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'Mi pueblo me ama'

"Mi pueblo me ama"

No tenemos la facultad de saber el futuro con precisión, pero sí tenemos la capacidad de ver el rumbo que puede tomar. En las revoluciones el futuro parece condensarse en el presente hasta hacer explosión y luego seguir un curso inevitable. Un curso en el que unos se embarcan sabiendo que existen acontecimientos incontenibles; y al que otros deciden oponerse con todas sus fuerzas, infructuosamente. Cuando llega la oscuridad de la noche, con la exactitud de un reloj, los bombarderos invaden el cielo libio y comienzan los ataques sobre las defensas antiaéreas. Éstas y otros componentes de artillería pesada han sido los equipamientos militares destruidos. Todos saben hacia donde se dirigen los misiles de aquellas aeronaves. Sin embargo, los soldados, o los milicianos, leales a Gadafi que se encuentran en esas defensas se quedan allí, apostados, esperando con ferocidad un futuro ya consabido. Cada noche la prensa muestra a alguno de los encargados de esas baterías disparando hacia el cielo. Un fuego rojo ilumina pedazos de un cielo negro, y los destellos se suceden al igual que en una vieja feria de juegos pirotécnicos. A qué apuntan esas baterías, hacia dónde se dirigen esas ráfagas que hostigan al firmamento. Se dirigen a ninguna parte, a ningún objetivo alcanzable. Entonces, qué hacen esos soldados allí, seres que con seguridad tienen a alguien que les ama y estará preocupado por ellos, en esos pertrechos militares que en nada pueden detener la ofensiva de aviones invisibles. Por el contrario, con cada ráfaga que lanzan al aire están indicando el lugar exacto desde el cual disparan y, por lo tanto, el siguiente objetivo al que los aviones extranjeros van a apuntar. No deja de sorprender ese empeño que tienen ciertos soldados de morir gratuitamente. Saben que su destino es la muerte, pero tal vez están convencidos de que el futuro les llenará de gloria, y la gloria, para algunos, es superior a la muerte. Sólo que en este caso a todos los que han elegido permanecer del lado contrario a la avalancha revolucionaria que se ha apoderado del Norte de África no les acompañará la gloria. A Gadafi y sus fieles les ha costado leer el rostro de la nueva historia; contrariamente,  tratan de aferrarse como todos los viejos regímenes a los puños desgastados de su propia ficción. A principios de febrero empezaron las manifestaciones antigubernamentales en Libia, éstas se inscribían en las protestas que se iniciaron en Túnez y Egipto. Libia es un país distinto, decía Gadafi. Allí no existían partidos políticos ni algo parecido a condiciones democráticas, por lo que no tenían cabida revueltas del tipo que se estaban presentando en la región. La gente siguió protestando en Trípoli, en Benghazi, y en otras ciudades. Correrán ‘ríos de sangre’ si continúan las protestas advirtió uno de los hijos de Gadafi. Y los ríos de sangre han corrido. Las protestas sin armas fueron conducidas en cuestión de días, a punta de artillería y de mercenarios contratados en Chad, Nigeria y Mali, al terreno de la guerra. La idea era hacerse con la victoria rápidamente, sin embargo, esto no ocurrió ni parece que vaya a ocurrir. Mucho menos ahora que el país ha sido sometido por países occidentales a embargos, bloqueos y acoso militar en mar y aire. Pero ni aún estando en medio del caos que su táctica desproporcionada ha generado,  Gadafi puede contemplar bien la realidad. ‘Mi pueblo me ama’, ha dicho, “y morirían para protegerme”. El amor es una palabra tan crédula y al mismo tiempo tan poderosa, no obstante, adversamente, lo que sucede en Libia no parece tener nada que ver con ella. Ni gloria, ni amor. Cada noche con exactitud, pasadas las ocho, vuelven los bombarderos a cielo libio. Las pocas baterías antiaéreas que quedan reaparecen disparando al firmamento. La historia sigue su curso incontenible, aunque Gadafi piense que todo su pueblo le ama. *[email protected]
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