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Buena y mala gente

Buena y mala gente

Este mundo ha dado personas como san Francisco de Asís, que llamaba hermanos a los lobos y a las flores, y Adolf Hitler, que asesinaba a millones de judíos en campos de concentración y en cámaras de gas. O a Vicente Ferrer, que se inmoló hasta la extenuación haciendo el bien en la India, y a Muamar el Gadafi, que ejerce una tiranía sangrienta sobre el pueblo libio, y con especial virulencia en estos días. O a mil inocentes abatidos vilmente por los asesinos del hacha y la serpiente,  y a Hugo Chávez, el “ogro” venezolano que da refugio al etarra “Dienteputo”,  líder del ala más sangrienta de la banda terrorista y que podría estar entrenando en la selva a los cachorros de la mafia que, aún debilitada, sigue coleando y preparando nuevos atentados (los 200 kilos de explosivos incautados anteayer en el País Vasco no eran precisamente para celebrar las fiestas de Carnaval).

    Hablamos de dos personas, de Gadafi y de Hugo Chávez, que, por mucho que haya petróleo e intereses económicos por medio, actúan como enemigos de España. Y unos peligrosos enemigos porque, en algún tiempo, se disfrazaron de amigos. El libio montaba su “jaima” en los jardines del palacio del Pardo, y era recibido en nuestro país como un extravagante y poderoso líder. Ahora está haciendo la puñeta a su pueblo y al mundo entero, está perseguido por la Justicia Internacional, amenaza con morir matando, y en la localidad de Benahavís, en la Costa del Sol, han sido intervenidos los terrenos en que pretendía construir un imperio turístico con unos petrodólares que para el sátrapa no eran más que calderilla. Gadafi, que celebró los 30 años de la revolución libia con un simulacro de ejecuciones en la horca para que el pueblo supiese quién calzaba las botas que pisoteaban las libertades y los Derechos Humanos.

    Y, en cuanto a Hugo Chávez y su revolución bolivariana, ahí lo tenemos acogiendo y dándoles todo tipo de facilidades a etarras como José Luís Eciolaza Galán, alias “Dienteputo”, perteneciente a un comando que, entre 1980 y 1983  (por cierto, el período en que se fraguó la intentona golpista del 23-F), asesinó a 22 personas en España.

    Aunque sea a toro pasado, a los políticos españoles hay que advertirles de que deben tener cuidado con las malas compañías, por mucho que la diplomacia se haya convertido en el arte de fingir interesadamente. El mundo está lleno de buenas personas, y es un dolor que los malvados sean quienes lleven el gato al agua: quienes asesinen a sus súbditos, quienes agraven la crisis económica subiendo el precio del petróleo, quienes den asilo a los etarras y les faciliten cobijo, adiestramiento y dinero. Los analistas dicen que vivimos el final una época. Ojalá que la venidera sea mejor y más humana.

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