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El extraño

El extraño

Anda Zapatero por Cataluña, haciendo de come-curas para auxiliar a Montilla en mítines exiguos, sin comprender que su sitio hubiese estado en el acontecimiento más brillante de Barcelona en que a Montilla le hubiese convenido su compañía, como fue la consagración de la Sagrada Familia de Gaudí. Peor estuvo en Compostela, donde Rubalcaba cumplió la cortesía de recibir al Papa como Presidente en funciones, por ausencia sorpresiva del territorio nacional del titular, dando lugar a que cunda la impresión, cada vez más extendida, de que Zapatero es un presidente destituido por su propio partido que solo lo conserva para circuitos internos y secundarios de la vida pública.

Cuando durante el viaje papal iban apareciendo, además del vicetodo Rubalcaba, Bono, Blanco, Jáuregui, Montilla, y Vázquez, se acentuaba la impresión de que Zapatero no hacía falta porque ya no es representativo ni del gobierno ni de su partido. Su aparición final para una fría despedida en el aeropuerto barcelonés, englobada en un acto cálidamente presidido por los Reyes, fue como la presentación de su fe de vida para no desaparecer totalmente del mundo real de los españoles y, especialmente, de los catalanes.
 
Es un presidente tan extraño a su propia tierra como un extraterrestre, que no es capaz de entender que, con Pontífice o sin Pontífice, la celebración culminante del Camino de Santiago o la consagración del más ambicioso proyecto arquitectónico de Gaudí constituyen las manifestaciones actuales de mayor proyección internacional de la cultura española y, en el caso de la Basílica de Gaudí, el símbolo más resplandeciente del espíritu de Barcelona como capital de Cataluña. Probablemente solo El Quijote y el Museo del Prado pueden ocupar un puesto comparable en el patrimonio de la humanidad como el que ostentan estas señas universales de España en el mundo.

La calculada distancia de Zapatero de estos eventos no solo lo aleja de los sentimientos mayoritarios de los españoles. Lo aleja de España misma, de su historia, de su cultura, de sus esencias y, por supuesto, del corazón de Cataluña. Es como un peregrino contracorriente que camina tan desorientado que no se entera de cómo su propio partido lo va dejando a un lado, con sus manías desfasadas de anticlerical de casino decimonónico.

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