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Pero sin el pueblo...

Pero sin el pueblo...

Los diputados hablan de “la guerra justa” y de “la paz perpetua”, y en el Congreso han avalado la misión española en Libia con sólo tres votos en contra y una abstención. En total, 336 voto a favor, de un total de 340. En pocas ocasiones cómo en esta se ha visto tan claro el divorcio entre la voz de la calle y la disciplina de voto en el hemiciclo. Si esta participación bélica hubiese sido sometida al referéndum de los ciudadanos de a pie, la derrota de la propuesta de mandar soldados y aviones y barcos a Libia hubiese sido clamorosa. Pero los políticos profesionales, en su actitud de “Juan Palomo”  (“yo me lo guiso, yo me lo como”) han decidido a su manera, con esa complicidad de colegas que se  expresa con la frase “hoy por ti, mañana por mí”, aunque después simulen arrojarse los trastos a la cabeza.     La buena gente de la calle no quiere guerras que siempre terminan mal, y a lo que aspira es a un puesto de trabajo, a una jubilación garantizada, al tibio sol de primavera, y a que le dejen en paz. No es mucho pedir, pero los llamados antes “padres de la patria” y ahora “representantes de la soberanía nacional” no se dejan aconsejar por el clamor del sentido común. La canciller Angela Merkel, que tanto manda en Europa y en España, ha evitado que Alemania se meta en la ratonera de Trípoli, y se ha enfrentado al ardor guerrero del presidente Sarkozy. Pero aquí, en España, esos gestos no se analizan ni se tienen en cuenta: ordenan las cornetas que “al ataque”, y los señores diputados aprietan el botón del sí porque se lo han mandado, y aunque por dentro piensen no. El divorcio entre la clase política y los ciudadanos -insistimos-  es descomunal. ¿Alguien a quien hemos votado hace tres años y pico nos ha pedido la opinión antes de mandar nuestros barcos a luchar contra los elementos?     Dice el “Juan Español” que primero nos prohibieron fumar, después circular a más de 110 por hora en las autopistas, y ahora nos prohíben opinar. Mal asunto que la voluntad popular esté secuestrada por quienes la representan. Se vuelve al lema de “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”.     Y, de puertas adentro, otro asunto: en la España de la crisis y de la pobreza, a la concejal de Medio Ambiente  de Barcelona, doña Imma Mayol, se le ha ocurrido restringir la circulación de los coches y furgonetas que tengan más de diez años. El objetivo es reducir la contaminación. El daño colateral es la ruina de muchas personas que aguantan con su vehículo de más de diez años por dos razones: porque funciona bien y porque no tienen dinero para comprarse otro. ¿Alguien les preguntó a los conductores, a los taxistas, a los transportistas, a los repartidores si esta medida les parecía bien, si era soportable? Lo dicho: “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”.
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