Acabamos de entrar en un año que va a estar preñado de noticias trascendentales. No hace falta ser un futurólogo para adivinar que habrá terremotos en las formaciones políticas –sobre todo, claro está, en el PSOE--, tomas de decisiones políticas y económicas importantes y, en el medio, unas elecciones autonómicas y locales que en esta ocasión, en la que las competencias autonómicas podrían someterse a revisión, tienen una especial relevancia. Ya sé que no mucha gente comparte este punto de vista, pero tengo la sensación de que estamos iniciando algo semejante a una segunda transición, en la que todos los pactos, casi todos los consensos, no pocas leyes, bastantes usos y costumbres y numerosas actitudes van a experimentar una profunda revisión.
Quienes pudimos ver de cerca y en directo al presidente
Zapatero en su última comparecencia del año, una rueda de prensa en La Moncloa de hora media de duración, estamos especialmente capacitados, me parece, para intuir la magnitud de los cambios que se avecinan y que se van a iniciar en este 2011. Habla Zapatero de un período de cinco años de reformas y ajustes –también, aunque no lo dijo, ajuste de cinturones—que van a precisar de un gran pacto entre las principales fuerzas políticas o, al menos, si este gran pacto no fuese posible, de pactos puntuales en torno a las grandes cuestiones: institucionales, territoriales, legales, económicas, sociales… Tengo la impresión de que ese Zapatero entristecido del pasado jueves y que, en su precipitación, hasta olvidó felicitarnos el año a los periodistas que acudimos a la rueda de prensa –quizá porque crea que no hay nada que felicitar--, sabe que esos pactos difícilmente se harán con él al frente de los socialistas.
Y esa será, sin duda, una de las grandes noticias de 2011: el anuncio de Zapatero de que no se presentará a la reelección, aunque permanezca al frente del timón hasta las elecciones generales, que probablemente se mantendrán para marzo de 2012. Ya sé que la posición oficial de los dirigentes del PSOE y de los miembros del Gobierno consiste en repetir que lo mejor sería que el presidente optase a la reelección, pero esas declaraciones me parecen fruto de un voluntarismo imposible o de un cinismo detectable: ¿cómo va a presentarse a la reelección quien está gobernando justo al revés de lo que decía en el programa con el que ganó las últimas elecciones? ¿Cómo va a seguir quien ya está patentemente desilusionado, y no había más que ver su figura adelgazada, algo maquillada, ojerosa, en la rueda de prensa?
No puedo definirme acerca de si la renuncia de ZP a seguir pedaleando tras marzo de 2012 será una buena o mala noticia; me parece, en todo caso, inevitable. Zapatero se tiene que ir, entre otras cosas para que se produzcan los pactos necesarios entre los socialistas y el Partido Popular para afrontar esta que yo llamo segunda transición. Se irá, supongo, y luego le juzgará la Historia, que será, me parece, más benévola con él de lo que ahora lo estamos siendo los comentaristas y la mayor parte de los ciudadanos; la opinión pública es, véase el ‘caso
Suárez’, una veleta que exige sus propios tiempos. Me parece que Zapatero ya está instalado en esa filosofía, y creo que incluso el ‘número dos’,
Pérez Rubalcaba, la comparte. Lo que no acabo de entender –y mira que los periodistas se lo preguntamos el jueves-- son los motivos por los que Zapatero no contribuye de una vez a la seguridad jurídica y política de este país anunciando ya sus intenciones.
Así que, como comentarista político, no puedo sino sentirme apasionado ante este 2011 que ha irrumpido con fuerza, con clarines de crisis, pero con promesas de que van a suceder cosas que pueden aclarar el panorama, y hablo también, claro está, de las perspectivas de algún paso adelante en la lucha contra el terror. Pero no hablo solamente de eso: las crisis son siempre una oportunidad de renovarse, de buscar nuevos caminos, de ensanchar la mente en esa búsqueda. ¿Por qué no permitirnos una cierta dosis de optimismo, pese a todo?
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