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Opinión: José Luis Gómez

Los problemas de Prisa son del país

Los problemas de Prisa son del país

Nada más llegar al poder, en 1996, el presidente José María Aznar puso a su equipo a trabajar en una ofensiva contra el desarrollo de los proyectos del entonces todopoderoso Grupo Prisa, cuyo medio de referencia era y sigue siendo el diario El País, nacido poco antes de que cuajase la Transición democrática. Aznar había echado mano del ya famoso cash-flow de Telefónica, gestionada entonces por su amigo Juan Villalonga, al objeto de cargarse el lanzamiento de Canal Satélite, empresa de televisión digital promovida por Canal Plus, participada y gestionada por el imperio de Polanco. El poder de entonces llegó al extremo de forzar el procesamiento de Jesús de Polanco, presidente de Prisa, lo cual se saldó con una condena por prevaricación al juez que lo decretó, Javier Gómez de Liaño. Prisa tardó varios años en reponerse pero salió adelante. Cuando el socialista Zapatero asumió al poder, en 2004, el grupo de la familia Polanco, comandado por el periodista Juan Luis Cebrián, estaba de nuevo en buena posición, con medios líderes en prensa (El País), radio (Ser) e incluso en ciertos canales de televisión (Canal+). Los progresistas españoles tenían a su disposición medios afines, de alta calidad. Seis años después, ya nada es igual.

Quizá resulte exagerado afirmar que lo que Aznar no pudo conseguir en dos legislaturas lo logró Zapatero en menos de una, pero lo que es evidente es que entre la crisis bursátil de la televisión de pago, la crisis general del país y la reordenación de la televisión en abierto que propició ZP, el grupo de comunicación español líder en el mundo de habla hispana se ha tambaleado, de tal manera que sus propietarios perdieron el control del mismo, ahora en manos de un fondo americano, sus acciones cayeron en picado y uno de sus medios de bandera, como Cuatro, ya está en poder de Telecinco. La última mala noticia para Prisa, pero también para el pluralismo mediático español, es el cierre de CNN+, donde trabajan periodistas de la talla de Iñaki Gabilondo o Antonio San José.

Si España fuese un país genuinamente democrático con una verdadera economía de mercado --libre-- y a Prisa le fuese mal, claro que habría que lamentarlo en defensa de la libertad de expresión, pero también habría que saber encajarlo dentro de la lógica del mercado. No es el caso. El poder político interfiere de tal modo en el mundo de la comunicación que los resultados que estamos viendo son también el fracaso de una clase dirigente desorientada. No se trata tampoco de caer en la demagogia de decir que, a cambio, a ZP le queda Público y La Sexta, pero sí de constatar que cuando menos se ha equivocado en su política de comunicación; tanto, que ni siquiera se ha equivocado a favor de quienes ocupan un espacio sociológico coincidente con la base electoral del PSOE. No es de extrañar que desde la ahora emergente derecha mediática se estén partiendo de risa. Lástima que algunos no se enteren de que los problemas de Prisa son de sus accionistas pero también del propio país, ya que una democracia moderna y sólida requiere pluralismo mediático, de calidad.

 

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