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Gobierno divergente; oposición aberrante

Hoy hemos conocido la última versión gubernamental del retoque a la fiscalidad española: Rodríguez Zapatero ha aclarado que habrá modificaciones en los impuestos que gravan los beneficios de las personas -no parece probable que se aumenten los de las empresas, sería un disparate-, matizando que serán las rentas más altas y que no incidirán sobre los ingresos de las clases medias, sin aclarar qué se entiende por clases medias. Tampoco era momento ni lugar para aclararlo. Pero con estos datos bien magros, por lo menos hemos avanzado un poco en la dirección correcta de un gobierno que se califica de socialdemócrata, porque lo anunciado hasta el momento, sin negar que es necesario y quizá insuficiente, afectará al sector medio-bajo de la sociedad que ya es quien soporta la parte más dura de la crisis económica.

            Hay que reconocer la presidente gobierno coraje para presentar a la sociedad española una repertorio de medidas de austeridad que a nadie pueden resultar gratas: tanto por lo que afecten a determinados sectores de población interesados directamente como por las repercusiones en toda la economía del país indirectamente. Las forzosas restricciones en el gasto cotidiano y la incertidumbre para afrontar los gastos duraderos o incluso ciertas inversiones, han generado un malestar ciudadano que ya se refleja en las encuestas. Pero en estas no solo influyen las noticias ciertas y las decisiones firmes dañosas, sino también las vacilaciones, las afirmaciones contradictorias, las imprecisiones, las dudas y los desmentidos. Creíamos que la política económica la dirigía la ministra Salgado con un aceptable acierto; pero resulta que Corbacho viene como tantas otras veces enmendando la plana; que la vicepresidenta primera tan prudente como de costumbre, no impugna tales declaraciones; Chaves también quiere marcar la ruta fiscal; José Blanco dice algo más, pero poco más; Sebastián parece haber optado por la mesura a la vista de la que está cayendo.

            Pues así, no se restaura la confianza de la sociedad en un gobierno que la perdió en buena medida.

            Al otro lado del escenario político se encuentra la oposición, toda o casi toda. Unos, angustiados realmente por las consecuencias de la crisis y los remedios arbitrados para remontarla, que van a incidir en gran medida sobre los más perjudicados. Otros como CIU o el PNV, tratando de echar una mano, pero sin que se la queden. El partido popular, divagando para cuadrar lo que venía proponiendo (reducción del gasto y de algunas prestaciones) con lo que se les plantea (reducción del gasto y algunas prestaciones). Al propio tiempo ha introducido en el concierto, o en el desconcierto, algunas partituras defectuosamente interpretadas, como la novedosa teoría de la persecución gürteliana, la implicación de los poderes fácticos del Estado en el levantamiento de escuchas o la persecución de un faisán, volviendo el mundo al revés con un Camps satisfecho porque lo enjuician o una omnisciente Rita Barberá que sabe que todos los políticos reciben regalos.

            El Partido Popular es un gran partido político que debería representar a muchos millones de españoles que prefieren una orientación conservadora de la política, pero parece que muchos, y entre ellos relevantes dirigentes, parecen algunos empeñados en desacreditar y diluir. Se puede hacer una oposición dura y hasta cruel, siempre que sea rigurosa y creíble y hay campo abundante para hacerla, pero por el camino de las últimas semanas no llegarán al poder, sino a hacer el ridículo.
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