institucional, en lo social, puede que en lo personal; me aseguran que ya solamente le importa cómo le tratará la Historia. Y la Historia, supongo, le tratará mejor que el presente.   [email protected]   ZP se queja de que el PP utilice el terrorismo como arma electoral
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