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Primavera y Gadafi

Primavera y Gadafi

Como en los versos de Blas de Otero, y en este Día Mundial de la Poesía, el mundo está de sangre hasta la cintura, hasta el pecho, hasta el borde de la boca. Tras el terremoto y el tsunami de Japón, y cuando la inquietud por el riesgo nuclear en Fukushima sigue en carne viva, y el imperio del Sol Naciente es un cementerio donde se llora en silencio mientras florecen los cerezos, la guerra ha llegado a Libia: fuego sobre Gadafi pero, sobre todo, bajas entre la población civil, que siempre es la que más pierde bajo las bombas o entre las llamas.     Hoy se cumplen ocho años del ataque a Irak, en el que participó la España de José María Aznar, y las tropas aliadas atacan Libia por mar y por aire, con la colaboración de “cazas” F-18, una fragata, un submarino y otros medios aportados a esta causa por el gobierno de Rodríguez Zapatero. Si entonces, cuando la invasión de Irak, se registraron solemnes rechazos en una España de pancartas, tras la reunión de las Azores, ahora, cuando se trata de acabar con el loco de Gadafi, nadie sale a la calle a protestar. Al final, se constata que las circunstancias, las que sean, nos hacen estar en todas las batallas, poniendo algo más que las pistas aéreas o los hangares, quizá porque, como decían los clásicos, “si quieres la paz, prepara la guerra”. Triste destino el de la condición humana, que bombardea aldeas pobladas de inocentes y, al día siguiente, construye un hospital entre los escombros, entre los cascotes, entre la sangre que se seca y se olvida. En tiempos de paz -decía Jenofonte-  “los jóvenes entierran a los viejos”, pero, en tiempos de guerra, “son los padres quienes entierran a sus hijos soldados”.     Ha llegado la primavera, florecen las humildes flores de los prados, los árboles se visten de alegría y de guirnaldas, y el “general Invierno”, que era el más temido por Napoleón, regresa, derrotado, a sus cuarteles. La Naturaleza es maestra de las resurrecciones, pero de tejas abajo del planeta nos hemos empeñado en cambiar el mandato evangélico de “amaos los unos a los otros” por el de “mataos los unos a los otros”. El olmo viejo del mundo está podrido, hendido por los rayos y las bombas, pero, como en los versos de don Antonio Machado, ese olmo y el corazón de todos está esperando… “otro milagro de la primavera”. Gadafi, que fue jaleado y homenajeado por quienes ahora intentan frenar su vileza, aguanta como un gato panza arriba, y ha llevado a su pueblo al paredón… La primavera ha venido, cumpliendo el rito anual del calendario, pero ha llegado con cara de susto, tapándose el rostro avergonzado con las ramas de los cerezos en flor.
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