red.diariocritico.com
Las ideas de hoy pesan más que las etiquetas de antaño

Las ideas de hoy pesan más que las etiquetas de antaño

Hace algunas semanas muchos analistas y algunos políticos se sorprendían, aunque permanecían silentes, por el dato, ciertamente novedoso y hasta cierto punto asombroso, de que Marie Le Pen, la hija del conocido dirigente del Frente Nacional francés, partido encasillado en lo que se suele llamar extrema derecha, era preferida en un par de encuestas a Sarkozy y al líder del socialismo galo para, ni mas ni menos, Presidenta de la Nación posiblemente mas orgullosa de Europa. Ya sabemos que las encuestas son lo que son y garantizan lo que garantizan, pero algo así, aún devaluando el papel del instrumento estocástico, no era pensable, ni creo que hubiera aparecido años atrás. Por si fuera poco en las últimas elecciones cantonales francesas, resulta que el Partido de Le Pen se queda a muy pocos puntos del Presidente Sarkozy que se desliza por pendiente de descenso acusada, incluso de mayor ángulo que el que protagoniza el ascenso de esa llamada, insisto, extrema derecha. Así que algo que parecía anecdótico sobre el papel de la encuesta comienza a transformarse en categoría sobre los hechos reales del resultado electoral. Algo está sucediendo y me atrevo a sugerir que puede ser el fin de las etiquetas. La posición política de una persona venía, al menos hasta hace bien poco, etiquetada con alguno de los clichés al uso: derecha, izquierda, centro, extrema izquierda, extrema derecha... Recibir uno de esos apodos, por así decir, situaba al sujeto en un posicionamiento ideológico de perfiles mas bien definidos, aunque, claro, preservando cierta libertad "intelectual", dentro de determinados límites, que no se trata de esclavizar sino simplemente de etiquetar. Por ejemplo, ser de izquierda debería significar oponerse a que los salarios se vincularan con la productividad. Ese postulado era propio del cliché de la derecha. Podría citar muchos ejemplos más, algunos luctuosos, como el posicionamiento de la izquierda, templada o en ebullición, sobre cuestiones puramente bélicas, sobre el otrora tabú de la fuerza para solventar problemas políticos ajenos, siempre, claro, que consideremos que algo humano puede sernos ajeno, que es mucho considerar. Precisamente por ello, derivado de los años del franquismo se siguió utilizando el atributo de franquista como instrumento infamante. No se sabía muy bien qué era eso de ser franquista después de la muerte de Franco, pero era suficiente para anatematizar sin mayor miramiento. Y como lo del franquismo se convertía en algo excesivamente vetusto con el paso de los años, se retornó al viejo apodo de la extrema derecha. Así que se decía que una persona, incluso un medio de comunicación era de extrema derecha y se creía que con eso, pronunciado por quienes se atribuían irredentas dosis de un progresismo de salón y dineros, ya estaba excluido el sujeto o el medio del circuito político o mediático. Pues no. Resulta que no. Parece que alguna gente ya no le tiene miedo a esas descalificaciones. Sobre todo los jóvenes. No creo que hayan leído a Krishnamurti, el gran filósofo hindú fallecido en los finales del pasado siglo, pero este hombre, de una inteligencia superior, decía algo que pocos entienden bien: la palabra no es la cosa. Equivale a sostener que por muchas palabras que empleemos no conseguiremos crear una cosa material si las palabras están destinadas a confundir o anatematizar. Es lo contrario de la tesis de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Eso podía ser antes. Pero ya no. La velocidad de circulación del tiempo sociológico y la disponibilidad de instrumentos informativos provoca que una mentira repetida cien veces pueda ser una verdad por un tiempo, pero se acabará sabiendo que era eso: mentira. Y, claro, la losa que cae sobre los que se dedicaron a difundir lo contrario no es de lo mas agradable que se despacha por ahí. Es una buena noticia. ¿Por qué? Porque una sociedad madura consume ideas y no etiquetas. La juventud, al menos una parte, ya no se da por satisfecha con el proceso de etiquetado ideológico. Desprecia a los partidos y consiguientemente no asume el etiquetado programado: quiere saber, conocer, escuchar, oír, pero de modo directo y personal. No le importa que a un sujeto le califiquen con palabras gruesas. No se cree a los políticos, así que sus calificaciones y descalificaciones resultan a estos efectos y para estas gentes profundamente inertes. Estériles de toda esterilidad. Si la clase política es un problema, como lo es para muchos españoles y europeos, los insultos, alabanzas, calificaciones y descalificaciones que provengan de esos entornos tienen el mismo efecto que la lluvia sobre el mar o el recurso de reposición, como decíamos los juristas de tiempos pasados. Curioso es que algunos no se den cuenta del profundo cambio y siguen apegados a esos modismos propios del siglo pasado. De la misma manera que en aquellos años ser "europeo" era salvoconducto a la modernidad, hoy insistir en el atributo produce cierta perplejidad entre la juventud, sencillamente porque se siente tan homologada que no necesita de recuerdos por percusión. Siente la ósmosis, así que no necesita la percusión. Así que, si a uno de esos jóvenes o menos jóvenes les pretendes convencer a base de citarles clichés, no conseguirás nada. Prefieren escuchar las ideas, los razonamientos, el discurso, los actos, las conductas, los comportamientos. Frente a ellos, las palabras de políticos significan más bien poco. Por no decir absolutamente nada. Y por político aquí me refiero a quienes son profesionales de la política, sea desde los partidos o desde sus terminales mediáticas. Tenemos que damos cuenta de que algo esencial ha quebrado: la confianza. Resulta que la sociedad española y en buena parte la europea no se cree a los políticos (los que hacen las leyes) ni a los jueces (los que las aplican) ni a los medios (los que cuentan lo que pasa) ni a los doctrinarios de partido (políticos del papel y de las ondas). Pues si conseguimos que las ideas ganen a las palabras, buena noticia. Bueno, claro, es una gran noticia para la sociedad civil, para que empiece a serlo, mejor dicho, pero no tan agradable para quienes dejan de ostentar el monopolio de la ortodoxia en el debate de lo público. (*) Mario Conde Conde es empresario. Presidió el Banco Español de Crédito (BANESTO) hasta su intervención por el Gobierno de Felipe González.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios
ventana.flyLoaderQueue = ventana.flyLoaderQueue || [] ventana.flyLoaderQueue.push(()=>{ flyLoader.ejecutar([ { // Zona flotante aguas afuera ID de zona: 4536, contenedor: document.getElementById('fly_106846_4536') } ]) })