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El ahorro y la velocidad

Hoy lunes entra en vigor la limitación de 110 kilómetros a la hora en las autovías y autopistas españolas. Si, en tiempos de Estrabón, que era época de bosques, una ardilla podía ir desde Finisterre a Tarifa saltando de árbol en árbol y sin pisar el suelo, ahora un automóvil puede recorrer la península a paso de tortuga, y al parecer para ahorrar el combustible que nos han puesto por las nubes el dictador Gadafi y compañía. El Gobierno, que suele acertar cuando rectifica, ha buscado una salida al rechazo que ha tenido su ocurrencia de los 110 por hora, y ha anunciado que sólo será por cuatro meses. Vamos…, que ha optado, tras poner límite a la velocidad, por ponerle un plazo a la sinrazón.

     Uno sueña con vivir en un país en que sus dirigentes anuncien a bombo y platillos un error, y después digan que se han equivocado. Todo mejor que cambiar decenas de miles de señales de tráfico por cuatro meses para, según los que saben del asunto, no ahorrar ni combustible ni dinero. Porque puestos a ahorrar, a lo que se dice ahorrar, son posibles otras medidas más eficaces y que recibirían el aplauso de la sociedad. Por ejemplo:

    - Eliminar el 80 por ciento de los coches oficiales y que cada alto cargo acuda a su trabajo en su propio vehículo, como un ciudadano más, o en el metro o en el autobús donde viaja el pueblo en que reside la soberanía nacional.

    - Dejar en manos de los expertos las decisiones económicas y energéticas, y mandar a casa a los miles de asesores que rodean a los gobernantes, y que lo saben todo sobre nada, y nada sobre cualquier asunto.

    -Cargarse de un plumazo la VISA oro de que dispone cualquier mindundi de la Administración pública, y en la que algunos cargan desde la comida en restaurantes de cinco tenedores hasta los trajes y las corbatas y los calcetines.

    - Limitar la presencia en Madrid de diputados y senadores a las sesiones imprescindibles, y que se queden en su provincia y en su casa analizando las necesidades de la sociedad, escuchando la voz de la calle, sin permanecer en la capital del Reino días enteros de costosísima inactividad.

    - Hacer una auditoría con el rigor con que la hacen las compañías privadas sobre una Administración duplicada y hasta triplicada, en que para crear una empresa o para cavar una zanja hay que pedirle permiso al alcalde, al consejero autonómico, al ministro, a Bruselas y, además, al cacique que maneja los hilos del partido gobernante.

    - Poner la medicina en manos de los médicos, sin intermediarios; la educación en manos de los maestros, sin comisarios políticos; las costosas televisiones autonómicas en manos de profesionales independientes sin botafumeiros, o cerrarlas.

    - Y en fin, que cada euro sea de su dueño, que cada palo aguante su vela, y que cada automovilista no sea un sospechoso ni un delincuente en potencia cuando desde hoy, por 100 euros y sin que le cueste un punto de su carnet, puede comprar una infracción a precio de saldo.

 Desde hoy la prisa tiene un precio, y se da por sentado que es legalmente distinta la culpa de un poderoso viajero en vacaciones que la de un sufrido repartidor de butano o de patatas.


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