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Prohibido inaugurar

Prohibido inaugurar

La reforma de la Ley Electoral establece que a partir de hoy está prohibido poner primeras piedras o cortar cintas “virtuales” de obras que no funcionarán en meses, en años, acaso nunca jamás. Con tal de arañar un puñado de votos, todo vale en esta pre-campaña de los comicios autonómicos y municipales, y en los últimos días en diversas ciudades españolas los alcaldes o los políticos autonómicos inauguraban todo lo que encontraban a su paso, desde un tramo inacabado de carretera hasta un hospital del que se habían edificado poco más que los cimientos, pasando por una fuente a la que aún no llega el agua o un aeropuerto si aviones ni usuarios (como el de Castellón) y un museo (como el de San Telmo de San Sebastián) que lleva cinco años cerrado y cuyas obras de restauración aún se retrasarán varios meses. Pero había que inaugurar, amigos, y a toda velocidad en este último fin de semana, lo mismo el Hospital Central de Asturias, que ya ha recibido la visita de las autoridades en media docena de ocasiones, haciéndose fotos en las salas vacías, que en Extremadura: una escuela de hostelería, dos colegios, tres centros sociales, dos bibliotecas, un espacio escénico, y el Centro de Cría en Cautividad del Lince Ibérico. Y otras decenas de obras en proyecto en Castilla-La Mancha, en Navarra, en Andalucía, en Canarias, en La Rioja, en Cantabria o en Aragón, que de esta fiebre no se libra nadie.     Subyace en estas escenas el criterio errático de que los políticos son los benefactores del pueblo y de que tienen derecho a pasar factura para demostrar lo buenos que son, lo eficaces que son, lo acertados que están y la suerte de tenemos de poder contar con ellos. Y, en realidad, ocurre todo lo contrario: que el pueblo es el que paga, es el empresario de su bienestar, y es el que padece y paga los presupuestos que se desmadran o las obras innecesarias, ineficaces, inútiles, algo especialmente grave en los tiempos de crisis.      Después están las placas y los monolitos en los que, con una vanidad que se convierte en candor infantil, se deja grabado que “se inauguró esta obra siendo alcalde (o presidente de la Comunidad Autónoma, o de la Diputación) fulano de tal” Ni siquiera hay un reconocimiento para los albañiles, ni mucho menos para los lugareños que han pagado la obra.      En fin que, en pre-campaña electoral, los políticos, que van como locos, abrazan a los niños y a las fuentes y a las farolas, y cortan cintas o colocan primeras piedras, y hasta son capaces de atribuirse el mérito de que por su ciudad pase un río o de que florezcan los cerezos. El pueblo sabio ni siquiera se cabrea: sonríe con esa actitud sana de la distancia, con esa ironía con que los más viejos del lugar contemplan el paso de la cabalgata de los Reyes Magos. Lo peor de los políticos es que terminan por creerse el papel que representan: que son el Gaspar del PSOE, el Melchor del PP, el Baltasar de Izquierda Unida; quizá también crean  -y es lo peor-  que los electores son tontos de solemnidad.
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